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—No puedo llevármela—dijo Taeyeon. Winter se encontraba en la puerta del departamento de su padre—Es demasiado tímida, no se va a poder adaptar en un nuevo colegio. Apenas tiene amigos en este.

Winter, con tan solo 11 años, miró a su madre, sabía que estaba haciendo lo que creía que era lo mejor. Y ella no podía negar que le daba terror ir a un nuevo colegio y más si es en una nueva ciudad. No quería empezar de nuevo y al igual que su madre, pensaba que no podría ser capas de hacer amigos en otro lugar.

Comenzar a vivir con su padre no partió siendo algo malo. Se hablaban poco, ya que cada uno vivía por su lado, pero cuando se hablaban solían llevarse bien. Su padre, antes de todo, era un hombre ocupado pero juguetón. Siempre haciendo bromas inocentes. Antes de todo siempre pensó que era un buen padre.

Nadie notó que Minjeong la estaba pasando mal durante esos dos años. Ni siquiera ella lo notaba. Nada era directo y todo comenzó de manera sutil. Cuando llegó la novia de su padre y se tuvo que mudar a su casa fue lo que comenzó a hundir. La novia de su padre estaba más que feliz de conocerla, tenía dos hijos hombres, por lo que comenzó a tratar como la hija como siempre quiso o eso decía que hacía.

—Es una niña fantástica—nadie de ese hogar notaba su existencia cuando hablaban con alguien más—Hace todo lo que le digo, es como tener una sirvienta, no se niega a nada, hasta le doy más tareas y si duda solo le alzo la voz.

Los gritos cada vez eran más frecuente en sus días. Su madrastra le gritaba para mandarle a hacer cosas, su padre le gritaba porque comenzaba a irle mal en el colegio y sus hermanastros le gritaban e insultaban porque le gustaba asustarla.

No fue solo su padre, fueron todos.

En el colegio comenzó a dejarle de hablar de apoco a sus amigos. No se sentía comoda con ellos ni ellos con ella. La notaban distinta y cansada en el colegio sus notas estaban tan malas que la comenzaron a sacarla de los trabajos.

—Dejar de vivir con tu madre no es una escusa para que te vaya mal—le decían siempre los profesores.

Se sentía dentro de un tanque de agua. Se estaba ahogando y todas la miraban y juzgaban por estar sufriendo. No podía respirar ni hablar. El miedo se lo prohibía. Tampoco quería contarle a su madre ¿Y si ella también le comienza a tratarla así? 

Recuerda con demasiada perfección su primer quiebre. Era el día que siempre siente que está cuando tiene un ataque de pánico.

—Fue en el colegio—le dijo a Karina. Ambas se encontraban en la cama, mirándose directamente a los ojos. Ambas lo tenían llorosos. Sin embargo, la calidez de Karina la protegía hasta de sus propios recuerdos.

Había sido en el colegio, un miércoles en la clase antes de almuerzo. Tenía que dar una presentación que llevaba un mes haciendo con mucho esfuerzo, ya que tenía que presentarlo sola porque nadie quiso hacerlo con ella. Hasta el día de hoy recuerda lo que debía de decir y recuerda cada diapositiva. Hubiese sido su mejor trabajo escolar si no fuese que cuando el profesor le dijo que empezara miró a sus compañeros reír y todo en ella falló.

—Yo. Yo. Yo. Yo —ni siquiera podía empezar.

Sus compañeros rieron a carcajadas, el profesor se tapó la boca para no reírse con ello. Sus amigos ni siquiera la miraban. No sabía cuanto tiempo estuvo ahí, pero aún se sentía ahí. Luego el profesor golpeó la mesa para callar a todos y comenzó a retarla por no hacer su trabajo, le recalcó que tuvo un mes para hacerlo. Entre más hablaba, más enojado parecía.

—¡Dejar de vivir con tu madre no es una escusa!—le gritó al frente de todos.

—¡Sé que no es una escusa!—le gritó de vuelta, su voz se había roto. Caminó hacia su puesto, agarró su mochila, sacó 15 hojas completamente rayadas con todo lo que estudio para la presentación y se las tiró.

El profesor le gritó de vuelta, pero ella se fue del salón y luego del colegio. No podía respirar, todo le daba vueltas, le dolía el pecho y sentía que iba a morir. Miró a su alrededor, se había perdido en la ciudad. Apoyó su mano en la pared de un edificio, se agarró el pecho y trató con, mucha desesperación, respirar.

Su padre, su madrastra, sus hermanastros, sus profesores, sus compañeros, sus amigos. Sentía que todos ellos la apuñalaban el corazón "¿Yo que hice?" Sentía que era la culpable. Todos le decían que ella es la culpable, pero no importaba cuanto se dedicara a pensar que es lo que ella hizo para que todos la trataran así, no podía comprender el porqué es su culpa.

Se arrodilló y se trató tapar con sus brazos. Quería que la gente dejara de verla sufrir, que dejaran de juzgarla por estar mal. Quería estar sola, dejar de existir, morir. Pero así como era una cobarde para vivir, lo era para morir.

Su celular sonó y al ver que era su padre, contestó. Lo primero que escuchó fue un grito de enojo sobre que debía de dejar de darle problemas. Que era una molestia, que le había arruinado la vida, que quería se fuera. Minjeong escuchó todo en silencio. Aún arrodillada y tapándose al medio de la calle.

Estuvo ahí, aunque su padre colgó la llamada. Su mente seguía reproduciendo sus gritos. Aún lo hacía. No podía moverse, si se movía era porque debía de seguir existiendo.

—Una señora tocó mi hombro y me ayudó a levantarme—le dijo a Karina—Yo solo me limpié las lágrimas y le dije que tan solo me dolía el estómago. Nunca olvidaré esa señora. Me pasó una botella de agua y un paquete de galletas. Eso me ayudo mucho a calmarme, aunque después de eso no pude volver a casa. No podía y nunca más volví a esa casa. Me quedé en un parque, en un columpio, y ahí estuve hasta las cuatro de la noche, cuando llegó mi mamá.

Karina acarició su cabello y no le dio la mirada que tanto temía. Su mirada no mostraba estar incómoda por verla sufrir, no la estaba juzgando ni la estaba ignorando. Sus ojos llorosos le demostraban que escuchó cada una de sus palabras y estaba dispuesta a escuchar todo lo que ella dijera, aunque tartamudeara. La miraba con cariño, con rabia a su gente que le hizo daño y, lo que más adoraba Minjeong, la miraba de tal forma que sentía que existía, que estaba viva y que debía de seguir viviendo. Minjeong sonrió levemente y acarició la mano que la acariciaba.

—Me gustas—soltó Minjeong más fuerte de lo que debía, quería que Karina lo escuchara bien—y es por eso que iré al psicólogo, no quiero que me veas sufrir—Karina se acercó y fue directamente a sus labios. Un tierno roce de labios, fue corto, pero un gran "Todo va a estar bien" y luego la abrazó con fuerza. Era el tipo de abrazo que Minjeong siempre pensaba que necesitaba, uno de los que pudiera calmarla y llenarle el corazón.

—También me gustas—susurró

Super Shy [Winrina] #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora