Salió desesperado al patio, no quería que lo atacaran de nuevo. La gente siempre atacaba en el peor momento.
Subió corriendo la colina, pero todavía no se sintió a salvo. Sintió que su cuerpo funcionaba diferente, como si los órganos se le hubieran cambiado de lugar durante la pelea.
Los ojos se habían ido hacia adentro, el corazón se había movido hacia la boca y el estómago rebotaba suelto dentro del pecho. Tal vez porque se estaba convirtiendo en una cosa desagradable, la gente lo miraba con la boca abierta.
El terreno del colegio era enorme; si fuera recto y cuadrado podrían instalar en él varias canchas de fútbol. Lo habían construido sobre un antiguo santuario ecológico, preservando los árboles nativos y terrenos irregulares.
Maite lo había cambiado sin preguntarle, diciendo que aquí tendría una nueva vida. Cerca de su nueva casa, cuidando de sus nuevos hermanos. Llevaba casi cuatro años asistiendo, y por primera vez sintió que su predicción había sido cierta.
Después del suicidio de Abel, los niños no pudieron continuar en el mismo colegio, y se había quedado solo como nunca en su nueva vida.
Quizás por costumbre, se había internado en el cerro, hasta la parte más antigua. Hasta el santuario que originalmente terminaba en la cumbre con un mirador natural.
Ahí la administración del colegio había levantado el Domo de yoga; una construcción de vidrio y madera que le parecía una maravilla. Era como un premio, una joya oculta que solo alcanzaban los intrépidos.
El camino de acceso era empinado y peligroso, no apto para niños y a los pocos días de abierto. La administración, arrepentida, había levantado una reja inmensa para aislarlo y olvidarlo.
Pensó que sus pulmones se habían encogido durante la transformación, porque cuando llegó frente a esa reja que separaba al colegio del Domo prohibido, ya no le quedaba aire.
Juntó la energía que tenía para dar un salto, se apoyó a la mitad de la altura, se estiró y se colgó del tope para trepar hasta el otro lado.
Aterrizo en el sendero empedrado que llevaba a la entrada del Domo.
Los árboles habían crecido en su ausencia, y estaban a punto de esconder por completo ese lugar mágico que nadie más conocía; su descubrimiento personal, —el bolsillo del mundo—, así lo había nombrado Abel.
El refugio era una minúscula cueva bajo el Domo. Tal vez porque ese lugar era una grieta, un error, que no estaba en ningún plano. Él tiempo que pasaba ahí dentro se detenía. No era solo una fábula, estaba convencido, lo había experimentado.
Para alcanzar la entrada, había que desviarse del camino tradicional, dejar de subir por las escaleras de piedra y justo donde parecía que el cerro iba a caer encima del visitante, trepar, algunos metros en diagonal por el muro natural de roca.
Ese había sido el camino que había tomado al descubrirlo, cuando estaba en primero medio y estaba obsesionado con escalar, obsesionado con el misterio de ese Domo cerrado. Se la pasaba imaginando cómo sería estar parado justo encima, en Arabesque* (postura de ballet equilibrado en un pie) en el centro de la esfera.
Recordó cuánto le gustaba este lugar, cuánto amaba pasear por aquí. No había vuelto desde hacía tiempo... precisamente, desde Abel.
A veces, cuando querían estar juntos y desaparecer de los ojos de los demás, se encontraban delante de la reja; lo ayudaba a saltar, lo llevaba sujeto de la mano para que pudiera subir esa escalera tan empinada que lo aterraba.
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Una temporada offline
Ficción General@OnlyIn salió de la nada y se hizo famoso. Era adictivo ver sus payasadas diarias, participar de su vida. Era fácil adorarlo, sentir que lo conocías, pero él estaba lleno de secretos. Una mañana subió una historia desde la nieve... y no volvió a p...