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Llegamos a la mitad de la montaña que estaba frente a la ciudad, era imponente, conocía el mirador que estaba en la cima, pero no el que estaba a medio camino, y ciertamente era maravilloso, la vista era espléndida. Bajé del carro y no pude evitar sonreír, de reojo vi que también se dibujaba un intento de sonrisa en su rostro.

-Me alegra que tu humor vaya cambiando.

-Siento haber sido tan pesada contigo, tú eres la menos indicada para descargar mi humor.

-Desde que te vi entrar por la puerta supe que no habías tenido un buen día. Tiendo a ignorar los berrinches.

-Gracias.

-¿Ya habías estado aquí?.

-No, es increíble aquí. Gracias.

-De nada.

-No tenías que hacerlo.

-También necesitaba el aire fresco. -Nos sentamos en el borde de una barda, Sarocha (o como ella pidió que la llamara) Freen, sacó una cajetilla de cigarros.

-¿Puedo tomar uno? -pregunté.

-No.

-Tú vas a fumar.

-Soy mayor de edad y no práctico ningún deporte.

-¿Y?.

-No.

-Tienes veintitantos, tocas el piano y de igual manera vas a morir. El que practique un deporte no hace ninguna diferencia.

-¿Vas a dejar de joder?.

-No -gruñó algo que no comprendí, me pasó la cajetilla y el encendedor después de encender el de ella.

-¿Has estado casada alguna vez?.

-No.

-¿Has tenido una relación duradera?.

-Sí, pero no me gusta hablar de ello.

-Ni de nada, aparentemente -solté-. ¿Por qué me trajiste aquí si no te agrado?.

-¿Crees que estarías aquí si no me agradaras?.

-Es una pregunta engañosa -sonrió.

-Soy una persona reservada.

-No contesta mi pregunta.

-No me desagradas, en absoluto.

-Me caerías mejor si no fueras una perra -río con fuerza.

-Cuando en verdad me comporte como una perra, lo sabrás de inmediato -disfrutaba de su cigarrillo -.Si te sirve para contestar tu pregunta, te puedo decir que me gusta platicar contigo.

-Rara vez lo hacemos.

-Lo estamos haciendo ahora.

-¿Y eso está bien?.

-Sí, mientras no preguntes cosas que no debes.

-Como cuándo perdiste la virginidad -sonrió de nuevo. Dos veces en un día, era un récord.

-Sí, como eso.

Nos mantuvimos en el pacífico lugar por muchos minutos más, hablando de todo y de nada. Parecía que sólo necesitábamos un cambio de contexto para poder hablar de manera más civilizada, sin medias contestaciones o sin mí rodando los ojos cada dos segundos por sus respuestas.

Por primera vez me sentí completamente a gusto con ella y su peculiar forma de ser. Nuestra burbuja de paz fue interrumpida por mi teléfono y la bien fundada preocupación de mi madre. Eran pasadas las ocho de la noche. Mi clase debió acabar hace dos horas y no me había aparecido.

Profesora de piano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora