Capítulo 10. Monstruos

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Elian estaba tratando de mantener la calma, alejado lo más que podía de las demás personas, aunque era algo difícil, considerando que se hallaba en medio de una fiesta cuyo fin principal era que todos convivieran con todos. Se estaba arrepintiendo de haberse quedado, aunque antes había tenido una charla muy interesante con la legendaria autora de la Saga de Swicth, Madame Rovenic. Sin embargo, la Madame se había retirado pronto de la fiesta:

-Ya no tengo edad para estas cosas.

Elian era mucho más joven, pero siempre se sentía fuera de lugar en eventos como éste. Recordó por qué no le gustaba asistir a los bailes. A Yeria no la había visto por ningún lado. No pensó que le costaría tanto encontrarla, pero el lugar estaba repleto. Elian se quedó, pues, cerca de una mesa con bocadillos y copas llenas de agua a las que nadie les hacía ni caso. Notaba que la gente a su alrededor hablaba cada vez más alto, con los rostros sonrojados y sonrientes. Muchos bailaban en parejas al ritmo de los animados violines de la orquesta. Notó que una joven le sonreía desde el otro lado de la pista y le hacía un gesto para que se acercara. Pero Elian ya había tenido suficiente.

Decidió intentar encontrar a su tía para despedirse. Entonces la vio. No a su tía, sino a Yeria Valerian. Se empinaba una copa tras otra de vino de zarzas, cerca de la mesa donde lo servían. O tenía mucha sed o le encantaba ese vino. No había tiempo que perder.

-Oye, tú.

Ahora fue Yeria la que se atragantó con la bebida al verlo.

-Yeria Valerian... o debería decir... ¿Valery?

Yeria seguía tosiendo un poco, pero aun así exclamó:

-¿Qué demonios haces aquí?

-Tenía algo que devolverte.

Elian decidió que no tenía por qué seguir alargando la conversación, así que le tendió su libro. Yeria parecía perpleja. Tomó el ejemplar con las dos manos, lo observó unos segundos y luego levantó la vista hacia él. Sonreía, una sonrisa de verdad esta vez, aunque la mirada la tenía un poco febril, quizá por todo el alcohol que había estado bebiendo.

-Gracias, Fénix.

-Shhhhh.

Elian le tapó la boca con una mano. Luego fue consciente de lo cerca que estaban y se alejó casi de un salto.

-Perdón, ojalá puedas guardar el secreto... quiero pensar que no le has dicho a nadie hasta ahora... ¿no le has dicho a nadie, verdad?

-¡Baila conmigo!

-¿Qué?

-¡Anda!

-Pero...

Elian se vio arrastrado por Yeria a la pista de baile. O Yeria era una joven con mucha fuerza o Elian no opuso suficiente resistencia. Tiempo después se lo preguntaría.

Las parejas a su alrededor se movían a un ritmo lento. Los músicos habían comenzado a tocar un vals muy tranquilo. Vaya suerte. Elian no tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero Yeria se acomodó rápidamente, rodeando sus hombros con ambos brazos y apoyando su cabeza en la de él. Elian la sostuvo por la cintura: parecía ser lo que tenía que hacer. A su alrededor las parejas se habían acomodado de manera similar. Yeria olía a flores y vino de zarzas. Elian se permitió cerrar los ojos un momento. Sólo un momento.

De pronto, el salón de la mansión quedó a oscuras. Todos los candelabros y antorchas se apagaron al mismo tiempo. Los músicos interrumpieron el vals que estaban tocando y el bullicio disminuyó y se convirtió en susurros desconcertados. Yeria y Elian se separaron. De las ventanas más altas se filtraba la luz de la luna, pero pronto fueron obstruidas por figuras oscuras de ojos rasgados y rojizos. Elian les vio forma de enormes pájaros. A su lado, Yeria susurró:

-Mierda...

Y los monstruos atravesaron las ventanas y se abalanzaron sobre ellos.

Rojo y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora