III

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En el juego sutil del poder y la traición, el amor sería mi estrategia más astuta.

En el juego sutil del poder y la traición, el amor sería mi estrategia más astuta

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Sabía quién era él.


Coriolanus Snow, el candidato a la presidencia más joven, jefe de papá, amigo y colega de Theodore, por supuesto un engreído.


Mi cara cambia drásticamente cuando nuestras miradas se cruzan, sin embargo hay algo diferente ahí, mueve su cabeza para indicarme que salgamos de la oficina.
— Así que Theo pidió permiso para ir con Clemencia, interesante — dijo sonriéndome y siendo sarcástico al mismo tiempo. Tal vez tengas una boda pronto
— Deberías concentrarte en tu candidatura, que en bodas inexistentes. Caminé dos pasos hacia atrás.
— Tengo a tu padre de mi lado, ganaré Brown , de todos modos, tú estás de mi lado.

Indirectamente era cierto, mi padre obtendría un puesto de senador en caso de ganarla. Yo estaba obligada a apoyarlo.

Mi padre se frustra que le hable de ese modo, pero así nos comunicamos, es así como funcionamos.

Al salir del imponente edificio, me sentí aliviada por el aire fresco que me recibió en contraste con el ambiente denso y opresivo que reinaba entre esas paredes. Al girar hacia la salida, divise a Charles, el chófer de la familia, de pie junto al reluciente automóvil negro. Su expresión serena y profesional apenas mostraba indicios de la larga espera. Su figura alta y elegante se recortaba en la luz del atardecer, un fiel guardián de secretos inadvertidos y confidente silencioso de la familia.

—Señorita Brown, saludó con una reverencia discreta mientras abría la puerta del vehículo.

—Charles, respondí con una sonrisa leve dibujándose en sus labios. Entro al automóvil y me acomodo en el asiento trasero, sumergiéndose en el cómodo ambiente del interior.

Sin embargo vaya mi sorpresa cuando llegue a casa, pues la luz cálida de la sala principal reveló a mamá y papá sentados a la mesa, rodeados de una cena lujosa que generalmente era reservada para ocasiones especiales. Pero, en mi experiencia, sabía que esa opulencia gastronómica solo se desplegaba cuando había algo más que simplemente disfrutar de una comida.

Y lo primero que pensé ¿En dónde está Theodore?

—Mamá, papá, los saludé con una sonrisa tensa que apenas ocultaba mi ansiedad. Sus miradas, serenas pero cargadas de intenciones, me confirmaron mis sospechas. Algo estaba a punto de cambiar.

—Nea, cariño, siéntate con nosotros, sugirió mamá, con una voz que intentaba transmitir calidez, pero que no lograba ocultar la tensión que la situación imponía.

—¿Quién murió? Solté sin más

—Nadie cariño, solo necesitamos hablar sobre cosas – dijo papá dulcemente

Tomé asiento con cuidado, tratando de leer entre líneas cada gesto, cada palabra no dicha. La cena excesiva frente a nosotros era un indicio claro de que venía una conversación seria, una que probablemente involucraría planes, expectativas y una dosis extra de presión.

—Mira, hija comenzó papá, tomando la palabra con su tono firme y autoritario que solía emplear en el mundo empresarial. "Hemos estado pensando en tu futuro, en lo que sería mejor para ti y para la familia.

El termino familia solamente importaba para estas cosas.

Las palabras de mi padre resonaron en la estancia con una solemnidad pesada, como un veredicto irrevocable. —Atenea, querida estamos pensando que casarte con Coriolanus Snow ayudaría a nuestra supervivencia política. Esta unión no es solo por ti, sino por el futuro de nuestra familia, por la estabilidad que necesitamos. Esto impulsaría la elección, sería una historia de amor para los habitantes del Capitolio y que mejor que la hija del Jefe de Campaña.

—Lamento arruinar los planes, pero seguramente habrá muchas chicas queriendo ser su prometida, si me disculpan yo me retiro.

Me encuentro paralizada por la noticia. Mis pensamientos se convierten en un cumulo caótico y agitado que no puedo controlar. Mi pecho se oprime y el aire parece escaparse de mis pulmones. ¿Casarme?? No puedo siquiera imaginarlo, mucho menos aceptarlo. Hace unas horas era la Doctora Brown y ahora quieren que sea la señora Snow.

Mi corazón late con fuerza, pero no por emoción, sino por el miedo que se apodera de cada parte de mí. ¿Cómo pueden decidir mi destino de esta manera? Mi padre, con su mirada dura y su voz inquebrantable, me anuncia esta unión como si fuera simplemente un acuerdo comercial. No hay opción sus palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez.

La desesperación se apodera de mis sentidos mientras mis lágrimas amenazan con escapar. ¿Cómo puedo explicarles que mi corazón no puede, ni quiere, pertenecer a un Snow? Pero mi madre, normalmente mi refugio en momentos de angustia, se une a esta cruel sentencia con una frialdad que me hiela el alma. —No hay hombre mejor d—ice, como si mi felicidad no importara en absoluto. 

—No tienes que amarlo añade, como si eso lo hiciera más aceptable.

Y entonces, esas palabras, como puñales afilados, se clavan profundamente en mi ser. "No permitiré que rechaces dos veces una propuesta de matrimonio", espeta mi madre.

Siento una mezcla de ira, desolación y una profunda sensación de soledad. ¿Acaso mi felicidad no vale nada para ellos? ¿No importa mi voz, mis sueños, mis deseos? El peso de la opresión y la impotencia se hace insoportable.

La mirada de mi padre se vuelve más intensa mientras intenta justificar lo injustificable.                    —Coriolanus  te eligió para esto—declara con una seguridad que me deja sin aliento. Es como si esas palabras fueran el sello final, la confirmación de que mi destino ya no me pertenece.

Es un nombre que resuena en los círculos políticos, un hombre cuya influencia y poder se extienden como una sombra sobre todo lo que toca. Pero no puedo evitar sentir un escalofrío al escuchar su nombre ligado al mío en este contexto.

"Atenea Snow"

¿Por qué yo? ¿Mala suerte quizás? ¿Tendrá que ver con la fiesta? Mi mente se niega a aceptar esta idea. ¿Elegirme para qué? ¿Para ser una ficha en un juego político? ¿Para ser sacrificada en el altar de las conveniencias y ambiciones ajenas?

—Piensa en los hijos que tendrías, murmura con una sonrisa forzada, como si fuera un detalle trivial y sin importancia. —Serían lindos, ¿no crees? Tendrías hijos hermosos

Era como un peón, moviéndome con limitaciones impuestas, sacrificándome en un juego que no comprendía del todo. Mi vida, mis elecciones, parecían estar determinadas por las manos ajenas que manipulaban las piezas con frialdad estratégica.

Yo era una pieza de ajedrez en manos de un jugador implacable.

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REFLECTIONS - Coriolanus SnowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora