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-No -le di un golpe en la mano que comenzaba a meterse en mis pantalones de dormir.

-¿Por qué no? -preguntó juguetona.

-¿Cómo te atreves a preguntarlo? Llegué tarde a clases la útima vez que decidimos pasar cinco minutos más en la cama.

-Mitad de carrera -besó mi cuello -no pasa nada si faltas un día, mi amor. -sonreí.

-No juegues sucio -se mostró ofendida.

-¿No puedo llamarte mi amor?

-Conoces la razón.

-Creo que no -la vi sonreír.

-Sabes lo que eso provoca en mí, así que en este contexto no.

-¿Esposa? -negué divertida.

-Eres imposible -me acerqué a ella y dejé un beso en su nariz. -Iré a preparar el desayuno- cuando me levanté de la cama, una sonora nalgada se hizo escuchar por toda la habitación apenas comencé a bajar.

-¿Segura que no quieres? -no le respondí, me puse la bata y caminé a la cocina.

En el ventanal veía a lo lejos la bahía; después de casi tres años y medio viviendo aquí todavía no me acostumbraba. Peor aún, no creía cómo habíamos llegado hasta aquí. Buscamos los lugares más agradables para vivir en Estados Unidos y al tener tantas opciones decidimos meterlo en un bowl y el papel que sacara contendría el nombre de nuestro nuevo hogar. Fue por medio de una rifa que aparecimos aquí, al norte de Estados Unidos, en la capital de Rhode Island. El clima es agradable, la lluvia nos gusta a ambas así que no tenemos problemas con eso y tampoco con el frío o la nieve. Así que el lugar fue perfecto para nosotras. Ambas teníamos muy pocas cosas por lo que la mudanza no tardó mucho. Ella optó por vender las cosas que tenía en la ciudad donde viviamos y yo sólo tenía un par de mochilas con mis pocas pertenencias. Arreglamos la parte de mi situación académica y gracias a mis calificaciones pasables no tuvimos ningún problema en sacar mis papeles y ser libre al fin del bachillerato. Después de eso, en cuestión de semanas y luego de una intensa búsqueda por una casa que nos agradara y que cumpliera con los estandares de seguridad de mi esposa llegamos a Providence.

Mi vida ha cambiado tanto desde que la conocí y más aún cuando decidí escaparme con ella. La mejor decisión de mi vida. Recuerdo muy bien la primera vez que me dijo que me amaba; si de por sí sabía que no podría librarme de ella cuando, me lo dijo supe que sería para siempre. Con ella las cosas son
complejas, a momentos desesperantes, pero valen la pena cada bendito segundo. Ella también cambió y mucho. Lo que dijo de dar su mejor versión sólo ha ido en aumento todos estos pocos años que llevamos juntas. No tiene reparos en mostrarme su amor. Desde que lo dijo y lo aceptó por primera vez, no se ha contenido, ni yo. Y la base de nuestro amor era la admiración que teníamos hacia la otra y nuestra confianza. Los altos y bajos han sido parte de la travesía, pero sólo hace que disfrutemos más los días de sol. Vi el anillo en mi mano y sonreí. Uno de mis días favoritos era y será cuando ella me pidió matrimonio.

Había sido un intenso día en la escuela; estaba apenas en el primer semestre de arquitectura. Agradezco a los cielos el no haber tenido problemas con inglés o de otra manera las cosas no estarían funcionando. Aunque mi novia tomó la acertada decisión de meternos a un curso de inglés por seis meses antes de ingresar a la universidad. No sabía que elegir, honestamente me costó muchísimo decidir la carrera y parte fundamental fueron los consejos de ella y su sutil forma de hacer saber las cosas. Me calmó diciendo que si no me agradaba la carrera simplemente podría salirme pero no la haría gastar dinero a lo tonto.

Hoy era uno de esos días en que quería matar a todo el que se atravesara en mi camino. Todos los universitarios se sienten así en algún momento, ¿cierto? Sólo quería llegar a casa y abrazar a mi gruñona novia. Espero que al menos haya decido usar algo de protección para no quemarse. Hoy le tocaba cocinar, pero siempre terminaba quemada. Definitivamente no fue hecha para la cocina.

Profesora de piano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora