Capítulo 15: Regalo perfecto

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Llegué a casa completamente derrotado, con el corazón en la mano y las ganas de no saber nada del mundo. Quería gritar, llorar y golpear algo, todo al mismo tiempo y nada a la vez. Me sentía traicionado, había confiado en una persona y me había clavado el cuchillo en la espalda de la peor manera.

Me encerré en mi habitación y abrí mi laptop, esperando que el trabajo me despejase. Pero conforme leía las páginas del manuscrito que debía leer, las letras se fueron difuminando hasta que no podía ver nada.

Lágrimas de impotencia llenaron mis ojos, pero no las dejé caer.

No tenía que sentirme culpable de algo que yo no había hecho. La víctima aquí era yo, no Ada. No tenía que dejar que ella ganase, no podía dejar que lo hiciera porque lo que ella quería era arruinar mi relación con Ruby, y si dejaba que pasara, significaba que ganaba.

No la iba a dejar ganar.

La egoísta aquí era ella.

Tenía que dejarlo pasar. ¿Qué más podía hacer?

Solo intentar olvidar este traumático día y seguir adelante. No quería perder a mi Bizcochito por nada del mundo. Mucho menos por culpa de alguien tan vil y egoísta como Ada Peters.

Decidí pasar el día en la cama, me recosté en el respaldar de la cama y coloqué mi laptop en el regazo. A pesar de querer pasar página, mi mente no dejaba de rememorar una y otra vez el momento en que acepté ese vaso de agua, y luego el momento en que desperté desorientado en su cama. Mi mente estaba hecha un lío, quería recordar lo que había sucedido en ese tiempo, que quedé inconsciente, pero era obvio que no podía hacer nada para aclararlo.

Luego de un largo rato de estar mirando la pantalla del ordenador, lo que parecieron horas, me sobresalté cuando sonó un par de golpes en la puerta de mi habitación.

—Pase.

Rogué al mundo entero que no fuera Ada.

Sabía que mi hermano estaba con Ruby, la única en casa era mi hermana Kara y ella podría abrirle la puerta a cualquiera, pero dudaba que hiciera pasar a Ada. Aunque conociéndola, podía manipular a cualquiera con sus palabras.

Estaba tan paranoico que no me di cuenta de que era Bizcochito en mi habitación hasta que alcé la mirada y me fijé en ella. Seguía vistiendo su uniforme del colegio que le quedaba fenomenal. Aprecié la vista tanto como ella lo hacía. Observó mi dormitorio barriendo con la mirada cada centímetro hasta que finalmente posó sus ojos en los míos, sonriendo con desconcierto al verme en la cama y sin camiseta.

Rogaba por que no se vieran las marcas de uñas en mi pecho.

—Ruby... —susurré su nombre con deleite, sintiéndome confundido de verla aquí, pero aun así feliz por su presencia. En un momento vulnerable como este la necesitaba mucho. Sonreí cuando sus mejillas se colorearon de rojo al contemplarla sin miramientos—. Bizcochito.

La vi hacer una mueca, como si estuviera incómoda de estar aquí. Cerró la puerta a sus espaldas, sobresaltándose con el sonido de la puerta chocando contra el marco. Noté que sus ojos bajaban por mis abdominales, subiendo y bajando con inocencia.

Adoré ver aquello en su mirada.

Ruby era tan diferente a las otras chicas que había conocido que nunca dejaba de sorprenderme.

—Vine aquí para... —Me levanté, dispuesto a ayudarla con lo que sea que quisiera. Me coloqué frente a ella justo al mismo tiempo que soltaba un suspiro—. Vaya.

Me divirtió su reacción.

Era tan genuina como ella.

—Te quedaste sin palabras —murmuré bajando mi cabeza hacia la suya, olvidando el resto de cosas cuando mis labios besaron los suyos en movimientos lentos y delicados. Saboreé sus labios, adentrándome poco a poco en ellos mientras todo desaparecía a nuestro alrededor. Los dedos de mis pies se curvaron al sentir aquel torrente de emociones cada vez que la besaba. Era algo mucho más fuerte que ambos y estaba ahí cada vez que nos mirábamos a los ojos o rozábamos nuestra piel, como si fuera un tipo de magnetismo abrasador.

La chica de abajo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora