Los supervivientes de «El Calamar» dijeron que fue como si una nueva estrella apareciera en los cielos.
Una estrella que, apenas asomar su brillante rostro, se precipitó sobre ellos como un alcatraz en busca de peces. Pintando de negro los mares y haciendo rezar, incluso, a los que se habían olvidado de los dioses...
Diarios de Mar «Brazo Quemado».
Dios Emperador de Thalassía.
Markus no quería abrir los ojos. No sabía cuánto tiempo llevaba masajeándose las sienes, concentrado en el fuerte dolor de cabeza y la sensación del licor que bullía en su pecho. Extendiéndose en cálidas cosquillas por su vientre y brazos.
Más allá de sí escuchaba las voces. Voces de las que; aun estando demasiado mareado para entender una palabra, era consciente.
Ignorándolas extendió el brazo hasta la mesita junto a su asiento, tomó un vaso de licor y lo vació de un trago. Le ayudaría con la migraña.
«Debería parar...» pensó. «No puedo perder la consciencia. No puedo dormirme ahora».
Dormir. Aquello sonaba muy bien. Naturalmente, tras casi una semana en vela, Markus no podía imaginar nada más agradable que una pequeña siesta. Una siesta capaz de convertirse, porque no, en varias horas de sueño. Sonaba absurdo intentar mantenerse despierto con los ojos cerrados, pero no se le ocurría mejor alternativa.
Sus oficiales seguían discutiendo y exigiendo indirectamente su atención. Markus apretó un puño y trató de serenarse.
Le dolían los ojos y sabía que cualquier mota de luz, por pequeña que fuera, lo empeoraría todo. Además, mientras se concentrase en el dolor de cabeza, el mismo dolor que, irónicamente, trataba de silenciar a fuerza de alcohol, se mantendría despierto.
En ese momento sus oficiales alzaron la voz. Estaban volviendo a pelearse.
—¡SILENCIO! —rugió Markus dando un puñetazo sobre la mesa.
Los hombres callaron, un vaso se rompió contra el suelo y Markus sintió una punzada de calma venir con el silencio. Eso y algo de vergüenza.
«Fue un error. No puedo perder así la compostura». Pensó preocupado. «No puedo darles ninguna oportunidad a esas serpientes del concejo. Debo mantener el imperio unido hasta que el dios vuelva. Se lo prometí».
Markus abrió los ojos.
Por fortuna, y para su sorpresa, la luz remitió un poco su migraña. No así el dolor en sus muñecas y otras articulaciones, que siguió ahí. Presente como la amenaza de una inminente tragedia que, para Markus, era lo que significaba.
Con todo, el general agradeció el breve momento de alivio.
En la habitación; casi tan amplia como lo eran sus propios aposentos del palacio imperial, había varias lámparas llenas de relucientes medusas y crustáceos que repartían su brillo verdi-azul por el lugar además de un par de diligentes braseros que, juntos, mitigaban un poco la densa y pegajosa oscuridad.
A unos pasos por delante de Markus había un grueso cristal transparente y, del otro lado, el mar.
—Almirante Atrius.
—Mi señor mano derecha —respondió Atrius. Un tipo de estatura media, cabello cortado al rape y mejillas mal afeitadas.
—Informa —sentenció Markus.
—Llevamos en las aguas adyacentes al montículo del calamar harán unos treinta y cinco minutos, mi señor mano derecha. Hará una hora y media nuestros vigías se toparon una flotilla proveniente del lugar.
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SOBERANA DE FUEGO
FantasyDurante miles de años los marinos de Thalassía y los Cenizos de Ta-Heret han sido enemigos mortales. Tan incapaces de entenderse como la venganza y el perdón. Por miles de años sus dioses se han odiado con furibunda pasión, arrastrando una rivalida...