Los pasos de aquel Lobo malvado bajando las escaleras de su mansión para perseguir a su Caperucita rebelde resonaban por las paredes.
Los hombres de Víktor debían impedir a Marina abandonar el lugar, pero la furia reflejada en la cara del armenio daba tanto miedo, que solo se centraron en salir de su camino para no terminar recibiendo un porcentaje de la ira del jefe.
A Marina poco le importaba si Víktor iba a devastar el mundo, ya que ella tomó la decisión de elegirse a sí misma antes que a los caprichos de un hombre. Ella asumía que era muchas cosas, que poseía los peores defectos, pero de la misma manera que no aceptó ser la putita particular de su padrastro, tampoco lo iba a ser de Torosyan.
Llevar un apellido como el de familia Oliveira era la mayor parte del tiempo una carga, pero también un recordatorio de que había nacido para ser una reina, no la muñequita de nadie.
Marina agarró una chaqueta negra que había en la entrada. Debía ser de alguno de los matones de Víktor, pero era suficiente para no salir de aquella mansión vestida como una prostituta barata. Luego abrió la puerta de la entrada principal lista para salir.
Antes de escuchar aquella voz, solo le dio tiempo a ver el cielo alumbrado por una tormenta eléctrica.
—Antes de que pongas un pie fuera de esta casa, tendrás una bala metida en la cabeza. —advirtió Víktor apuntándole con la pistola. Por primera vez en su vida le temblaba el pulso, sintiendo que en el fondo no sabía si sería capaz de pulsar el gatillo.
Los hombres de Víktor estaban detrás de él, temerosos de lo que podría suceder. Todos con la mirada fija en la muchacha de cabellos rubios parada en la puerta de espaldas a ellos.
Marina se giró lentamente. Paseó la vista por los diez hombres que la miraban como si fuera el enemigo. En su rostro vieron la curva de una sonrisa indicando su satisfacción.
—Prefiero que me saques de esta casa con los pies por delante, antes que aceptar ser una de tus perras y que me pongas un bozal. Pero eso lo sabes muy bien, ¿no es cierto, Víktor? —inquirió Marina desafiándolo.
Los dos se miraron a los ojos. Olvidando el jodido mundo que estaban pisando, y a las personas que estaban allí presentes. Solo estaban ellos dos y una pistola, que para marina solo significaba una cosa.
—No sabes cómo pedirme que me quede contigo, entonces me amenazas para hacerme cambiar de idea. ¿Qué ocurre Víktor, te da miedo confesar que no me quieres perder… que me necesitas?
—Yo no necesito a nadie. —gruñó Víktor levantando un poco más la pistola. —Lo que no voy a permitir es que me desafíes bajo mi techo. Llevas mi marca en tu cuerpo, me perteneces.
—Cuando acepté que marcaras mi piel yo tenía que pertenecerte, siempre y cuando fuese la única. Pero no me voy a igualar a las demás. En la vida estaría de acuerdo en compartir a mi hombre. Aunque ahora veo que te da miedo ser mío.
Víktor soltó una risa siniestra, no podía creer lo que estaba escuchando de una cría que no sabía nada de la vida.
—Hombres como yo no saben lo que es el miedo. No temo a nadie, soy dueño de mí mismo. No existe mujer en este planeta que me pueda doblegar. —respondió Víktor con vehemencia.
Sorprendiendo a Víktor, Marina se quitó la chaqueta de había puesto minutos antes. La tiró al suelo. Con la mirada puesta en el mafioso, y en el cañón de la pistola que la apuntaba comenzó a desnudarse.
Los ojos de Víktor siguieron el movimiento de sus manos. Ella jugó con el cierre de aquel ridículo traje de cuero. Lo bajó despacio, enseñando aquella piel tan blanca y aterciopelada. El armenio notó su erección despertarse ante la visión de sus deliciosos pezones rosados. Esas dos perlitas endurecidas que él ansiaba morder y chupar. Con ese pensamiento soltó una orden.
—¡El que mantenga los ojos abiertos es hombre muerto!
Marina sonrió con malicia. Le fascinaba sus celos, su lado posesivo y violento.
Los hombres de Víktor cerraron los ojos apretándolos con fuerza para no ver a la belleza rubia. Todos sabían que no era un farol, Víktor realmente iba a matarlos si la miraban. Era suya, ningún otro hombre tenía el derecho de verla desnuda.
Para cuando lo que quedaba de la ropa que cubría las curvas de Marina cayeron al suelo, ella ya tenía su boca a unos centímetros de Víktor.
—Si crees que vas a volverme loco, pierdes tu tiempo, angelito. Hace años que mi cabeza perdió por completo la cordura. —dijo Víktor tomándola de la cintura con brusquedad, hasta que su pequeño cuerpo chocó con la mole de músculos que era el armenio.
Marina jadeó chupando uno de sus dedos de manera provocativa, después lo pasó por los labios de Víktor, delineándolos con aquella mirada de fiera en celo que lo desestabilizaba.
—Desconozco el significado de la palabra “cordura”. No tengo ni puta idea de para qué sirve esa mierda, mucho menos la intención de descubrirlo. —respondió Marina antes de recibir un beso que vació el aire de sus pulmones.
Víktor la levantó del suelo enredando sus suaves piernas alrededor de su cintura. Mientras tanto, sus soldados seguían inmóviles sin mover un solo músculo o atreverse a ver cómo el hombre más tenido de América, devoraba la boca de una traviesa colegiala.
Víktor la volvió a subir al piso de arriba, pero Marina le soltó una advertencia. Ella mordió su labio inferior, lo miró viendo la gota de sangre manchar los carnosos labios de Víktor. Le resultó hermoso, hasta tuvo ganas de morder un poco más, pero antes dijo.
—Si me llevas de vuelta a esa habitación con tus zorras, te aseguro que uno de los dos saldrá de allí muerto.
Víktor gruñó en señal de reproche. Odiaba la manera en la que ella actuaba como su tuviera un poder de decisión que él jamás le dio…pero, en fin. Las ganas de meter su polla en el coño de su angelito travieso, eran mucho más intensas que las ganas que tenía de castigarla.
—Pues que sea en una maldita cama entonces. Aunque sólo la idea de follarte en una me aburre. —declaró Víktor contrariado.
—Tener el privilegio de estar en una simple cama conmigo, vale mucho más que una habitación roja llena de sumisas.
Víktor eligió la primera puerta que tuvo delante, tal vez a propósito o sin querer evitó llevarla a su habitación, pero a Marina en ese momento aquello no le importó. Solo le interesaba saber que en la cabeza de Víktor Torosyan no había ninguna otra mujer que no fuese ella, y las ganas que tenía de follarla.
Marina gritó cuando Víktor la lanzó a la cama de sábanas oscuras. Por la poca iluminación no se podía distinguir el color, lo único que sabía chica es que dentro de muy poco tiempo estarían manchadas.
Víktor se desnudó con la mirada puesta en el cuerpo de Marina, la recorrió lentamente guardando en su memoria cada lunar en su piel, mientras que ella se maravillaba con la forma tan jodidamente sexy en que él empuñaba su miembro.
La tomó del cuello, besó su boca hasta dejar sus labios rojos y flameantes. Bajó por su cuello lamiendo todo lo que había a su paso.
Marina jadeó por la brusquedad en la que Víktor atrapó su seno con aquella mano hecha para hacer daño, y gritó cuando su lengua encontró su clítoris abriéndose camino entre sus pliegues.
Era un manjar para Víktor, su piel blanca contrastaba con el color rosa de su estrecho sexo. Se deleitó con su coño arrancándole una melodía de gemidos hasta que ella lo empujó.
—¿Qué piensas que haces? —reclamó Víktor mirando el pie de Marina en su pecho apartándolo de ella.
—Siento mi boca vacía. —respondió relamiéndose los labios. Su gestión fue tan sugerente que el miembro de Víktor pulsó pidiendo por mojarse en su saliva. —También tengo derecho a alimentarme de ti…¿o crees qué solo tú tienes hambre, armenio?
Víktor se irguió en todo su tamaño, la agarró de los cabellos sacándole un grito ahogado. Fue en segundos que Marina se vio boca abajo, con las piernas en los hombros de Víktor bien abiertas para él y para su propia satisfacción.
Ella notaba la presión que la sangre provocaba al bajar hasta su cabeza, pero se olvidó de eso cuando se le hizo la boca agua mirando el brillante piercing en la polla de Víktor. Lo lamió escuchándolo gemir, luego ella misma no pudo soportar callar sus propios gemidos, mientras el hombre que la sujetaba con sus fuertes brazos volvía a meter la lengua en su coño mojado.
Era increíble como Víktor mantenía a Marina sujeta recibiendo el mejor sexo oral de su vida. En esa posición ella podía meterlo entero en su boca. Se ahogaba en el proceso, pero no dejaba de chupar ese trozo de carne caliente que palpitaba en su pequeña cavidad bucal hundiéndose en su saliva.
La tensión en sus testículos tenía a Torosyan a nada de perder el equilibrio, ante el anuncio de su liberación a punto de saltar en una explosión de intenso placer. Pero se mantuvo firme para seguir tragando el chorro que liberaba su angelito en su lengua. Ella estaba casi, y él no podía soportar más.
La primera convulsión de Marina al correrse era el aviso de que estaba lista para ser poseída.
Víktor la soltó en la cama, tomando de su tobillo la giró para ponerla en la postura que quería. Se estaba casi corriendo solo de verla, no podía esperar más para enterrar su polla en aquel agujero necesitado de un bueno miembro que lo llenase, pero Marina que vio un puñal encima de la mesita de noche decidió jugar a otro juego.
Todos los músculos de Víktor se vieron en plena tensión al sentir la punta del puñal rozando su nuez.
—¿Para eso me has seducido… para matarme? —cuestionó Víktor viendo la mirada maliciosa de Marina, fascinada con esa posición de poder.
—Solo quiero demostrarte que no me puedes doblegar, que también puedo decidir cuándo y cómo me vas a follar. —aclaró Marina mirando su polla. Las venas estaban muy marcadas. Estaba claro que Víktor se encontraba más excitado que asustado, por aquella arma blanca en manos de una cría que insistía en jugar con su mente. —No vas a montarme semental, yo voy a montarte a ti.
Marina con la mano que tenía libre agarró la nuca de Víktor presionando aún más la punta del arma en su garganta.
Un hombre como Víktor Torosyan seguramente no tendría problemas para desarma una muchacha pequeña y delicada como Marina, pero no hizo ningún intento por defenderse o escapar de ella. Incluso llegó a pensar que su polla era quien lo estaba controlando, a tal punto de saltarse todas sus reglas o ignorar el peligro que corría.
Sin apartar el arma de Víktor, Marina tomó su miembro, lo masturbó para provocarlo y luego, con mucha dificultad lo tragó con su sexo hasta tener el último centímetro de aquella barra de acero dentro. Rígido, caliente y húmedo, como tanto le gustaba.
Las manos de Víktor fueron a la cintura de Marina que empezó a cabalgarlo. Ella subía sacando toda la extensión de su vagina para luego volver a dejarse caer sobre él. Así, en un estado frenético la colegiala se folló al mafioso sin piedad.
Marina aceleró el ritmo siguiendo los gemidos de Víktor que iban subiendo de tono. Con la mano en su abdomen y la otra en el puñal, ella sabía que él estaba casi llegando al orgasmo. Para su felicidad ella también estaba a las puertas del paraíso… o del infierno. Todo era cuestión de perspectiva encima de aquella cama.
Marina se asustó con el movimiento brusco de Víktor, que agarró el puñal hasta cortarse la palma de su mano, pero no dejó de montarlo.
Los dedos del armenio se clavaron en su piel, él se retorció debajo de ella. Puede que por el dolor de la carne abriéndose por su autocastigo o por el placer de terminar dentro su coño. Marina no pudo identificar los sentimientos en la mirada de Víktor, ella sólo pudo correrse sobre él de la misma manera que Víktor lo hacía, bañando sus paredes internas.
Marina cayó encima del pecho de Víktor, lo sintió abrazarla y juntos cayeron en los brazos de Morfeo. En un sueño profundo, olvidando su guerra de egos, olvidando la sangre que brotaba de la herida en la mano de Víktor, o incluso el hecho de que Marina había demostrado ser una amenaza para un rey que deseaba seguir gobernando solo.
Si era o no una debilidad para Víktor, Marina estaba a nada de demostrarlo.
Víktor estaba acostumbrado a la soledad, a una cama fría donde apenas él podía enfrentar sus pesadillas, pero el hueco vacío debajo de su brazo, donde Marina había dormido acurrucada unas horas antes, abrió un agujero negro en el pecho del hombre que despertó solo entre las sábanas.
Con rapidez Víktor salió de la habitación como si estuviese desesperado, todavía desnudo caminó de un lado a otro como si hubiese perdido lo más preciado que tenía en la vida.
—¡¿Dónde está?! —vociferó saliendo de la mansión, encontrando a sus hombres parados en la entrada. —¿Dónde está Marina? —los interrogó, pero todos bajaron la cabeza sin saber que decir. —¡Contesten panda de inútiles!
Víktor vio que el sol estaba casi saliendo, pero poco le importaba las horas que eran. Solo quería encontrarla, encerrarla en otra habitación otra vez, para pasar el resto del día follándosela por caprichosa y malcriada.
Con impaciencia Víktor agarró a uno de los guardaespaldas por la solapa de su chaqueta y rugió en su cara.
—¡Contesta de una puta vez o te aplasto el cráneo en las escaleras!
—¡Se fue, Señor! —respondió otro visiblemente nervioso. —Se fue hace media hora.
—¡¿Y la habéis dejado mancharse sin más?! —preguntó Víktor exasperado, y el hombre bajó la cabeza.
—Hizo lo mismo que en la noche jefe. —explicó el hombre que Víktor había agarrado antes. —Salió desnuda de la habitación, exigió un abrigo largo y luego de fue. No hicimos nada porque usted ordenó que no la podíamos mirar. ¿Cómo la íbamos a perseguir sin verla?
Víktor maldijo por lo bajo pensando en lo astuta que era la maldita cría. Utilizó sus propias órdenes para verles las caras de estúpidos y escapar de él.
Furioso Víktor ordenó que uno de sus hombres se quitase la ropa para entregársela. Después tomó las llaves de una de las camionetas, y se marchó sin permitir que nadie lo siguiera. Lo peor de todo es que se fue desprotegido y desarmado.
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Juego Perverso
RomansaMarina solo buscaba una ruta de escape para huir de su familia y de su mayor verdugo, su padrastro. Encerrada durante la mayor parte de su vida en un internado, supuestamente para su propia seguridad ¡Estupideces! Decide que ya no puede soportarlo...