III - DEMENCIA - PARTE DOS

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Aequor alzó la vista y contempló el cielo nocturno. Un cielo precioso y elegante. Bañado de estrellas y adornado con una luna llena que fulguraba como la perla más grande en un collar.

Aequor deslizó su mano sobre la gruesa almena de piedra y miró más allá, hacia el vasto océano, en donde una vasta niebla, espesa cual pasta de algas se extendía más allá, a millas de las altas murallas de Cresta de Alga, rodeándola como una mano al mango de una espada.

Tan espesa que, de los luminosos destellos de la vecina ciudad de Tritonia, por lo natural visibles, no se advertía el menor detalle. Aequor se mesó la armadura.

Revisando por milésima vez en la noche que aquella coraza, que llenaba moderadamente bien para un muchacho de su edad, siguiera en su sitio. Luego; lanza en mano, comenzó su recorrido por la almena de esa muralla que le correspondía patrullar.

Aquella niebla le ponía nervioso.

Remo Cornelius; el hombre a cargo de la guarnición, había ordenado a casi todos los benditos de Cresta de Alga trabajar en conjunto para rodear las inmediaciones de la isla con aquel antinatural manto de niebla.

Una estrategia cuya utilidad Aequor no terminaba de entender.

Sí; entendía que la niebla podía suponer un problema leve para los soldados cenizos que se atrevieran a acercarse a las costas de la academia y, además, ayudaría a los vigías a identificar cualquier intrusión, después de todo, era imposible esperar que algo o alguien pudiera avanzar por tan espesa bruma sin dejar tras de sí un rastro visible.

Lástima que dicha medida también supusiera un gasto innecesario de energía y un riesgo. Usar la bendición constantemente era agotador, lo que convertía aquel fuerte de niebla en una suerte de estandarte que casi decía "Benditos agotados aquí. Enemigos atacar con fuerza."

"Al menos es lo que yo haría si fuera el general enemigo." Se dijo Aequor que, aun así, obedecía sus órdenes. Siguiendo su ruta y sin despistar por un momento, aquel cielo libre de nubes. El cielo despejado era buena cosa. Con un cielo así ningún jinete de dragón Taherita podría acercarse a sin ser visto.

Durante su enésimo recorrido de la noche se encontró a varios de sus compañeros de centuria, pero no se detuvo a saludar a ninguno. Talvez porque, todos, desde el malhablado de Auron al presuntuoso de Vito, estaban demasiado nerviosos para hablar de nada.

No así cuando se encontró con Akris quien, como no podría ser de otra forma, se permanecía firme y estoico en la posición a la que había sido asignado. Con la mirada fija en el horizonte y sus manos afianzando con fuerza su lanza. Al verlo nadie pensaría que llevaba unos dos días y medio sin dormir.

"Nadie lo pensaría de mi tampoco." Casi era gracioso. Antes de que el mensaje de Markus llegara a Cresta de Alga Aequor había estado preocupado por ese extraño insomnio que le permitía pasarse las noches y los días entrenando sin llegar a sentirse cansado. Ahora, sin embargo, lo agradecía.

SOBERANA DE FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora