Prefacio

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AViSO IMPORTANTE:
Este libro contiene escenas totalmente explícitas de violencia, sexo, adicciones, lenguaje soez y dependencia emocional.
No es una historia de amor como otras, aquí no hay romanticismo y si eres fan de los libros románticos, este libro no es para ti, mucho menos si eres una personas sensible. Por favor absténgase de continuar con este libro que podría afectar la sensibilidad del lector, pues todo lo que está relatado en esta historia es moralmente cuestionable.
También agrego que la autora no está de acuerdo con este tipo de relaciones tóxicas, todo es ficción.
Puedes continuar con la serie Amores Destructivos a partir de la segunda historia, esta es solamente una pequeña introducción en el Universo de la familia Oliveira.
Si desea continuar, hazlo bajo su propia responsabilidad.

—No llores, a papá no le gusta vernos llorar, sabes que se enoja y nos castiga por ser débiles.—demandó Víktor y su hermano pequeño asintió limpiándose las lágrimas.
Víktor tenía tan solo doce años y Laios seis. Era un niño cuidando de otro, pero en aquel mundo que vivían Víktor no tenía más opción que ejerce de hermano mayor, padre y algunas veces protector. La vida les había brindado la desgracia de nacer de la relación entre un asesino despiadado y una ninfómana drogadicta.
Con dos padres así el primogénito del armenio más peligroso de América tuvo que madurar a temprana edad, era eso o seguir siendo un niño inocente en un mundo tan perverso, seguramente hubiera terminado muerto.
—No me gusta escuchar a mamá haciendo esas cosas, no me gusta Vik. ¿Por qué hace eso con los soldados de papá?... No lo entiendo. —murmuró Laios tapándose los oídos para no escuchar los gemidos de su madre que provenían del salón, donde la mujer se estaba follando a dos de los guardaespaldas de su marido.
—Son cosas de mayores, Lai. Por lo menos esta vez madre no nos obligó a verlo. La última vez pasé toda la noche vomitando y hoy quiero descansar en paz, sin que me importe lo que haga esa mujer. —gruñó Víktor recordando la noche que su madre los metió en una de las habitaciones con la excusa de que algún día serían hombres y que deberían aprender lo que un macho de verdad le hace a una mujer. —Vamos Lai, es hora de dormir.
—¿No puedo dormir contigo esta noche, Vik? —preguntó con ansiedad. —Me da miedo cuando mamá está así y no quiero estar solo.
—No, debes dormir en tu cuarto. —contestó con autoridad. —Si papá vuelve a encontrarte en mi habitación te dará una paliza diciendo que eres un niño miedoso y débil.
—Mi profesora dice que es normal que un niño se asuste, que llore y que tenga miedo…
—Nosotros no somos como los demás, somos Torosyans. Debemos ser fuertes y jamás demostrar debilidad… ¡Ante nada, ni nadie! —recordó Víktor empujando a Laios con suavidad para llevarlo a su cuarto.
Víktor acostó a su hermano en la cama y sacó de un cajón un Walkman.
—Esto te ayudará a dormir, así no tendrás que escuchar lo que hace madre. —dijo antes de poner los auriculares en los oídos de su hermano pequeño.
Después se levantó para salir, pero Laios volvió a llamarlo.
—Vik no apagues la luz por favor, sabes que me da miedo. —pidió Laios haciendo un puchero y Víktor con el semblante serio, demasiado serio para un niño, contestó.
—No tengas miedo Lai, los monstruos no existen.
—¿Y los demonios? —inquirió Laios tapándose con la manta hasta la altura de los ojos.
—Los demonios y cualquier ser que habite en el infierno son nuestros aliados, así que descansa… y recuerda, no existe peor…
—No existe peor monstruo que un ser humano, nosotros. —musitó Laios y Víktor sonrió en aprobación, había aprendido bien.
Después el hijo mayor de Krikor Torosyan, el mayor mafioso armenio que existía y dueño del territorio de venta de drogas más extenso de Estados Unidos, cruzó el pasillo para ir hasta su habitación.
Tuvo que pasar por el salón, donde vio a su madre arrodillada en el suelo haciendo una felación a dos hombres.
Lucine, la madre del chico lo vio y sonrió con satisfacción.
—¡Miren, miren a mi pequeño Alfa! —exclamó Lucine y los hombres que estaban excitados con lo que ella les estaba haciendo miraron el niño. —El mocoso que me hizo reina el día que salió de mis entrañas. Gracias a él tengo todo lo que quiero. ¡Parí un crío y a cambio gané el mundo!
Víktor era un crío, como decía su madre, pero su mirada ya se veía fría y sombría. Era como ver l semblante y el porte de un hombre aprisionado en un cuerpo infantil.
Víktor no se inmutó con esa escena de lujuria y perversión. Solo miró con asco la coca esparcida en la mesita de centro y una jeringuilla usada sobre el sillón. La mujer que le había dado a luz estaba completamente drogada, como ya era de costumbre. Entonces hizo un gesto negativo con la cabeza y una mueca de asco, después se encerró en su habitación donde también se puso unos auriculares para escuchar música y no los gritos de placer de su madre.
Dormir era algo imposible para Víktor, había visto demasiadas escenas traumáticas a lo largo de su corta vida y en medio una pesadilla se giró en su cama con tanta brusquedad que perdió los auriculares. En lugar de la música de su grupo favorito escuchó unos gritos…su madre estaba pidiendo auxilio.
El niño salió corriendo de su habitación, preocupado por su hermano pequeño y se encontró con una escena espantosa en el salón.
—¡Hija de puta! —rugió Krikor el padre de Víktor mientras estampada su puño contra el rostro de su mujer. —Te avisé que traer al mundo a mis hijos no te hacía intocable, pero seguiste jugando con mi paciencia zorra maldita.
—¡Mamá! —exclamó Víktor viendo el rostro de su madre bañado por la sangre, a penas sé escuchaban sus jadeos, su cara estaba deformada por los golpes de su marido, y en un rincón Laios lloraba aterrizado.—¡No papá, para… la vas a matar!
El niño suplicó, pero Krikor le dio un puñetazo lanzándolo lejos y Víktor cayó al suelo aturdido con la nariz sangrando.
Laios estaba paralizado, su padre estaba asesinando a su madre con las propias manos delante de ellos y no podían hacer nada para impedirlo.
Había sangre por todas partes, Krikor había roto la nariz de Lucine de todas las maneras posibles, ella ya no podía respirar.
—Primera lección sobre las mujeres niños. —gruñó Krikor levantándose y agarrando la botella de whisky para tomar un trago. —Son todas unas putas arribistas.
Víktor vio a su padre vaciar lo que quedaba de la botella en el rostro de su madre y al percatarse de su intención intentó pararse del suelo para salvarla.
—No papá… no lo hagas. —murmuró con la voz débil.
Krikor agarró a su hijo de sus largos cabellos negros y tiró hacia atrás para que lo mirará a los ojos.
—Cuando una mujer se meta en tu corazón, mátala Víktor, destrúyela porque si no lo haces ella será tu destrucción. —aconsejó con un tono demandante y se escuchó el grito de espanto del pequeño Laios cuando Krikor aplastó el cráneo de Lucine con la botella que se partió en trozos.
Los niños estaban en shock delante del cuerpo sin vida de su madre, que había muerto en condiciones tan violentas. Víktor estaba arrodillado a su lado y giró la cabeza para ver su hermanito pequeño.
Laios se había meado encima, su mirada estaba perdida en alguna parte y todo su cuerpo temblaba. Víktor volvió a mirar a su madre y arrancó la cadena que tenía de San Judas Tadeo en el cuello, acto seguido se la puso.
Los hombres de Víktor se llevaron el cuerpo de la mujer, después Krikor ordenó que metieran a los niños en una de las camionetas.
Durante todo el trayecto Víktor sujetó la mano de su hermano. Ambos cargaban una sensación extraña. Lucine era una madre de mierda, detestaba a sus hijos y en muchas ocasiones abusaba de ellos, pero los dos sintieron por unos segundos la necesidad de salvarla, de protegerla de alguna manera. Deberían estar contentos con su muerte, pero algo dentro de ellos se rompió y lo que restaba de la humanidad que les quedaba desapareció aquella misma noche.
Krikor los llevó al único lugar donde se ponía de rodillas ante alguien.
—Perdóname padre, pues he pecado. —dijo arrodillándose delante del párroco.
Estaba en una iglesia antigua, construida por los abuelos de Víktor en una zona alejada de Nueva York.
Krikor era un mafioso, un hombre que muchos decían que no tenía alma por sus actos de crueldad, pero era un fiel seguidor de la iglesia apostólica armenia y se consideraba un hombre de fe.
Durante la confesión de su padre, los ojos de Víktor se perdieron en las llamas de las velas que había a su alrededor y vio el momento en el que el cura tomó una de ellas y se acercó a él junto con su padre.
—La mano Víktor. —demandó Krikor y Víktor lo miró de manera desafiante.
—Mataste a mi madre, cuando dijiste tantas veces que la familia no se toca. —recriminó el niño y Krikor tomó la vela del cura ordenando que lo dejara solo con sus hijos.
—Esa mujer no era tu madre, era una hembra que solo se abrió de piernas para darme hijos que darán continuidad a mi legado, nada más. —replicó Krikor con vehemencia. —Todas las mujeres son unas putas hijo, nunca deben olvidarlo. —ordenó mirando a los dos. —Podéis montar a todas las que queráis y todas las veces que se les pegue la gana, pero si una de ellas logra meterse en vuestras cabezas, matadla. Las mujeres son seres malignos, nos hechizan para destruirnos. Ellas nos apartaron del paraíso, son seguidoras de las serpientes y esperaban el momento adecuado para envenenar nuestras almas.
Víktor miró a su padre directamente a los ojos y levantó la palma de su mano abierta.
Estaba acostumbrado a los métodos de expiación de su padre, y cerró los ojos al sentir la primera gota de cera caliente quemando su piel. Acto seguido los niños pronunciaron las siguientes palabras que su padre les enseñó.

Juego PerversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora