1. Sueños.

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Severus estaba sentado a la sombra de un árbol viendo desinteresadamente a los demás estudiantes montar los carruajes que se dirigían a Hogsmeade, mientras, abría un libro que había pedido prestado de la biblioteca el día anterior

Gritos emocionados de varios chicos de primero llamaron su atención, haciéndole recordar cuando él montó en el tren por primera vez.

Recuerdos que con nostalgia llevaría consigo para toda la vida.

Ese día se levantó temprano en la ajetreada 'mansión'. abrió los ojos con mucha pesadez y agotamiento físico; le dolían mucho las piernas y la espalda por todo lo que había tenido que soportar dos días atrás. Aún sentía la sensación fresca de la sangre en su colchón y el ardor de las heridas sobre su cetrina piel.

Afuera empezaba a despuntar el alba, por lo que ignorando el doloroso estado en que se encontraba, fue a darse un baño muy rápido con agua fría. Al quitarse la ropa y pasar frente al espejo de cuerpo completo, su reflejo lo dejó incómodo y apesadumbrado.

Vio los cortes sobre sus piernas con los bordes rojos comenzando a cicatrizarse y sus brazos llenos de hematomas que comenzaban a desinflamarse. Sabiendo lo que encontraría se dió la vuelta y efectivamente, en su espalda más de lo mismo.

Quitándole importancia y colocandose una máscara de indiferencia se bañó; de todas formas no era la primera vez que ignoraba su propio cuerpo. Al terminar, el alcohol se deslizó por las heridas en su espalda y piernas desinfectando, se aplicó una crema muggle para desinflamar y se procedió a vendar.

Se vistió y sacó la maleta del fondo del armario donde la había escondido la tarde anterior. Bajó corriendo las escaleras, justo cuando su madre le comenzaba a llamar desde la cocina.

-Menos mal bajaste, -decía una elegante mujer con un bonito peinado y un vestido que se veía costoso (igual que casi todo en aquella casa), y el mismo color de ojos y cabellos que él. -Te preparé el desayuno, no es mucho pero es mejor que nada. -Le entregó una bolsa de papel mientras le mostraba una amable sonrisa. Un roseton adornaba su pómulo izquierdo y aunque el maquillaje lo disimulara muy bien, él sabía que estaba allí por su culpa. Su madre lo había dejado claro luego de gritarselo y empujarlo contra el alambre de púas y concertina que estaba enroscado en el piso de aquél garage, el cual esperaba ser puesto por los trabajadores que llegarían ese día a aquella mansión. -Tendrás que comerlo en el camino si no queremos que nos encuentre aquí cuando despierte. -Estiró su mano para tomar la del pequeño niño, arrepintiendose al instante la recogió. -Vamos, -le dijo saliendo primero. -El auto nos espera.

El niño bajó la mirada. Siempre era igual, si no había necesidad de tocarle no lo harían.

Severus salió detrás de la mujer, encontrándose con un modesto auto negro que seguro era de alquiler pues no llamaba mucho la atención y obviamente Eileen jamás dejaría que él ensuciara uno costoso con su sola presencia. El pequeño subió la maleta a uno de los asientos de atrás con mucho esfuerzo; a pesar de que no estaba muy llena, para un niño de once años sin una buena alimentación, era pesada. Se subió al lado de sus pertenencias y el viaje comenzó.

Lo único que le entristeció fue el hecho de no poderse despedir de su tío, que al saber que iría a estudiar a un internado, no dudó en invitarlo a pasar el día antes de partir, con él.

Observaba por la ventana como iban dejando atrás la calle que comenzó a llenarse de padres que llevaban sus hijos al colegio, algunos adolescentes que iban solos y encontrando amigos en el camino, adultos que se dirigían a trabajar y personas llendo en bici o trotando por hacer ejercicio.

Todo lo contrario a su 'hogar', la solitaria calle de la Hilandera y esa horrible casa renombrada por él como "La casa del terror". Pero eso no podía decirlo en voz alta pues su padre se molestaba mucho si lo escuchaba, y le hacía pagar por decir semejante tontería, con castigos que le dejaban marcas internas, externas y mucho dolor.

Solo un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora