La última señal

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   Eones atrás, la primera creencia surgió y junto a ella nació un dios. Aquel reino, anochecer tras anochecer, permitió el nacimiento de incontables dioses, algunos resguardaban a los humanos en su día a día, otros bendecían sus vidas. En las tinieblas se encontraban demonios y deidades nacidas del pecar que solo intentaban injurias provocar, un poco de todo se podía hallar. Con el tiempo, el bienestar y la abundancia de los dioses en aquel paraíso comenzó a desmoronarse, la gente comenzaba a dejar de creer, con sus creencias moría el dios y con su muerte desaparecía su reino. Algunos dioses preocupados por la humanidad intentaron enseñar a hacer su trabajo a los humanos, pero fueron pocos los que los escucharon, año tras año morían a mayor escala, hasta que llegaron al día de hoy.

La tiniebla la absorbió, aquel reino había perdió todo su color, murió la última divinidad entre aquella muchedumbre que alguna vez existió. La muerte emergió y andando por su altar concilio una decisión, no pretendía repetir el mismo destino. Al llegar al salón las puertas abrió, melancólica y con una voz quebrantada anuncio —El último dios ha muerto, y con el mi trabajo. — La vida reclino su cabeza, no entendía a que se refería su fiel compañera. Cuestiono confusa a que venían sus palabras y la muerte las reafirmo, se había acabado su labor, se negaba a morir igual que cada uno de los dioses, olvidada por los humanos a los que tanto defendió. Intento salir de esa sala celestial llena de asientos ahora vacíos, pero la vida no lo permitió. —Es nuestro deber, ¿Tienes una idea de lo que pasará con el mundo, la gente, toda la existencia, si no exista la muerte? ¿Acaso olvidaste lo importante de tu labor? — La muerte conocía su deber y sabía a la perfección que sucedería sin ella. —Vida, cada dios existente ha desaparecido, los humanos dejaron de creer en nosotros y comenzamos a desaparecer. No pasarán más de mil años antes de que se extinga la vida y con ella tu existencia. Y sin vida, no habrá muerte, si voy a morir, no será sirviéndoles a ellos.

Nacida junto al primer ser, conocida entre todos los dioses como la anciana más llena de vida, repleta de sabiduría, no entendía por qué la muerte tenía un deseo egoísta. En un intento de confrontación, llena de enojo reclamo —¿Por qué es tanto el afán por abandonarlos? ¡¡SOMOS SUS PROTECTORAS!! Hemos nacido para cuidarlos y ese es nuestro único deber. — Las antorchas que rodeaban el lugar se encendieron bruscamente, la muerte se detuvo y con dolor hablo —La gente busca como vivirte plenamente, intentan aprovecharte, quieren disfrutar cada segundo de lo que tú les brindas. ¿Sabes lo que piensan de mí? ¿Siquiera alguna vez has sentido, lo que se siente ser ignorada? La gente en busca de paz intenta olvidarme, cuando hago mi trabajo la gente se llena de repugnancia, aflicción, me desprecian como a ningún otro guardián. Desde la primera muerte fui temida, simplemente no planeo vivir mis últimos años así, si es que a eso se le puede llamar vida.

Dentro de su desesperación, la vida pensó en un plan. Brusca se levantó de su trono gritándole que se detuviese, la muerte con una mirada capaz de atravesar cualquier alma la miro con molestia, pero la vida no se rindió. —¡¡Donde yo me encuentre, existe una esperanza, donde mi llama florezca, la gente mantiene la calma y sigue de pie!! — las llamas cambiaron su color de un rojo oscuro a un amarillo reluciente —Y donde yo me encuentre, la humanidad va a prosperar, por eso no voy a permitir que te vayas.

La muerte desvaneció su mirada mortal, estaba agotada y no podía pelear. A paso firme camino sobre los pétalos marchitos de su reino confrontando a la vida.

—Dime, ¿puedes curarlos? ¿Puedes salvar tan solo a uno de ellos de su miseria? Sabes que no puedes, te aferras a nuestras antiguas creencias, aunque sepas que no es posible salvarlos. He esperado durante generaciones enteras por qué cambien, mantuve mi fe, pero simplemente nunca lo harán.

Su compañera observó el melancólico rostro de aquella diosa que una vez creyó en los humanos, sabía que tenía miedo, siempre había ocultado como se sentía en un intento de ser un pilar tan fuerte que pareciese no poder derrumbarse. La gente se daba a la idea de que iban a morir algún día, antes ni siquiera sabían que era la muerte. Cuando se acercaba a los grandes hombres intentando ayudar guiándolos en su camino, estos intentaban atacarla. Nunca había recibido una sola sonrisa al aparecer, siempre era despreciada.

—Querida, marchemos de este reino juntas. Influenciamos sobre todo aquel que pise lo que es nuestro, soy la muerte y tú la vida, tenemos el poder para hacerlo. Sabes que mientras yo permanezca aquí, nadie será capaz de amarme.

La vida abrazó a la muerte volviéndose una con ella, le permitió sentir su alma por unos segundos y estos fueron más que suficientes.

—¿Tú de verdad me...?

—Lo hago como nadie nunca lo ha hecho, sabes que soy un poco tonta, al tener toda una vida para tomarme una tarde y compartir contigo, suelo olvidar que en algún momento se puede terminar este camino.

—Bien, si ese es el caso — tomo asiento en su trono —dime que es lo que propones.

Un debate entre la vida y la muerte transcurrió en aquellos tronos durante meses, cada argumento destrozaba al anterior de tal forma que ni el juicio más desafiante de la tierra podría estar al nivel. La muerte defendía el cómo los humanos seguían destruyendo su propio reino, la vida mostraba a quienes lo impedían. Tras treinta y tres años de disputa sin final llegaron a un acuerdo.

—Muerte, podemos seguir discutiendo durante siglos y agotar tu tiempo, no deseo eso. Te tengo una propuesta, permíteme mostrarte un nuevo mundo, vamos a someterlos al juego final.

—¿Es en serio? ¡TENGO EL TRASERO DORMIDO DE ESTAR TANTO TIEMPO SENTADA POR ESTA DISCUSIÓN, TREINTA Y TRES AÑOS!, ¿ME DICES AHORA QUE AL FINAL SI LOS MATARÁS? — Tan comprensiva como solía ser, la muerte estaba conteniendo su ira, hacia todo lo que podía por evitar que sus gritos provocaran un temblor de escala superior a siete.

—¡Lo sé, lo sé! — reconfortándola, se adueñó de sus glaciales y cadavéricas manos frotándolas contra la calidez de las suyas —Mira, solo escúchame un momento, ¿Sí?

En las profundidades de su esencia la muerte no era pura maldad, incluso los dioses pueden sentirse mal. Estaba lastimada y quería eterna soledad. No deseaba la extinción mundial, solo un momento de paz. Tan digna y poderosa como una deidad, retomo la compostura lista para razonar.

Tomando su hoz reluciente por una aura de oscuridad, la muerte, aun sin entender bien el plan, comenzó a girarla sobre sí. —¿Cuáles serán las condiciones?

Como si de un ángel se tratase, la deidad conocida por radiar en los humanos más fuertes, entono un canto armonioso —Bestias grandes y fuertes a los humanos harán sollozar. Temibles los reinos ante su pesar. La luz de un mundo deja de brillar ¡CON FUERZA YO INVOCO AL JUEGO FINAL!

La muerte, con una fuerza colosal, estrello su hoz contra el suelo, abriendo un portal. —Adelante luciérnaga, no tenemos toda la eternidad.

La vida intentó entrar con grandeza al portal, termino tropezándose, entrando de golpe. La deidad de la oscuridad también entro y el portal se selló. Lo que no notaron es que dejaron grietas en la habitación. 

 

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