CAPÍTULO 3 (Reflejos Desconocidos)

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"Hija", gritaban del otro lado de la puerta, una y otra vez

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"Hija", gritaban del otro lado de la puerta, una y otra vez.

Agarré una almohada y me tapé la cabeza tratando de silenciar sus llamados.

"Hija, ¡despierta ya!", volvieron a gritar. "¿Por qué cierras la puerta si sabes que no te vas a levantar sola?", se queja ya entre susurros.

"¿Qué, mamá?", susurré, estresada. Nunca me dejan dormir bien, ni siquiera cuando el sol aún no ha salido.

Espera, aún no ha salido el sol. ¡Hoy es hoy! ¡Mierda, sí! Hoy empiezan las clases. ¡Mierda, hoy empiezan las clases!

"Ya me levanté, mamá", dije en lo que  me sentaba en la cama en un movimiento rápido y fregaba mis ojos con los dedos para despejar la lagaña.

"Está bien, pero no te duermas. Recuerda que debes caminar bastante, cariño", escuché cómo bajaba las escaleras paso a paso en lo que hablaba.

Me giré para abrir la ventana y observé cómo el sol salía lentamente entre los pinos, creando una vista hermosa.

Nunca fui muy buena eligiendo qué ponerme. No tengo muy clara la idea de qué clase de ropa quiero usar, solo sé que me gusta el marrón y el verde.

Observé la ropa con ambas manos sobre las puertas del ropero, estresada.

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Bajé las escaleras salteándome algunos escalones. Buscando a mi mamá, pero no estaba. Supongo que solo se levantó un rato para despertarme nomas.

Observé la cocina, pero sinceramente no tenía nada de hambre. Además, si como, se me va a inflar la panza Y se va a notar demasiado con esta ropa.

Fui al living, agarré mi mochila que había dejado en el sillón y salí rápidamente de casa antes de que se dieran cuenta de que no desayuné absolutamente nada.

Camino por el medio de la calle lentamente, ya que no suelen pasar autos por aquí, y en la orilla se suelen formar pequeños huecos y charcos debido a las lluvias, que corren por el costado.

La misma camioneta azul que vi hace unas semanas me lo impidió. Pasó a toda velocidad sin siquiera preocuparse por esperar a que yo me corriera hacia la orilla.

"Está bien, ni te molestes en tocar la bocina", susurré tocándome el pecho el cual se mueve rápidamente sin parar. "Imbécil", escupí, arrugando las cejas.

Pasé mi mano varias veces delante de mi cara para despejar un poco el polvo que levantó el caballero tan cariñoso y atento.

Quince minutos más tarde, me encontraba parada frente a lo que parecía ser mi querida secundaria. Abarcaba una cuadra entera y tenía tres pisos.

"¡Tú!", gritó una voz chillona detrás de mí. "¡Lidia!", oh, mierda.

Sonreí en lo que me daba la vuelta.

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