1- Brisa del viento.

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Mientras el príncipe bajaba hacia la cocina, el sonido terroroso de la gente del pueblo viniendo a regalar sus frutos a buen grito el cual irritaba a cualquiera, vivía en la puerta principal del reino; El castillo del sol.

—Señorito—saltó con sarcasmo la reina Shopie.

Alexander resaltó y rápidamente miró a su madre.

—Dios. Mama, vaya susto—suspiró aliviado.

Shopie revolvió el pelo del más pequeño.

El besó su mejilla y agarró rápidamente una velocidad para ir a la cocina donde le esperaba Madisson, la condesa del reino contrario.

—Su alteza, buenos días.—soltó la mujer de cabellos oscuros como la noche y sus ojos brillosos verdes.

—Señora Madisson—suspiró.

Mientras; Alexander movía la silla para sentarse cerca, pero no mucho de ella.

—Déjeme contarle sobre Elizabeth, mi hija—dijo con redundancia la mujer.

El príncipe sin una gota de ganas para escucharle, miró por la ventana, viendo el otro castillo e  la montaña de en frente. El reino Noche.

—¿Y bien príncipe Alexander? ¿Qué piensa ante mi propuesta?—dijo con retintín la señora Madisson.

—Ah...—volvió a mirarla dudoso—¿Qué piensa su hija ante esto?

Aquella pregunta, hecha con intención de evitar el tema, tubo todas las papeletas para ofender a la mujer de cabellos pelirrojos ondulados; sus labios pintados de un rojo fuerte, se abrieron acompañando a sus ojos verdes los cuales se sorprendieron a mas no poder.

—¿¡Es una broma!?—Alzó la voz ofendida—¿A quien le importa eso?, ni siquiera la conoce, no puede decir nada.

Con rapidez y cabreado, Alexander se interpuso en las palabras de aquella mujer.

—Exactamente señora, esa es la primera razón, siento que la necesidad vulgar del dinero en sus venas es dolorosa, para mi , para su hija y incluso podría llegar a decir que hasta para usted, Madisson ¿Usted ama a su hija? realmente, me duele.

Madisson congeló su expresión y seguido habló.

—Yo si amo a mi hija, pero son sus obligaciones casarse, tener hijos y formar una familia.

El príncipe, aún enfadado con aquella mujer y el tema en general, se levantó de la silla y seguido dijo.

—Señora, no quiero casarme con alguien que ni yo amo, ni ella me ama, nisiquiera me conoce, ¿Usted cree que soy solo un mando para generar dinero? y esto es solo por eso, por el dinero que hay en medio de todo esto, ¿Donde queda el amor de verdad? ¿Donde queda la dignidad de su hija y la mía? ¿Donde esta esa felicidad que la gente desea a sus hijos mas queridos, y mas a la única que usted tiene? no se le da bien hablar de estos temas, pero si sabe usar a la gente.

Ofendida por completo, abandonó la habitación.

Cuando por fin escuchó la puerta cerrarse, agarró una manzana y la comió mientras miraba de nuevo por la ventana hacia el castillo de la noche.

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William un chico de cabellos negros, ojos amarillos como el sol en una mañana de verano, y su piel blanca como la nieve, se encontraba escribiendo aún en su libreta, investigaciones sobre las estrellas, aficionado a ellas, a la luna, a el viento de la noche, a la tranquilidad de la oscuridad; a la astronomía.

Con una posible sonrisa en su cara mientras dibujaba tranquilo a detallada manera la luna, Alguien abría las puertas enormes de aquella habitación.

una chica rubia, con mechas de color verde lima, y ropas de limpieza, sus ojos morados deslumbraban mas que las llamas de luz de aquel candelabro de plata que sujetaba con una de sus manos.

—William, son apenas las diez de la mañana, por favor, si padre piensa que es mejor si descansa, recuerde su papel en este pueblo su alteza.

Suspiró y seguido él soltó la pluma con la que escribía.

—Evelyn, dile a mi padre que nadie tiene sueño a las diez de la madrugada.

—Lynn suspiró, cansada y abrumada.

Evelyn agarró un vaso vació que quedo en una mesa de allí y se fue de la habitación.

El príncipe se levantó de aquella silla solitaria y fue a ver la cortina que tapaba su ventana, la cual se situaba detrás de su cama. Una ventana gigantesca, tapada por una gran cortina negra del mismo (incluso mas) tamaño de la ventana.

Suspiraba de aborrecimiento, ya que el reinaba sobre un pueblo que nunca logro ver, en el dia alumbrado.

Un pueblo, que incluso con las cortinas de par en par, nunca lo podrá ver, pero igual este lo reinaba, y no, no porque no le quedara otra, si no porque lo amaba y lleva veintidós años amando a su pueblo y sea así hasta que él desaparezca.

Lo amará ciegamente.

—Ugh—quejaba Liam—Que dolor de cabeza, siento que voy a morirme.

Un gato negro como la noche misma, se sentaba en la silla que antes fue usada por el príncipe.

—Hola Miyo—dijo mientras acariciaba la cabeza del gato azabache.

El chico bajó hacia la cocina para despejarse un momento de aquel dolor que procedía de su cabeza; un descanso.

Allí estaba uno de los caballeros en la puerta inmensa de la cocina.

—¿Puedo?—Preguntó el príncipe.

—¿No es muy temprano para usted?—recalcó aquel caballero firme, su pelo castaño, liso y corto; sus ojos cafés y su voz tranquila y cariñosa.

William miró el reloj que se posaba al lado del caballero.

—Ohm, ¿no lo sé? dígame Francisco—soltó una sonrisa picara.

—Liam, son las diez menos cuarto de la mañana—dijo él, mientras miraba el reloj que antes el chico había obviamente observado.

En ese momento William tubo tiempo para pasar sigilosamente hacia dentro de la habitación.

—¡Príncipe William!—Asentó el caballero y luego entro tras él.

—Tranquilo, ni siquiera vengo por comida.

—Créeme, no es mi principal preocupación su alteza.

El príncipe agarro un panel tintado de negro y abrió con cuidado la cortina de la ventana de aquella cocina para observar con el panel de vidrio en sus ojos.

—Fran, ¿Que ves?—dijo el príncipe mientras le daba unos prismáticos.

—AH- mi alteza esto parece un acto de acoso...

—Aha... ¿Vas a decirme oh?—subió un tanto la mirada a el caballero y este agarró los prismáticos con vergüenza. 

—Es solo el príncipe Alexander comiendo una manzana y uh...—Paró un momento y siguió hablando—Esta mirando hacia aquí...

—¿enserio?—sonrió William.

—¿Qué tanto le interesa el príncipe Alexander?—Dejó los prismáticos y cerró la cortina.

El príncipe bajó el vidrió y con una voz tranquila dijo...

—Porque, es un chico magnifico, bello, hermoso, perfecto... almenos a mis ojos, no evito escuchar las noticias que se repiten del día anterior en la radio, ver su cara en el periódico de cada mañana—suspiró—Es un chico fantástico, ¿lo viste ayudar a los chicos del pueblo recoger la cosecha de verano? es...

—No puede estar con el William.

...

...

....

No te permito estar con él...

El príncipe sol Y el príncipe luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora