Vuelvo a mi habitación de la misma forma en la que salí, lo cual no fué complicado; la caída de la noche medio la ventaja del camuflaje.
La habitación esta tal cual como la deje, camino hacia la puerta, y pongo mi oído en ella.
Escucho un bullicio afuera, salgo y camino hacia el origen del alboroto: la planta baja.
Me detengo en el inicio de las escaleras, desde mí posición puedo ver con claridad de donde viene el bullicio; el recibidor.
Hay mucha gente reunida allí.
Sentada en un sofá individual diviso a María Dolores, parece estar llorando y una mujer un poco mayor parece estar consolando la.
Mi padre esta cerca, se encuentra de pie frente a el hermano mayor de María Dolores, sí no me equivoco, se llama Guillermo.
No reconozco a nadie mas.
De repente el peso de una mano se posa en mí hombro.
Por inercia me sobresalto.
Giro sobre mis pies y vuelvo a respirar al ver a Paula.
—Sígueme —me susurra antes de empezar a caminar hacia las habitaciones.
Le hago caso y no tardamos en llegar mi habitación.
—Joven Taiana, ¿dónde estaba? —cuestiona después de cerrar la puerta ¡estoy frita!— Bueno, lo importante es que está aquí. Ahora debe arreglarse.
Ladeo la cabeza, sin entender nada.
—Si la señora Gertrudis la ve en ése estado pondrá el grito en el cielo —continua haciendo extraños movimientos con sus manos—. Vamos, le prepararé un baño y le traeré ropa limpia.
—¿Gertrudis? —repito confundida.
—Ay joven Taiana —se queja ante mi comentario—, ella es su abuela...
Me miro en el espejo una vez mas.
El vestido que Paula me trajo es un tanto extraño; parece una bata de dormir.
—Recuerde, no debe hablar a menos que se lo pidan —declara Paula, mientras me rocía un extraño perfume que me hace estornudar—. Ya estas lista, la llevare con su familia.
No tardamos en llegar al recibidor, pero antes de acercarnos demasiado al tumulto de gente, Paula suelta mí mano.
—Suerte señorita Taiana —dice antes de regresarse.
Ahora ¿qué hago?
—Por aquí, señorita —me dice un hombre alto y vestido con un traje negro.
Y como no tengo de otra, lo sigo.
Las miradas de la gente se clavan en mí, pero pongo todo mí empeño por mantenerme tranquila.
—Hija —me llama mi padre en cuanto me ve—. Siéntate —me dice con voz suave, señalando el sillón en donde hace poco estaba sentada María Dolores, y por cierto ¿dónde está ella?—, espera un momento —indica mi progenitor antes de dejarme sola.
Me siento en el sofá y jugueteo con mis manos, evadiendo las miradas que me incomodan.
—Taiana —vuelvo escuchar la voz de mi padre, levanto la mirada y mis ojos chocan con los de la mujer que había visto junto a mi prima—. Ellas es Gertrudis, tu abuela.
La mujer sonríe.
—Es un dicha conocer a la nueva heredera de toda nuestra fortuna; la fortuna de los Blancos.
Y para ése momento, todos los presentes se quedan en silencio.
—Las dejaré solas un momento, conduciré a los invitados al comedor —pronucia mi padre antes de alejarse, otra vez.
La mujer se sienta a mi lado.
—Bueno, mí pequeña —empieza a decir con voz apacible—. Ahora que eres huérfana, yo seré quien vele por tu futuro, el futuro que mereces; el futuro que merecen los que son como tú —toma mí mano y la aprieta con fuerza—. Y no te imaginas lo que tengo planeado.
Me levanto de golpe y me libero de su agarre, ha estas alturas sólo quedamos nosotras dos en el recibidor.
—¡Usted está loca! —logró pronunciar con torpeza en español.
Ella se levanta y sonríe con más amplitud.
—No te imaginas cuánto.
Retrocedo por instinto y choco con alguien en el proceso.
—Padre.
El me mira con confusión.
—¿Qué te sucede, hija? —me pregunta, pero no puedo responderle, el nudo qué se ha formado en la garganta no me lo permite.
Pero lo abrazo, y me aferro con fuerza a su cuerpo.
—Volvamos a Brasil, por favor —pronuncío sin soltarlo.
Lo escucho gruñir.
—Taiana, vamos a hablar ¿sí? —me susurra, acariciando mi cabello.
Asiento y me separo.
—Adelantate, madre —le dice a la repugnante mujer—. Ya volvemos.
Toma mi mano y me lleva fuera de la mansión; a los jardines.
Nos sentamos juntos en una banca bajo un árbol gigante.
—No quiero estar aquí, padre —le hago saber, hablando con fluidez en mi lengua natal; portugués—. Ella me dijo cosas feas, no me gusta.
Lo vuelvo a abrazar.
—Hija, este será nuestro hogar a partir de ahora —sentencia tajante—, y no quiero que mientas —me reprende, apartando me y haciendo que lo mire a la cara—. Aún no se te quitan esas manías —gruñe negando con la cabeza.
¿Qué?
—¡Pero yo no estoy mintiendo! —exclamo exaltada por sus palabras.
El endurece más su rostro.
—Que mí madre se mudé con nosotros es la mejor decisión que pude haber tomado —dice más para sí mismo que para mí—. Necesitas corrección y ahora que no estaré contigo será lo mejor.
Doble ¿Qué?
—¿A qué te refieres? —suelto al borde un ataque de pánico— ¡Me vas a dejar con ésa mujer!
A ése punto ya me he levantado de la banda.
—Ésa mujer es tú abuela, Taiana Adelaida —inquiere mi progenitor, levantándose de golpe—. Ahora toda la responsabilidad de la familia está en mis manos y no tendré tiempo de estar pendiente de tus niñerias —continua, sin un pizca de remordimiento en sus palabras—. Todo esto lo hago por tu bien.
No.
¡Claro qué no!
—Sí tanto te estorbo, padre —vuelvo a hablar— ¡¿por qué no me dejas regresar con mí familia?!
El me mirá con evidente enojo.
—No —es lo único qué dice por unos segundos y luego agrega:— te quedaras aquí, y solo pisarás Río de Janeiro cuando yo este muerto.
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Taiana
Romance"Dicen que puedes sacar al hombre de la calle, pero nunca que podrás sacar la calle del hombre". Y es totalmente cierto. Yo lo viví a flor de piel. Nací y crecí en un lugar al que mucha gente le teme y que nadie quiere conocer. Las favelas de Río de...