VII: Mess

261 51 8
                                    

La falta de Zolpidem en su sistema había comenzado a afectarle. Luego de que sus padres le hubieran restringido el uso de medicamentos para dormir había pasado una semana entera sin conciliar el sueño. De alguna u otra manera comenzaría a afectarle, más pronto que tarde. Su conciencia misma comenzaba a jugarle en contra, comenzaba a soñar despierta y sus pesadillas se habían convertido en parte de su realidad.

Esa misma mañana había decidido tomar una ducha, con la intención de relajarse tanto como pudiera. ¿En algún momento su cuerpo no soportaría seguir despierto, no? Además, quizá hacer algo más que lamentar su existencia mantuviera sus pensamientos a raya.

Desde hace ya un tiempo, su madre había decidido cronometrar cada uno de sus baños. Así logró evitar que se bañara más de una vez al día, teniendo en cuenta que en sus peores momentos había tomado más de siete baños diarios, era lo mejor. Además, no necesitaba más de veinte minutos para limpiarse, si excedía ese tiempo entonces sabía que debía correr a auxiliarla.

Parecía sentirse más vulnerable en esos momentos, así que solía tener crisis recurrentes en la ducha.

Cerró la ducha, le parecía que el tiempo límite estaba a punto de llegar a su fin.

Abrió la cortina y se paró frente al espejo, empapado por el vapor decidió limpiarlo con la misma toalla con la que comenzaría a secarse el cabello. De su cuerpo aún goteaba agua tibia.

En el reflejo se vió a sí misma, una imagen que no podía reconocer como su rostro, decidió no fijarse en eso. Sus manos pasaron por su vientre, subieron por sus costillas, completamente marcadas por su mala alimentación. Tres comidas semanales no eran suficiente, para nadie pero incluso así para ella se le hacía imposible ingerir más. Su cuerpo desnudo era esquelético. ¿Cómo sus piernas podían sostener el peso de su cuerpo? ¿Cómo sus brazos eran capaces de levantar una hoja?

Continuó subiendo sus manos por su pecho y sus clavículas. Quiso detenerse pero no pudo. Sus manos siguieron el camino hasta rodear su cuello y finalmente sus dedos trazaron la longitud de su cicatriz, masajeó con suavidad la piel pálida que dibujaba una línea curva desde el ángulo de su mandíbula hasta el inicio de su clavícula derecha. Rascó con la uña, como intentando quitar alguna mancha de su piel, y como si eso siguiera ahí, siguió y siguió rascando.

Se sobresaltó al ver la sangre brotar de la cicatriz. Quiso limpiar las pequeñas gotas de líquido carmesí y en su intento abrió más la herida, tanto que se convirtió en una hemorragia que no podía detener. Sus manos estaban cubiertas de su propia sangre, goteaban incluso. Intentó hacer presión con una toalla de mano, y de inmediato esta se había empapado, tiñéndose de rojo. Entró en pánico, sentía que la sangre la ahogaba, comenzó a escupirla.

El desastre era tal que sus manos ya habían ensuciado parte de su cara.

Intentó limpiarlas, y notó que las dos cicatrices de sus muñecas habían logrado abrirse también. Las piernas le temblaban. ¿Moriría? ¿Cómo podría detener el sangrado ahora? Era imposible.

«¡Mamá!» —Quiso gritar, pero como siempre no había manera de que sus cuerdas vocales emitieran sonido.

Aunque esta vez ella lo asoció con la sangre ahogándola.

En un intento desesperado por deshacerse de toda la sangre, abrió la ducha de nuevo y se metió en agua hirviendo. Frotó una y otra vez su cuello, tenía el sabor metálico de sangre en su boca, ese sabor que tantos malos recuerdos le traía. Comenzó a friccionar su cara, con tal desesperación que usó las uñas. Lo mismo con el cuello y brazos.

La sangre brotaba de tal forma que sus muslos también tenían sangre seca. Eso era lo peor de todo, incluso con el agua a una temperatura infernal, sentía la sangre secándose en su piel, haciéndola difícil de limpiar.

Dead to Me || Vannesa AftonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora