Capítulo 1: Aquellos que son justos

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Prólogo.

Los años en los que la humanidad han avanzado, fueron demostraciones de que estos seres tendrían instintos salvajes arraigados a su propia conciencia.

Dos pueblos que se encontraban en una frecuente batalla de conquista, el pueblo de Celsya y el pueblo de Kamona, eran parte de la provincia de Kostask.

Celsya se encontraba bajo el dominio de un noble rey llamado Magnus Haugsen, un antiguo héroe de guerra que representaba la valentía de su pueblo con fervor, pero que aún así, no dudaba en tratar de recurrir a la paz para lograr lo mejor para ambos pueblos.

Por otro lado, el pueblo de Kamona estaba bajo el dominio del rey César DeClair, más conocido como "El Marqués", un hombre poderoso y malvado, que regía la parte norte de aquella provincia. El Marqués era un hombre que había vivido los peores horrores en el campo de batalla años atrás, y había luchado contra el rey Magnus para así poder instaurar una política económica más evolucionada en Celsya, pero que utilizaba vilmente de la mano de obra humana en forma de esclavitud.

Los años habían pasado, y los conflictos se relajaban temporalmente, pero era sabido que un día, ambos pueblos volverían a chocar, todo por el avance de un pueblo que deseaba el bien material antes que el humano, contra un pueblo que protegía la vida humana.

Y éste es el caso de uno de nuestros héroes de la historia, el joven guerrero Ivar, y su hermano mayor, Reinhard.

Capítulo 1.

Aquellos dos jóvenes muchachos, de cabellos castaños y ojos café, practicaban el combate con el uso de espadas y escudos de madera, ya que estos irían a enlistarse al ejército de Celsya como lo hicieron sus padres en el pasado.

Mientras estos dos jóvenes se daban ataques horizontales y verticales, además de varios intentos de estoques y cubrían hábilmente los mismos ataques con sus escudos de madera, pronto oirían una suave voz femenina que hacia llamado de ellos, se trataba de la madre.

Frida: ¡Ivar!, ¡Reinhard!, ¡vengan a comer, el estofado esta listo!.

Ambos jóvenes dirían al unísono "¡Ya vamos mamá!", mientras que Reinhard, el mayor, aprovechaba y daba un estoque al estómago del joven Ivar, quien caería al suelo.

Ivar: ¡Ugh-!, ¡oye, eso no es justo!.

Reinhard: Nada en la guerra es justo hermanito, siempre debes tener en cuenta eso, y que además, deberás estar alerta, pueden atacarte de cualquier dirección.

Ivar: Si... tienes razón...

El mayor extendería el brazo en dirección del menor en una clara señal de que lo ayudaría a levantarse, el menor aceptaría a aquél amable gesto, por lo que tomaría su mano y se pondría nuevamente de pie, limpiando sus ropajes del polvo.

Reinhard: Vamos, quizás papá nos cuente alguna de sus historias de la guerra mientras comemos.

El menor asentiría suavemente, mientras en compañia de su hermano mayor, se adentraba a aquella bella choza de madera refinada y un techo de piedras.

Al entrar, se dirigirían hacia la cocina, donde se podía apreciar una ordenada mesa donde la madre se encontraba colocando los cuencos de madera, junto a cucharas del mismo material.

Un hombre de cabellos castaños y una barba de la misma tonalidad, se acercaría a la mesa con una olla y un cucharón, este hombre era el padre.

Arne: Muy bien chicos, tomen asiento, hoy toca el favorito de todos, un estofado de res bien cocido.

Reinhard: Dios, ya me estaba muriendo de hambre.

Los Justos y Los Caídos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora