Agustín amaba sentarse al lado de la ventana de su aula, principalmente porque cuando se aburría en las clases -en matemáticas, por ejemplo- se podía entretener mirando a las escaleras albicelestes del colegio conectando el tercer y primer piso con el suyo, ó, por el suspenso y expectativa de las altas probabilidades de que un colorado de otro curso pueda caerse corriendo por subir las escaleras con los cordones desatados.
Y esto último, la intriga sobre si esta vez se caía o no, era algo que lo llevaba a girar su cabeza justo cinco minutos después que sonaba el timbre para regresar a las aulas. También sabía que podía encontrarlo algunos días en el cambio de hora entre el segundo y tercer recreo, regresando a su curso del tercer piso a gran velocidad.
Con esa información había barajado varias opciones; la primera, el colorado pertenecía a los cursos de cuarto o tercero que estaban ahí arriba; la segunda, pertenecía a algún taller o grupitos especiales que se organizaban en el colegio, ó, era de los inquietos, de los terribles que se la pasaban paseando por los pasillos y que los profes odiaban; tercero, no podía ser centro estudiantil porque Agustín mismo era el delegado de su curso y nunca lo vio en todas las reuniones, lo hubiese reconocido; y cuarto, no salía mucho al patio, pocas veces lo pudo identificar mientras hacía fila en el kiosco.
—Tierra a Agus...— Alejo, su mejor amigo, movió su mano por su frente. Justo en ese momento sonó el timbre de cambio de hora, podría aparecer en cualquier momento el colorado jugando con la suerte de caerse o no.
Y si es sincero, tampoco entendía qué tan curioso se ponía sí muy posiblemente se haya tropezado antes o después, pero no en su piso, y él estaba haciendo un escándalo para ver esa escena comiquísima. Como sea, quitó la mano de su amigo de su cara y se fijó por la ventana, esperando ver la cabellera pelirroja aparecer por las escaleras.
—¿Qué es lo que te tiene tan fanático de la ventana? —El morocho se levantó de su banco y sacó su cabeza por la ventana en dirección a donde miraba Agustín. —Ah, es una de las de cuarto
—Callate, no es así.
—¿Y por qué estás tan fisgón? ¿Eh?— preguntó Alejo mientras saludaba a los chicos que estaban pasando por las escaleras.
—¡Veliz, Giay! Siéntense bien —Los regañó el profesor Di Maria duramente, los dos hicieron caso al instante. —Tienen que entregar los ejercicios en el pizarrón todavía.
Alejo protestó por lo bajo, mientras Agustín le daba un último vistazo a las escaleras logrando solo percibir las zapatillas con los cordones desatados del colorado. Se lo había perdido por el tarado de su mejor amigo. Ahora debía esperar al próximo recreo si es que salía de su aula.
—Ale —Llamó a su amigo.
—¿Qué pasa? ¿Me vas a contar a quien espías? —Del morocho dejó las hojas de ejercicios a un costado y miró al ojiverde con curiosidad.
—No, no es eso— Negó con su cabeza repetidas veces. —¿Vos te hablas con alguien de cuarto?
—Entonces sí te gusta una de cuarto.
—¡Que no!— Recalcó en voz alta logrando que todos sus compañeros se giraran a mirarlo.
—¡Giay! ¡Baje la voz o tiene un uno! —De vuelta lo regañó su profesor.
— ¡Perdón, profe!— El de rulos le dio una mirada mortífera a su compañero de banco que se hizo el desentendido. —Me sacan un uno y vos te hundís conmigo —Le amenazó en voz baja.
—Lo que sea, ¿para qué querés saber si conozco a alguien de cuarto? —Preguntó Alejo.
¿Por qué quería saber eso?
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cordones desatados [gialen]
أدب الهواةAgustín siempre que ve por la ventana de su curso se pregunta cómo es que el colorado que va corriendo por las escaleras no se cae con sus cordones desatados.