Capítulo 3 💙

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El verano ya a empezando, y el calor se ha hecho más que presente.

—Gala —llamo a mi amiga albina— ¿falta mucho? —me detengo y me apoyo en la pared que tengo a lado.

Ella deja de caminar y se voltea.

—Sí, pero tomaremos un atajo —me hace saber con una diminuta pero reconfortante sonrisa.

Asiento y retomo la marcha.

—¿Qué te sucede? —me pregunta de repente— Te noto extraña —continua, seguramente para compensar la impulsividad que tuvo en un principio.

Pero yo lejos de incomodar me, sonrío.

Estoy acostumbrada a su peculiar manera de expresarse, y soy consiente de que en la mayoría de las ocasiones no lo hace por mal, simplemente no puede evitarlo.

No puede evitar ser ella misma, y desde mi punto de vista, eso no esta mal.

—Estoy bien —respondo a su pregunta. Pero su rostro refleja que no me cree en lo más mínimo—. Tal vez estoy cansada y con un poco de sed.

Pero no me quita el ojo de encima, como si tratase de descubrir con exactitud lo que pasa por mi mente.

—¿Cansada? —repite, alzando una ceja.

Asiento.

—¿Por qué?

Porque mi vida es un asco.

Pero no quiero que se preocupe por mi; Gala tiene suficiente con sus propios problemas.

Así que me limito a guardar silencio.

—Sigamos —anuncia al cabo de unos segundos—. Pero puedes contar conmigo para lo qué sea —puntualiza lo último, antes de seguir andando.

Y le creo, ella ha estado a mi lado estos últimos tres años, al igual que el resto de los chicos. Sean convertido en mi familia, en una verdadera familia.

Una que no me juzga, ni me hace daño.

El resto del camino transcurre en silencio, pero no es incómodo, al contrario; es reconfortante.

Al cabo de un largo rato entramos a un estrecho callejón, pero después de algunos minutos nos detenemos; una verja de hierro impide el paso.

Mi atención se dirige a Gala, ella se quita la mochila y la lanza por encima de la verja.

Cayendo en seco del otro lado.

—Ven, yo te ayudo a subir —me dice después y no puedo evitar soltar una pequeña risa— ¿cuál es el chiste? —recrimina, más confundida que molesta.

Dejo de reír y le explico:

—Me hé criado en las favelas de Río de Janeiro —empiezo a decir. Ella se cruza de brazos—. Mi madre era la líder de una sanguinaria pandilla ¿creés que una verja sería impedimento para mi? Eso es más fácil que hacer reír a Nora o hacer enfadar a Lían; pan comido—concluyo con una pequeña sonrisa de autosuficiencia.

Gala asiente.

Y en cuestión de segundos escala la verja con la agilidad de quien lo hace todo el tiempo, ya arriba salta sin pensarlo dos veces y cae con una elegancia envidiable.

Deja dibujar en su rostro una sonrisa retadora, así que sin pensarlo mucho hago lo mismo.

Pero al caer pierdo el equilibrio gracias a el estruendo que azota a mí  abdomen con agresividad.

Ahogo un grito y apreto los ojos con fuerza, estando aún de rodillas.

—¿Qué te sucede Taiana? —me pregunta Gala con palpable  preocupación en su voz. Agachándose a mi altura, y tomándome por los hombros— ¿qué te duele?

Iba a responder, pero el insoportable dolor me lo impide y lo único que sale de mi boca es un quejido.

—Pedire ayuda —me dice Gala, sin dejar de sujetarme.

—No —logro articular—. No hagas éso..

Pero ya es tarde, la llamada ya salió.

Un pitido.

Dos pitidos.

Tres pitidos.

—¿Dónde estás? —se escucha una voz femenina del otro lado de la línea.

Miró a Gala, horrorizada.

Ella traga saliva y se dispone a hablar, pero el estruendoso sonido de un auto aparcando en la salida del callejón la deja muda.

Y a mi sin alma.

El auto es negro platinado y de el no tardan en bajar unos hombres armados y vestidos de negros

—Diablos —espeta Gala, levantándose —. Taiana, levántate y no te muevas —me ordena y no tardo en obedecer, la adrenalina que empieza a recorrer mi organismo es tan alta que nubla el dolor que sintiendo hace unos segundos—. Ayúdame, madre... —pide Gala por el móvil, antes de colgar.

TaianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora