Capitulo 22: Obra maestra

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Salvatore Bianco

El universo conspiró para unirnos sin ni saber que existíamos. Estando con ella allí, en aquella playa, mirando su rostro, la belleza de sus curvas y la delicadeza de su sonrisa no entendía cómo era que algo tan perfecto podía estar tan ciego sobre su valor. Aitana era la mujer más bella que mis ojos habían podido ver. Cuando se sonroja, sus mejillas se tornan coloradas, sus ojos se oscurecen y apenas puede levantar la mirada. Aun después de tanto tiempo, sigo mirándola a los ojos y puedo encontrar la misma mirada que me cautivó por primera vez. Eso..., eso me reconfortaba el corazón porque sabía que aún ella seguía siendo ella, que a pesar de tanto dolor, aun ella seguía conservando su esencia.

— Ve a ponerte más hermosa de lo que eres, te llevaré a cenar.

Ella asintió con la cabeza y poniéndose en pie entró a la casa mientras yo opté por quedarme un poco más en la playa. Ciertamente era uno de los placeres que no costaban nada y lo daban todo, el sonido del mar y el silencio del mundo, de la gente, de lo mundano. Por mi mente pasaron muchas cosas, entre ellas mamá. Ágatha era una parte de mi que dolía y al mismo tiempo necesitaba. Pensar que podría morir, saber que la perdería pronto si no la convencía de tratar el cáncer me quitaba la paz. Luego también pensaba en Camila. No se porque esa mujer venía a mi mente, pero cuando lo hacía era solo para traerme recuerdos amargos. Nunca entendí qué fue lo que hice mal, mucho menos lo que le faltó para que decidiera hacer lo que hizo. Pero sobre todo, lo que más me afectaba día tras día, era aquella pequeña, mi hija. Recordarla y saber que fui yo quien causó su muerte era algo que por más que el tiempo pasara, seguiría atormentando mi paz día tras día hasta el día en que muera. Aitana le daba miedo fallar como madre, en mi caso el miedo era el doble porque ya yo he fallado como padre una vez. Creo que mi mayor miedo era volver a perder otro hijo. Quizá ella no lo entendía, o tal vez no lo había notado, pero sabía perfectamente cómo se siente, sé la impotencia que es no poder tener un hijo o peor aún, ser el causante de su muerte. No imaginaba cómo mi vida cambiaría, ni siquiera sabía cómo hacerle frente a todo lo que se venía pero aún así, no quería que ella lo notara. Por nada del mundo permitiría que Aitana volviera a sentirse vulnerable y menos ahora que había conseguido algo de paz en este lugar. Regresé dentro de la casa y al mirar todo, al sentir tanto silencio también logré sentir esa paz de la que hablaba Aitana. Pocas veces venía a este lugar, de hecho las únicas veces que vine fueron las veces más difíciles de mi vida y de cierta manera pude recuperarme de aquellos golpes. Lo mismo quería para ella, deseaba que se pusiera de pie ante la vida, que luchara sin miedo y que a pesar de la gente, de la maldad y de todo lo que nos esperaba por vencer, quería que fuera más fuerte que nunca, más fuerte que yo, más fuerte que cualquiera. No quería otra cosa más que ella se comiera el mundo, que dejara huella donde quiera que fuera. Subí a la habitación, seguramente debía estar casi lista o al menos el proceso pero al abrir la puerta aún su vestido estaba sobre la cama junto a unos bonitos tacones al pie de la misma. Escuché la ducha con el grifo abierto y dando unos cuantos pasos me acerqué a la puerta del baño. Estaba entreabierta y al asomarme allí estaba ella, desnuda, exquisita, con unas curvas que tenían el poder de ponerme duro en cuestión de segundos. Hacía un tiempo que no la veía desnuda, de hecho, llevábamos distanciados íntimamente sin darnos cuenta. No era por falta de ganas, mucho menos por desinterés más bien creo que los problemas nos envolvieron al punto de alejarnos aún sin quererlo. Pretendía mirarla, espiarla mientras se duchaba y sentir esa adrenalina, esa sensación de ardor que surgía desde adentro hacia fuera que experimento cada vez que la veo desnuda. Tiene un culo perfecto, jodidamente ardiente lo cual lo único que me provocaba era azotarlo hasta dejarlo con ese color rojizo que entona perfectamente con su sutil piel blanca. Verla desnuda era darle libertad absoluta a mi mente a que creara mil y una fantasías las cuales muchas quedarían en eso, solo en fantasías. No solo eran sus curvas, su culo y su cabello largo callando entre sus caderas lo que me ponía a cien en segundos, sino también aquellos par de senos firmes, redondos donde podía perderme entre ellos y chuparlos hasta sacarle un orgasmo solo lamiendo aquellos pezones rosados que aún le faltaban clase y cátedra en la cama. Creí conocerla, joder...pensé saber exactamente lo que ella sentía, cuales eran sus deseos, la subestimé y subestimarla me llevo a espiarla en aquella puerta y presenciar una de las cosas más atónitas y al mismo tiempo las excitantes que me habían podido pasar hace mucho tiempo. Se tumbó en el pequeño banco en piedra que tenía la ducha comenzando a tocarse como nunca antes lo había hecho ante mis ojos. Dejó que el agua corriera por su cuerpo especialmente entre sus piernas; las abrió completamente para darse placer, para masturbarse con el chorro del grifo que caía directamente sobre su clítoris. ¡Joder! ¡Lo que hubiera dado por ser aquel bendito chorro! Sus dedos también colaboraron en aquel placer que su cuerpo experimentaba. Cada vez que se tocaba, que gemía, que se estremeció mi cuerpo reaccionaba abruptamente. Quizá porque creía estar sola, porque nadie la veía o tal vez porque le daba pena explorarse frente a mis ojos nunca se había soltado tanto como en aquella ducha. Me puse duro en cuestión de un segundo, quería follarla, pero esta vez no como las otras, quería follarla de verdad, a mi manera. Sus dedos se hundían en su vagina y yo más cachondo me ponía al punto de ser un tanto doloroso. Pero eran de esos dolores que daba placer sentir. Necesitaba liberarlo, necesitaba estar dentro de ella ya. Su imagen, aquella suculenta imagen de mi esposa tocándose sin pena, sin pudor y con una naturalidad increíble me encantó pero al mismo tiempo me hizo preguntarme si aún después de tanto tiempo juntos, si aun siendo mi esposa y haberle hecho el amor incontables veces todavía después de todo eso aún seguía reprimiéndose sexualmente. No quería seguir sintiendo que era el causante de eso, no se como me veía ella, pero yo solo veía en ella todo lo que mi cuerpo, alma y mente necesitaban para sentirse pleno. Su cuerpo, sentir su calor, ver sus ojos mientras le hago el amor es una conexión que aun no logro explicar con palabras. Mis deseos fueron más fuertes que la abstinencia, mucho más potente que la razón. Solo me veía en aquella ducha sometiendola contra la pared follandola hasta hacerla gritar, gemir, hasta lograr sacarle un orgasmo que le dejara las piernas temblorosas. El chándal que llevaba puesto estaba a punto de comenzar a ceder, trague saliva sintiendo un nudo en la garganta que más bien se sentía como una enorme roca. Toque mi polla y estaba caliente, hinchada y lista para hundirse en Aitana. No aguanté más. El instinto salvaje, impulsivo y carnal pudieron más que mi razón. Entré a aquel baño y caminé hasta la ducha y cuando ella me vio quedó petrificada. Su rostro se sonrojó, rápidamente con vergüenza en su voz y apenas pudiendo hablar sin tartamudear, se exaltó.

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