Capitulo 10

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Zhuo Cheng estaba tumbado sobre su cama con la vista perdida en el techo. Solo quedaban siete días. Siete largos días de espera. Suspiró. Llevaba casi cien años esperando ese jodido día.
La alarma de su despertador sonó.

Las doce menos cinco de la noche. Se levantó y se paseó las manos por la cabeza rapada. Otro día más. Se levantó y se colocó frente al espejo.
Su oscura mirada estaba cargada de desesperación. Ciento sesenta y ocho horas lo separaban del esperado reencuentro. El despertador volvió a sonar indicando que eran las doce en punto. Miró su reflejo esperando el momento. Como cada noche su pelo crecía hasta la altura de los hombros. Era digno de ver cómo crecía deprisa y se colocaba a la misma longitud que aquel fatídico día.
Tragó saliva y sacó la máquina de cortar el pelo.

—Te quiero —balbuceó antes de raparse el pelo al cero. Los mechones caían sobre el suelo. Pelo castaño, fuerte y sano. Terminó y volvió a pasearse la mano por el pelo al cero—. Siete días.
Un fuerte golpe sonó en la puerta. Alguien muy estúpido tenía que ser para molestarlo a esa hora. Todos sabían que necesitaba por lo menos treinta minutos para recomponerse.
—¿Qué? —rugió sin poder evitar su mal humor.

—Es el principe. Está inconsciente.
Mierda. Zhuo Cheng miró el pelo sin recoger y salió de la habitación a toda prisa. Tomó una camiseta que tenía encima de la cama y se la colocó mientras salía por la puerta.
El pasillo estaba oscuro pero la visión de los vampiros se adaptaba. Allí estaba
Zheng Xing, más pálido de lo normal.
—Espero que no le hayas hecho nada.
La amenaza de Zhuo Cheng solo hizo que Zheng Xing sacara los dientes y lo mandara a la mierda. Los dos machos recorrieron el largo pasillo hasta llegar al comedor. Allí se encontraba Hai Kuan, de pie junto a Xiao Zhan. El macho era grande, más que los demás guardianes.

Su tono de piel oliváceo y esas gafas de sol oscuras le proporcionaban una imagen fría y peligrosa.
El chico parecía estar muerto. Tirado en el sofá con su larga cabellera de color negro en contraste con su pálida piel. Las pecas de su cara parecían haber desaparecido. Los labios del chico estaban inflamados.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Zhuo Cheng mientras tomaba la muñeca del chico intentando encontrarle el pulso.
—Estaba esperando a que recogiera sus cosas cuando oí un fuerte golpe.

Estaba ya así —comentó Zheng Xing paseándose por la habitación, todavía llevaba puesta su
gabardina negra—. ¿Creéis que es el cambio?
—En teoría nos quedaba un mes para el cambio. — Hai Kuan miró el teléfono—. Pero con toda la mierda quizás se le ha adelantado.
—Aquí lo tengo —comentó Song Ji entrando en la habitación.
Zhuo Cheng alzó una ceja, se suponía que su compañero estaba fuera visitando a su clan. Song Ji  saludó a Zhuo Cheng con la mano antes de dejar caer el libro encima de la mesa.
—Aquí tiene que poner algo sobre cómo alimentar a un vampiro de sangre pura.

El hombre parecía un jodido abogado con su ropa cara. Siempre vestía de etiqueta, le molestaba la ropa de poca calidad. Su pelo estaba bien peinado, nada de modernidad. Nada de Internet ni de teléfonos móviles.
Song Ji pertenecía al lado clásico. Siempre fiel a lo antiguo.
Hai Kuan volvió a llevarse el teléfono a la oreja pero parecía no contactar con la persona a la que estaba llamando. Cabreado, tiró el aparato lejos. Hasta que este se empotró contra la pared.

—Aquí hay algo. Niñas, ¿quién será el bocadito de el príncipe? —preguntó Song Ji con tono divertido—. Según esto, el cambio será parecido al de un vampiro hijo.
Será a los diecinueve años y tendrá que ser atendido por un vampiro. ¿Por qué no habíamos leído esto antes?
—Yo lo había leído.
La voz alegre de Xu Kai irrumpió en la sala. Ese hombre siempre estaba con una sonrisa en la cara.

Wang Yibo entró justo después. A juzgar por la expresión de su cara, era mejor no hacer ningún comentario estúpido. Su espalda estaba tensa y el músculo de su cara temblaba en un tic. Un jodido tic que indicaba que había peligro.
Xu Kai se paseó por la habitación hasta que llegó al lado de Song Ji. Leyó por encima del hombro de este y pasó las páginas, con lo que hizo que el otro hombre soltara una maldición.
—Cállate —le ordenó mientras seguía buscando algo en el libro—. En una de estas páginas hay una cosa muy interesante.

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