II - VOCES DEL MAR

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Es grato pensar que todos los hombres fuimos creados iguales. Hijos del mismo balance, de los mismos dioses, de la misma vida. Dignos del mismo respeto y dignidad. Pero; con todo, hay que reconocer que algunos hombres son diferentes.

Hay hombres que luchan hasta la muerte y hombres incapaces de tomar una lanza. Hombres con el don de la sabiduría y unos malditos por la estupidez.

Hombres sin ningún talento y otros a quienes los dioses otorgan su favor. Su bendición.

En la vieja lengua estos eran llamados «Beati Deorum». Los benditos de los dioses...

Diario Secreto de Magnus Aequor Skylos

I

Su corazón latía acelerado. Palpitando al mismo trepidante paso del centenar de pies que levantaban polvo y arena junto a los suyos. El aire salía cálido y rápido por su nariz y el sudor resbalaba sobre su pecho.

Esto no tiene sentido...

El cielo permanecía oscuro. Nada raro tomando en cuenta que, tanto él como el resto de su centuria, se habían levantado horas antes de amanecer. El aire era frío, aunque la arena bajo sus pies se mantenía cálida.

—¡¿Qué pasa, florecitas?! ¿Eso es todo lo que pueden hacer? ¿De eso se trata? ¿Es esto todo lo que pueden hacer? —gritó el viejo Leto; el oficial a cargo de la centuria de Aequor.

—¡No, señor! —gritaron todos los cadetes. Aequor entre ellos. Esto no tiene sentido...

—¿Acaso están cansados? ¿De eso se trata? ¿Es que acaso están cansados?

—¡NO, SEÑOR!

Esto no tiene sentido...

Aequor llevaba dos años en Cresta de Alga y se había acostumbrado a la rutina. El arduo entrenamiento; aquellos trotes forzados en las playas del islote, la disciplina, el orden, el esfuerzo... era una vida dichosa, al menos para él.

Sencilla, pero dichosa.

Aequor oteó a sus compañeros. Akris, como siempre, iba a la cabeza de la fila.

Con la espalda empapada de sudor y una respiración tan presurosa como controlada. Albus, Vito y Cato, lo seguían de cerca, Aequor iba pisándoles los talones y, al fondo, venía Thalasius que, hace un rato, había llegado al punto de dejar de sonreír y fruncir la cara.

—¿Qué pasa, Thalasius? ¿Estás enojado conmigo? ¿Es eso? ¿Acaso estás enojado conmigo? —le rugió el viejo Leto, expulsando gotitas de saliva al gritar.

—¡No, señor! —respondió Thalasius. Aunque por su cara, parecía querer responder diciendo maldito viejo infeliz o algo parecido.

—¿Crees que porque eres el sobrino del general Markus voy a ser condescendiente contigo? ¿Es eso? ¿Acaso crees eso?

—¡No, señor! —tronó Thalasius.

Esto no tiene sentido... pensó Aequor, que tenía que mirar sobre su hombro para enterarse de lo que estaba pasando entre su hermano adoptivo y el oficial a cargo. Thal nunca se rezagaba ni se cansaba tan rápido.

—¡Pues más vale que empieces a mover ese trasero, muchacho! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! —rugió Leto; mientras daba a Thalasius un par de golpecitos con su fusta. Thal apretó el paso.

El viejo Leto; un veterano con más batallas que dedos, era un hombre enjuto, de brazos velludos y venas marcadas. Era increíble que un hombre de su edad, casi calvo, huesudo y con el cabello todo blanco, se mantuviera tan activo.

SOBERANA DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora