III: Basement

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—¿Vannesa? —Llamaron su nombre.

—Lo siento. —Intentó esbozar una sonrisa.

—Te pregunté sobre la relación con tus padres. —Siguió la mujer, mientras esperaba su respuesta para seguir anotando en una agenda.

—Es buena.

—¿Es? ¿Podrías explicarme por qué hablas de ellos en presente? —Dijo en un tono pacífico.

—Era. —Se corrigió. —Es hora, tengo turno en el centro comercial. —Se levantó del sillón del consultorio y se dirigió hasta la salida.

—Para nuestra siguiente sesión me gustaría hablar un poco sobre la niña desaparecida. Supe que eran amigas.

—Hasta la siguiente sesión. —No volteó a verla y salió finalmente del lugar, intentando contener los nervios, a pesar de que cada paso que daba era un martirio para su ansiedad.

...

—Ven conmigo. —Insistió la rubia, negándole a la niña la oportunidad de seguir a ese nuevo personaje amarillo en el escenario.

Así la arrastró con ella hasta las máquinas de arcade, insertó una moneda y comenzó a explicarle el juego. Mientras estaba lejos de el escenario parecía más cómoda y tranquila, incluso había sido ella quien iniciara una conversación.

Después de un rato de euforia entre los niños, todo siguió con normalidad, las máquinas de Arcade se llenaron nuevamente de más gente.

—Es hora Lou. Vámonos. —Su madre apareció cargada de su hermana en brazos. —Despídete de tu amiga. —Le lanzó una dulce sonrisa a la niña.

—¿Podemos volver mañana?

—Tal vez. —Eleanor acarició el cabello de su hija, luego de eso hizo lo mismo con Vannesa a quien ese tipo de contacto parecía agradarle.

Elouise se despidió con un movimiento de muñeca mientras su madre la alejaba del lugar.

Vannesa pasó el resto de la tarde entre el patio de juegos y las máquinas de arcade. A ratos podía disfrutar de la compañía de algún que otro niño que decidía unirse a ella.

—Alístate, ya vienen por tí. —Pasó su padre detrás de ella, apoyando su pesada mano sobre su hombro. La niña esperó quizá una caricia de afecto tal y como la madre de Lou lo había hecho con su hija y con ella, sin embargo ese momento no llegó.

Un coche apareció en la entrada del local y el chofer bajó a abrirle la puerta.

La pizzería no cerraría hasta las ocho de la noche, pero su padre jamás permitía que se quedara pasadas las seis. Vannesa no lo comprendía porque le gustaba cuando cercana la noche las luces de colores se hacían más intensas y el lugar se llenaba de más familias, lo que para ella era un escenario agradable. En cambio estando en su casa, relativamente sola, no le emocionaba para nada.

Le tocaba cenar sola en una mesa lo suficientemente grande como para sentir una soledad inmensa. Para evitar ese vacío solía llenar las sillas de varios de sus juguetes. Muchos de ellos provenían de la tienda de regalos del local de su padre. Era lo más cercano que tenía a estar cerca de uno de los animatrónicos del lugar. Vannesa no sabía por qué, pero recordaba perfectamente las palabras de su padre advirtiéndole sobre no acercarse a ellos. La verdad es que ella sentía la misma necesidad de los demás niños a acercarse, a sentir el material afelpado de su estructura, pero a veces su padre podía generarle un terror inimaginable.

En su casa tenía algunas reglas bastante estrictas respecto a muchas cosas, y cuando las había desobedecido no le había ido muy bien, entonces cuando su padre le prohibía algo, solía seguir sus órdenes al pie de la letra. Sobre todo desde esa noche hace un año atrás.

Dead to Me || Vannesa AftonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora