Oz | Mi amado desconocido

5 0 0
                                    


Estacionó en el primer espacio disponible y salió corriendo a buscar alguien que lo ayudara a llevarlo.  Vio como un par de enfermeros corrieron con Indi sobre la camilla. Se lo llevaron y lo ingresaron a un box de urgencia. Una luz roja se encendió en la puerta. 

¿Una luz roja... eso era malo, cierto? ¡Qué puta significa esa luz!

Iba a entrar tras de él, pero una enfermera lo atajó del brazo y se puso al frente para que no lo siguiera. Quería preguntarle por esa luz, pero no podía coordinar las palabras se le atragantaron en la garganta, sentía demasiadas ganas de llorar.

La enfermera a cargo, tal vez de su misma edad, tenía pequeños ojos castaños que lo miraban con impaciencia. 

Trató de respirar y calmarse para preguntar, pero cuando se sintió más calmado ella empezó a dispararle una serie de preguntas, que apenas podía responder.

Las cosas que preguntaba parecían salidas de una pesadilla: ¿Qué había tomado? ¿Se había inyectado, inhalado o fumado algo? ¿Cuánto rato llevaba inconsciente? ¿Se había pegado en la cabeza?

Ella puso un vaso de papel con agua al frente y, golpeteando el lápiz contra el mesón de acceso, lo miraba hastiada. Mientras en su cabeza trataba de darle forma a la noche, a lo que sabía de Indi y explicar la situación lo mejor que podía.

Cuando terminó de tartamudear, ella le pasó una hoja a completar y lo mandó a esperar. 

Sentado en esa sala de fría descubrió un nuevo nivel de la desesperación. Rellenar la hoja de datos de Indi. Ese acto tan sencillo fue su nuevo infierno. 

Mirándola y releyendo una y mil veces los cuadritos. Se dio cuenta que no sabia casi nada de lo importante acerca de él. Solo su nombre, su edad, su número de teléfono y nada más. 

Ni siquiera su dirección o un número de emergencia, salvo quizás el de su Mamá... No, no iba a llamar a su mamá.

Se devolvió al centro de enfermeras y lo dejó encima, del mesón de recepción junto a su tarjeta de crédito. La encargada del turno, miró la hoja con atención. Encerró el nombre de él en un circulo con un destacador, y respiró, haciendo una mueca.

Le indicó la dirección de la caja y solo dijo —Ingréselo ahí... Pagará después— Luego ella entró al box, sin decirle palabra más.

Hizo el ingreso de Indi a la clínica en una oficina frente a la caja, tal como se lo indicaron. Como  no lo dejaron entrar al Box donde estaba. Se quedó dando vueltas sin volver a sentarse.

¿Era posible amar a alguien que realmente no conocía? ¿Era posible explicarlo sin que la gente pensara cualquier cosa...? Si hubiera sido menos cobarde, si antes que él partiera lo hubiera acompañado a presentarse directamente con su mamá, como Indi siempre le insinuaba. Si lo suyo hubiera dejado de ser un secreto de una buena forma... ¿Había una buena forma? Esas dudas se lo iban comer.

Pasó una hora, la peor desde que había pisado Chile. La peor desde que había conocido a Indi y desde que era consciente de que ese niño que tanto amaba podía morirse en cualquier minuto.

Caminó por la urgencia mirándose en el reflejo de ese piso brillante, se sentó, se levantó. Vio por la ventana medio empañada hacia la calle, hacia la solitaria luz del alumbrado a lo lejos, y revisó mil veces su teléfono. Solo cuando la enfermera y el doctor salieron del Box, pudo entrar.

El olor a alcohol, a desinfectante era demasiado fuerte, lo mareaba. De seguro, Indi reclamaría por ese olor, pensó. Pero él no podía quejarse y sintió que se iba a morir de pena de tener que hacerlo por él.

Una temporada offlineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora