Oz | Run

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Antes que la vergüenza lo convenciera de encerrarse otra vez, pensó en Indi. En cuanto quería volver a tenerlo y escucharlo llamándolo Oz. 

Necesitaba reconstruir su relación, hacer bien las cosas que había hecho mal, y volver a partir a su lado.

Buscó en el mapa la dirección. Estaba a punto de salir al estacionamiento cuando entremedio de un grupo de gente que salía del restaurant del hotel, le pareció divisar a un rostro familiar ¿Tía Euge? 

La mejor amiga de su mamá, compañera de colegio, apoderadas del mismo curso y vecinas de toda la vida.

Con ella a unos pasos de distancia. Se le cruzó el recuerdo de su expresión había pasado hacia tiempo. Hace más de quince años, pero el recuerdo estaba intacto en su almacén de penas. Listo para reproducirse en el peor instante; ella estaba husmeando cerca del baño de hombres cuando lo vio salir de la mano de un chico, justo el día de su graduación de básica. 

Tenían doce años y se habían besado por primera vez hace solo unos minutos. Todavía tenía los labios ardiendo con el golpe de los dientes de ese niño, el rostro enrojecido de la satisfacción... 

Cuando ella vio sus manos entrelazadas, su cara se desformó por el espanto. Soltó la mano a ese niño... Valentín. No pudo volverse a mirarlo, estaba demasiado avergonzado y nunca volvió a tomar la mano de nadie más.

Esa mujer se acercó, igual que en ese momento, no supo donde meterse: dar la vuelta, devolverse al ascensor, o simplemente bajar la cabeza... Las tres ideas se cruzaron, e incapaz de ordenarlas se quedó ahí como un mártir de pié esperando el tifón. Fue un abrir y cerrar de ojos. La mujer que había creído ver, pasó por su lado, de cerca se dio cuenta. No es ella. Paranoico, estoy paranoico.

Era imposible no sentirse perseguido en Santiago. Con ocho millones de personas la Región Metropolitana, cuando escogió hotel para alojarse, sin siquiera pensarlo había vuelto al mismo puñado de calles conocidas, como si estas fueras el único barrio al que podía llegar; cerca de la casa de sus padres, cerca de las mismas esquinase vivían sus amigos y de todos sus familiares. 

Todo está bien, mi papá en una fiesta. No, jamás van a aparecer en una fiesta. Jamás. Le sudaban las manos apretando el volante.

En cada semáforo iba revisando su teléfono: los mensajes, las historias. Hasta que una resultó ser la de Indi. Estaba grabando su entrada a la fiesta. Las luces como espadas de neon que apuntaban al cielo. La larga fila de personas en un estacionamiento, la acreditación de los invitados, y su recibimiento directo en la entrada.

Un corte, y la siguiente historia se enfocaba en los rostros de sorpresa de la gente a la que saludaba. Tantas personas que parecían conocerlo. Tantas sonrisas y rostros de sorpresa: chicas que lo abrazaban: escotes, piel, cortísimas faldas, trajes completos de malla transparente, todas le repartían besos a ambos costados de sus mejillas y una que otra buscaba directamente sus labios. ¿Le gustaban también las mujeres? ¿Qué clase de persona era, que no conocía?

Subió todo el volumen que su teléfono permitió, quería escuchar, entender cada susurro y palabra. O tal vez nunca lo iba conocer de verdad. 

Es tan popular. Cualquiera a su lado tendría el ojo de la cámara encima. Si solo hubieran entrado juntos... ¿Podía pararse a su lado entre toda esa gente? Estaba empezando a sentirse sofocado imaginándolo. 

En ese momento, él encendió su transmisión directo desde la fiesta.

Se conectó a esa transmisión. Se veía una pasarela, y sobre ella, un par de artistas: una chica de pelos de colores y un hombre de pelo muy corto, vestido de negro que parecía un tatuador, ambos pintaban el cuerpo de una modelo que iba en bikini de lentejuelas. Detrás la música electrónica, luces y una enorme mesa de Dj.

Una temporada offlineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora