Baltasar | Stalker

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Seguía escuchando el coro del tema que Indi cantaba mientras conducía. Subió la escalera pensando en buscarlo y escucharlo de nuevo completo.

Eran pasada las nueve de la noche y todavía el segundo piso estaba muy caluroso, el pequeño pasillo y su dormitorio sobre todo, recibían el sol durante casi todo el día. Cerró la puerta de su habitación. Estaba sudando apenas al entrar; el termómetro al fondo de su escritorio marcaba 29 grados.

Un grado más y se hubiera encendido. Pensó. Buscó de la palanca al lado de su cama y la activó. Comenzaron a sonar una a una como turbina de avión. Una red de pequeñas hélices en el techo. Un camino que unía la puerta con la ventana.

Parecía una pista de aterrizaje, la había construido cuando solo tenía once, durante su primer curso de programación en Arduino. En ese tiempo se había enamorado de la posibilidades de darle movimiento a las estructuras y construir pequeñas máquinas.

Había ido perfeccionando su sistema en el tiempo, incluyendo nuevos ventiladores, para que aprovechar la forma de su dormitorio y mejorar la ventilación.

Abrió la ventana y dejó sus zapatillas todavía un poco húmedas en el borde, antes de guardarlas de nuevo en caja.

Afuera, la luna llena estaba tan brillante como el sol saliendo entre los edificios. Bajo el reflejo de las luces de la calle, sus manos brillaron. Eran diminutos puntitos como escarcha, repartida en su piel.

Son livianos como polvo, se pegan con estática. Pensó. Le vinieron a la mente las mejillas de Indi llenas de brillos. Debo haber estado muy cerca...

¿Cerca? Nada de cerca.

Recordó su mirada esquiva, sus palabras amargas, esa pelea por teléfono.

¿Habría llegado bien a su casa? Tenía un viaje largo. Leo había dicho que vivían en el Cajón del Maipo. ¿Cuántos kilómetros serían?

Tomó un trago de su batido, sacó el teléfono, vio la hora y lo buscó en Google. Desde Santiago centro al pueblo de San José de Maipo, eran más de 100 kilómetros. ¡Qué pique!

Si él conducía a velocidad moderada y con taco, debía ser al menos dos horas y media de camino. Además, considerando que debía tener un margen para llegar, estacionar, comer y quien sabe que más, debía esperar al menos tres horas para saber de él. Esperar hasta las 12. Vale. Mejor corrijo los talleres ahora.

Sacó del cajón de abajo un alto de hojas: las guías del taller de matemáticas. Los ejercicios semanales de todos. Esta semana le tocaba corregirlas. Activó el cronómetro con el Pomodoro doble. Por los próximos cincuenta minutos solo iba a pensar en derivadas.

Mientras corregía y anotaba comentarios, trataba de alejar la idea de él perdido en el tráfico. Pero esa idea, ocupaba espacio, consumía su concentración. Avanzaba lento, que al cabo de los cincuenta minutos, cuando sonó la alarma y correspondían diez minutos de descanso. Apenas había revisado la mitad. Miró su teléfono. Tenía un mensaje y le saltó el corazón.

Adam: Vamos a salir con Gianni, y Pato. ¿Te pasamos a buscar? Te dejamos a las 2 máximo. Así te levantas temprano y llegas a tiempo.

Qué hueón... Indi no tiene mi cuenta. Tampoco mi teléfono. ¿Por qué no se lo anote...? Pensó mirando hacia afuera.

Balta: Hola Dam. Tranqui, me estoy quedando dormido.

Adam: ¿Cómo estuvo ese parque de mierda?

«Increíble», escribió, pero lo borró de inmediato.

Una temporada offlineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora