Capitulo 08

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Xiao Zhan cerró los ojos. Iba a morir. Su intento de reinado había fracasado en menos de un
día. Seguramente sería un récord—. Mira bien cómo la muerte va hacia ti.
La voz del hombre dejó ese deje delicado y angelical para tomar un tono ronco.

Xiao Zhan abrió los ojos para ver cómo el hombre sacaba la lengua, sus colmillos seguían
retraídos. Apretó los labios con fuerza, no quería que ese hombre lo besase. Cerró los ojos pero dejó uno entreabierto, lo suficiente para ver cómo el hombre sacaba la lengua. Un aguijón negro y grande sobresalía del centro de esta.

Xiao Zhan gritó y volvió a llamar a Wang Yibo. No podía decir otra cosa. Había niños que llamaban a sus padres cuando tenían miedo, el llamaba a los hombres guapos. De tonto no tenía nada.
Xiao Zhan intentó concentrarse en aquel aguijón, parecía un piercing pero podía ver la afilada y brillante punta. Cerró los ojos esperando la punzada. De pronto sintió cómo desaparecía el peso del hombre.
Y entonces fue cuando lo olió. El fuerte aroma de Wang Yibo estaba en la habitación.

A hombre, a tormenta y a una pizca de pimienta. Estaba fuera de sí, con el cuerpo echado hacia delante. Sus músculos estaban más marcados que nunca, sus ojos estaban desorbitados, presos de la rabia. Sus manos, colocadas como garras, estaban separadas del cuerpo. Preparado para matar, como una fiera.
Los colmillos le sobresalían de la boca, echando hacia atrás aquellos perfectos y carnosos labios que una vez lo habían besado con pasión.
Zhe Han estaba pegado a la pared, no parecía tener miedo. Es más, estaba sonriendo de lado, pero la posición de sus hombros indicaba que estaba inseguro.

—Lincoln estaría orgulloso de ti, Wang Yibo. ¿Te lo follarás en su tumba?
Wang Yibo no se dejó intimidar por aquellas palabras. No le afectaba nada de lo que
aquella escoria dijera. Con el rabillo del ojo comprobó que Xiao Zhan estuviera bien. El
chico tenía la respiración agitada y seguía medio tumbada en la cama.

—¿Qué querías de el? Podríamos llegar a un pacto antes de que lleguen los demás. —Intentó no mirar la desilusión del chico ante aquellas palabras. Por una extraña razón no lo vio divertido—. ¿Tú quieres su sangre? Yo solo tirármelo, podemos compartir. Solo tienes que decirme qué ganas con esto. Yo también quiero sacar algo.
Zhe Han alzó su fina ceja y aplaudió. Negó con la cabeza sin que su pelo se moviese. Miró por la ventana antes de contestar. Las aletas de su nariz se abrieron un poco. Wang Yibo sabía que estaba comprobando si tenían compañía fuera.

—Buen truco, daemon. Pero no hago tratos con mentirosos.
—Nunca sabes cuándo estoy hablando en serio… —dejó caer Wang Yibo mientras abría los brazos en un gesto de rendición—. Solo tienes que arriesgarte. ¿Lo tomas, tuath? Sé que tú solo haces pactos si vas a sacar un beneficio. Míralo, su sangre está esperando. Sé que si lo caliento un poco, no se resistirá. Lo tengo loco.

Zhe Han hizo como si meditara durante unos instantes y después negó con la cabeza lentamente. Dirigió la mirada hacia la cama. El principe temblaba mientras se tapaba con la sábana. Una escena realmente conmovedora.
El chico tenía el pánico grabado a fuego en los ojos. El color ámbar había cambiado, estaba oscurecido. El viento cesó fuera. La lluvia tomó un cariz más calmado, como una melancólica tarde.

—Es una pena. Lo habríamos compartido.
Zhe Han dobló la lengua.
—Toma —gritó Xiao Zhan mientras lanzaba una navaja.
Wang Yibo la tomó al vuelo y alzó una ceja. Sonrió y después la tiró al suelo.
Desenfundó su espada, una que medía ocho veces más que la pequeña navaja que le
había prestado el chico; y se encogió de hombros.

—Bueno, creo que va siendo hora de que me vaya. Ha sido todo un placer estar en tu cama, bonito.
Wang Yibo gruñó y atacó con su arma. Estaba entrenado en esas artes. Tenía mejor ataque que cualquiera de sus aliados. Puede que no tuviera la fuerza de Hai Kuan pero nadie lo ganaba en velocidad. Fue directo al corazón del hombre. Atravesó el pecho de este con una entrada limpia.

👑El último principe de Leal 👑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora