CAPÍTULO 8

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Estaba parada delante de la habitación de Lautaro intentando animarse a golpear la puerta porque apenas habían salido de la pileta, Alma había decido hablar con su mejor amigo sobre todo lo sucedido y Alejo, después de emocionarse e intentar ocultarlo, le había insistido para que antes de bajar a cenar, hablara con el número veintidós. Se estaba reprochando a sí misma por haberles hecho caso a él y a Paulo sin pensar bien en qué decir exactamente cuando viese al jugador a la cara.

Se quedó cinco minutos mirando la manija, sin moverse prácticamente y optó por hacerlo cuando volvieran de comer. Apenas dio media vuelta para volver a entrar a su habitación, se frenó en seco porque sintió la puerta abrirse. Tagliafico la miraba curioso desde el marco.

—¿Todo bien? —le preguntó el número tres.

—Si...¿está Lautaro adentro? —habló aprovechando que Nicolás ya la había visto parada adelante de su cuarto—. Porque necesito decirle algo.

—Se está terminando de bañar pero pasá tranqui. —Le sonrió y los nervios de Alma empezaron a desaparecer—. Yo voy bajando a comer.

—Dale, te veo allá...y gracias.

—No hay de qué. —Le guiñó el ojo y desapareció por el pasillo, dejándola sola y con la puerta abierta.

Decidió entrar y sentarse en la que supuso que era la cama de Lautaro. Se escuchaba el ruido de la ducha y no sabía si lo mejor era avisarle desde afuera del baño que estaba ahí o si no hablar y esperar que saliera y la viera. Le daba vergüenza gritarle para avisarle de su presencia así que, terminó quedándose callada y mirando la habitación en la que estaba: ahora que la veía con la luz prendida, era casi igual a la que ella compartía con Alejo y para su sorpresa, estaba bastante ordenada.

Se acomodaba el pelo de un lado a otro, no muy segura de qué hacer con sus manos. No sabía por qué seguía ahí ni por qué todavía no se había ido corriendo pero esperaba no arrepentirse de su decisión. Sintió como Lautaro cerraba el agua y su respiración empezó a ser cada vez más rápida porque todavía seguía sin tener muy en claro cómo empezar la conversación entre los dos. Se levantó de la cama apenas el jugador abrió la puerta y esperó a que se diera cuenta que estaba ahí.

—Hola —susurró poniéndose toda colorada y se dio la vuelta para darle la espalda, instintivamente.

El número veintidós solo llevaba puesta una toalla atada a su cintura y tenía todo el pelo mojado. Las gotas caían por su cara y su torso perdiéndose en la única prenda que lo protegía de su mirada.

—¿Qué hacés acá? —Se notaba que estaba confundido y un poco sorprendido pero no enojado.

Alma suspiró. Al menos eso era una buena señal.

—Quería hablar con vos antes de que bajáramos a comer y como Taglia justo salía de la habitación, me dejó entrar pero si querés te espero afuera hasta que te cambies —habló rápido. Aunque estaba de espalda, en su mente seguía estando la imagen del jugador con sus brazos tatuados y su pelo despeinado.

—No, está bien —le contestó y se acercó hasta donde estaba ella para apoyar una muda de ropa que había sacado del placard—. Decímelo ahora así hacemos más rápido...y podés darte la vuelta, no me incomoda.

Le hizo caso y se acordó por qué había decidido no mirarlo en primer lugar: si bien quería respetar la privacidad de Lautaro, también lo había hecho porque no podía concentrarse teniéndolo tan cerca y en esas condiciones. No creía que se pudiera estar más roja de lo que estaba su cara en esos momentos.

—Eh...es sobre lo que pasó ayer... —Ella pudo ver como sus músculos se tensionaban y dejó de mirarla a los ojos.

—Ah...tiene sentido —dijo él por lo bajo y se tomó unos segundos para volver a encontrar su mirada—. Igual quedate tranquila porque no fue nada, no sé qué me pasó.

Un mundial diferente | Lautaro MartínezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora