Por fin llegó el día. Cualquier turista que llegara a Koufonisia ese día no tendría suerte. No habría vendedores para recibir al ferry. Ni pescadores limpiando sus barcas en el puerto. Ni transeúntes serviciales para dar indicaciones. Incluso las tabernas, siempre abiertas a los viajeros, estaban cerradas. Todas las almas de Koufonisia asistían a la ceremonia nupcial de Severus y Hermione.
Pero los isleños tenían su propia manera de hacer las cosas. En lugar de acomodarse en los asientos con antelación para esperar la llegada de la novia, todos los invitados en condiciones de hacerlo esperaban a lo largo del camino por el que pasaría la novia. Hermione había decidido no montar en burro, otra costumbre isleña, pero a nadie pareció importarle.
Así que caminó, por la alfombra de flores que le habían tendido. Cuando se acercó a los invitados que la esperaban, la aclamaron. Cuando ella y sus damas de honor pasaron a su lado, formaron una ruidosa procesión. Algunos tocaban instrumentos musicales, otros cantaban, y todos charlaban, reían y se llamaban unos a otros. A nadie pareció importarle que la procesión tuviera que recorrer más de un kilómetro para llegar a la costa más septentrional. Todos sabían que la pareja había elegido casarse en el mismo lugar donde se habían besado por primera vez, y el romanticismo de aquello hacía que el viaje mereciera la pena.
Cuando llegaron al lugar, Severus estaba allí, esperándolos. Estaba de pie, alto, serio, con el viento azotando su suave cabello negro y unos ojos que sólo la miraban a ella. A juzgar por el brillo de su sonrisa cuando posó sus ojos en ella vestida de novia, era incandescentemente feliz. Hermione le sonrió y vio que algo hermoso se dibujaba en su rostro. Su corazón palpitó en respuesta.
Estaba preparada, se había comprometido con ese hombre en su mente. Lo amaba con todo su corazón. E iban a caminar juntos por la vida hasta las mismas puertas de la muerte.
Era la mujer más afortunada del mundo. De poder tener a alguien que estaba completamente dedicado a ella. Poder llamar a este hombre suyo. De poder vivir la vida, con todas sus alegrías y penas, mano a mano con este hombre. Dio un paso adelante y puso sus manos entre las de él.
Sí, estaba preparada para esta vida. Una vida brillante y hermosa.
Severus Snape estaba de pie, con la gente que lo amaba a su alrededor y el mar rompiendo a sus espaldas, y observaba cómo la bulliciosa procesión se distribuía en sus asientos asignados mientras el sacerdote comenzaba a entonar las oraciones. Sus amigos del Reino Unido también habían venido especialmente para asistir a su boda y los contemplaban felices. Se alegró de poder llamarlos también amigos y de contar con su bendición en tan feliz ocasión.
En ese momento, se dio cuenta de que tenía todo lo que nunca había sabido que quería. Una comunidad que le aceptaba, le hacía sentirse bienvenido y útil. Personas de su antigua vida que sabían quién era y lo que había hecho, y que a pesar de todo le apoyaban. Una anciana maravillosa, mandona y sabia que le había enseñado lo que significaba amar y ser amado. Una hermosa y afilada niña que había consentido en convertirse en su florista. Y Hermione. Su amiga. Su amante. Su esposa.
Sintió que las emociones se le agolpaban en el pecho y respiró hondo, tembloroso. Fue, por un momento, casi abrumador. Entonces, sintió que una mano cálida apretaba la suya. Hermione. Su Hermione. Ella lo miró con amable comprensión. En lugar de sentirse molesto por su escucha emocional, Snape encontró aquel momento íntimo reconfortante, más que invasivo. Se sintió... cuidado. Significativo. Amado. Y sabía que ella le haría sentirse así el resto de su vida.
Le apretó la mano en señal de gratitud, y su rostro estalló en una sonrisa tan brillante que era prácticamente cegadora. Había estado esperando ansiosamente su llegada y, cuando ella esbozó aquella sonrisa lenta y alegre y colocó sus capaces manos entre las de él, fue como si, al instante, sus nervios se desvanecieran. Con una sola voz, comenzaron el encantamiento que los uniría para toda la vida.
Una vez, Severus Snape se había comprometido. Al hacerlo, había perdido décadas de su vida, había entregado su libertad, su autoestima y gran parte de su alma. Esta vez, al unir su vida a la de otro, no perdería nada. En cambio, ganaría todo lo que un hombre puede esperar.
Con un beso, sellaron su vínculo eterno. Junto al azul reluciente de su océano, Severus Snape respiró hondo, dispuesto a comenzar su vida una vez más.
*fin*
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𝗨𝗻𝗮 𝘃𝗲𝘇 𝗺𝗮́𝘀 | 𝗦𝗲𝘃𝗺𝗶𝗼𝗻𝗲
FanfictionLos viajes terminan cuando los amantes se encuentran... pero, ¿qué ocurre cuando dos personas que ya se conocieron hace tiempo vuelven a cruzar sus caminos? ¿Son dos extraños que se enamoran en el lugar más inesperado o se saludan como viejos conoci...