Su nombre era Usman, hijo de Umar.
Tenía veintitrés años, dos hermanas, un padre invidente, una esposa y una hija que nunca le conoció. No consigo recordar su rostro, su aspecto y el momento en que lo hice, pero Velkar dijo que me vio traspasarle el pecho con mi lanza.
Fue el primer hombre al que maté.
«Yo; Aequor» de Magnus Aequor Skylos.
Segundo heredero del clan Skylos.
I
«Nunca me había sentido tan estúpido...»
Aequor llevaba años preparándose para la guerra.
Había leído muchos textos. Textos donde, tanto los viejos dioses, como los grandes generales, plasmaron sus reflexiones sobre el sombrío arte de la guerra. Muchos de sus instructores en Cresta de Alga instaban a los jóvenes a luchar. A hacer méritos en el campo de batalla y combatir hasta el último aliento por la eterna gloria del imperio thalasiano.
«Estúpido...»
Muchos de sus compañeros se emocionaban cuando oían hablar de la guerra, a la que veían como una oportunidad de probar su valía. De ganarse la aprobación de los dioses y convertirse por fin en hombres de verdad. Aequor; sin embargo, nunca había creído demasiado en la supuesta «gloria» de la guerra.
Casi todos los hombres a los que respetaba habían luchado antes de que empezara a crecerles barba y, aunque se les honraba y admiraba por ello, nunca había pasado por alto que a ninguno de estos veteranos parecía gustarle hablar del tema.
Markus solo hablaba de la guerra cuando bebía de más y sus historias eran, como mínimo, horrendas. Ciudades arrasadas, mujeres violadas, hombres traumatizados, cuidades enteras convertidas en festín para cangrejos, cuervos y alimañas.
Su padre decía que las armas eran los únicos instrumentos de mala suerte que podían salvarte la vida y Akris, que parecía no temer a nada, siempre decía que, si los dioses eran buenos, nunca tendría que volver a pelear.
Era por eso que Aequor se creía realmente preparado para la guerra. Porque, incluso aunque una parte muy pequeña de él hubiera deseado la oportunidad de probarse a sí mismo y saber si estaba o no a la altura de esos hombres a los que idolatraba, tenía claro que añorar la guerra era cosa de necios y arrogantes.
La segunda era ésa. Sabía que había un trecho enorme entre escuchar o leer sobre algo a vivirlo en carne propia, pero en el fondo, muy en el fondo, se había creído preparado para la guerra. Había creído que saber de la diferencia entre era suficiente...
«Pobre niño estúpido...» le reprochó una voz en su cabeza. ¿Su propia voz?
En ese momento no importaba. Lo primero era entender qué diablos estaba sucediendo. Aequor parpadeó. Se sentía muy extraño. Le dolía un costado. Su cabeza latía con fuerza y un manchón de sangre, ignoraba aun si propia o ajena, manchaba su pierna derecha.
Había sucedido muy rápido. Primero el dios del fuego había aparecido en el cielo nocturno. Brillante como un pequeño sol. Luego vinieron los ataques.
Una andanada de fuego similar a las saetas de un arquero, pero mucho más potentes. Una parte cayó en las aguas que rodeaban el islote, levantando furiosas olas y columnas de vapor altas como gigantes, pero la otra parte cayó sobre el islote, sacudiendo los cimientos de cada edificio de Cresta de Alga y tambaleando la propia isla hasta sus bases.
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SOBERANA DE FUEGO
FantasyDurante miles de años los marinos de Thalassía y los Cenizos de Ta-Heret han sido enemigos mortales. Tan incapaces de entenderse como la venganza y el perdón. Por miles de años sus dioses se han odiado con furibunda pasión, arrastrando una rivalida...