—saudade: el amor que permanece; la nostalgia por algo o alguien muy querido.
—o—
" pero la noche llega y comienza a cantarme.
la luna hace girar su rodaje de sueño.
me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
y como yo te amo, los pinos en el viento, quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre. „—Pablo Neruda; poema 18—
—o—
Su recuerdo gris lo persigue como alma en pena, es su verdugo en estas noches de otoño cuando el insomnio se cuela sin invitación en su cama y el frío le cala los huesos, y a veces, también el corazón.
Eren quisiera decir que la culpa, carroñera, no le carcome sin piedad el alma cada vez que la luz tímida de la Luna se cuela por su ventana, y que no añora despertar con sus cabellos azabaches a centímetros de la cara, o respirar ese tenue perfume que le regaló impregnado en su bufanda, pero la mentira es algo que se encuentra repudiando en los últimos días y su propia hipocresía le produce arcadas. Su reflejo, en cualquier superficie, basta para deprimirle.
Los días parecen no pasar en este tétrico lugar, piensa él todo el tiempo. Incluso, la tranquilidad que reina en los pasillos lo perturba, tanto silencio permite que los remordimientos que carga consigo como cadenas que encierran su alma, se conviertan en aves de rapiña que desbaratan, destruyen, salvajes, las pocas ansias que le quedan de vivir. Sin embargo, tan tentadora como pudiese ser la idea de sucumbir ante sus demonios, no cree siquiera merecer el lujo de la muerte. Él, ya no tiene esa libertad de escoger.
No desde que eligió tan lúgubre destino.
La tarde es cálida hoy, pese a que los otoños en Marley acostumbran ser bastante crueles. Es horario de recreación, y observa desde un banco, apartado, a los demás internos del hospital psiquiátrico. Algunos, como él, carecen de una extremidad, otros solo gritan y se retuercen en el suelo, atormentados por las experiencias en el frente de batalla. Eren los mira, preguntándose cómo después de tanto tormento, no acabó él así. A veces, contempla la posibilidad de que el hecho de estar cuerdo después de presenciar tales atrocidades, sea un castigo por sus pecados.
Momentos antes, sostuvo una conversación bastante peculiar con un muchacho rubio, de ojos apagados y voz empapada en desesperanza. Falco, ese era su nombre. Un chiquillo noble, demasiado para su propio bien. Le había conversado sobre un candidato a guerrero, y aunque no mencionó un nombre en específico, por la resignación en su tono, supo casi de inmediato que la queja que asediaba su mente se trataba sobre una chica. Eren recuerda demasiado bien lo que sentirse menos competente que una mujer, su orgullo en aquella época era tan grande como su inmadurez, y aún pesa en su alma las veces que sin justificación la trató con desprecio solo por celos. Trata de no agobiarse mucho con ello, y aunque las palabras que un día dijo no se las haya llevado el viento, sabe que el corazón de Mikasa es tan indulgente para consigo que no alberga en su pecho rencor alguno. Al menos, no de esa época.
Eren, aunque orgulloso como solo él, no teme a la hora de reconocer la infinidad de veces en que ha abusado de la vasta tolerancia de Mikasa. Las recuerda, las repasa cada noche antes de dormir, y la almohada le susurra, poco discreta y sin tapujos, el daño irreversible por el que la ha hecho pasar. Las recuerda, todas y cada una de ellas. La ve llorarle en sueños, cada lágrima que cae formando un océano donde Eren acepta gustoso ahogarse, porque sabe que en un mundo justo, merece ese desprecio.
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One Shots; EreMika
Fanfiction« Di que me recordarás en un bonito vestido, contemplando maravillada la sublime e inigualable belleza de un cielo teñido en colores cálidos; con mis labios enrojecidos de tanto besarte y mis mejillas sonrojadas por el atardecer; y qué me volverás a...