Capitulo 40: Derrumbe

631 108 50
                                    

Salvatore Bianco

La aupé en brazos y rápidamente ella enroscó sus piernas en mis caderas y en ese instante supe que ambos queríamos lo mismo. Moría por tenerla, por poseer su cuerpo con un afán que quemaba de adentro hacia fuera. Bastó dar unos cuantos pasos hacia delante para tenerla tumbada en la cama debajo de mi con esa cara de pena pero al mismo tiempo traviesa. Mis manos buscaron despojarla del vestido que llevaba puesto y ella algo indecisa me detuvo y sin mirarme a los ojos susurró.

— Espera...

— ¿Qué ocurre?

— Baja la luz

— No lo haré — Respondí desatando el nudo que mantenía su cuerpo oculto tras el vestido.

— Por favor, ya no soy la misma. Estoy panzona, tengo estrías y...

Decidí callar tanta tontería y complejos tontos que salieron por su boca besándola y saliéndome con la mía. La desnude sin dejar de mirarla a los ojos. Su respiración se tornó agitada, temblaba y se sonrojaba como la primera vez que le hice el amor. Al verla desnuda me puso duro, tanto que incluso podía llegar a ser molesto. Se veía jodidamente fogosa, hermosa, deseable. Su cuerpo cambió, lo hizo pero cambió haciéndola ver hermosa, sexy y al mismo tiempo tierna. Era inexplicable la sensación placentera que sentí al ver su pancita abultada, el tono cálido que tomaron sus pezones y como la maternidad en general acentuaba la belleza que me tenía enamorado perdidamente de ella. Era algo que llegué a pensar que no podría experimentar con ella, en el fondo después de tantas pérdidas perdí la esperanza en formar una familia y ahora..., ahora la mujer que amo estaba debajo de mi, desnuda con una pancita hermosa y un rubor exquisito en sus mejillas.

— Me has puesto duro, muy duro. Te ves exquisita, quiero hacerte tantas cosas..., te he deseado como un loco. Estos dos meses han sido un infierno nena.

— No te creo — Insistió apenada.

— Tócame

— ¿Eh?

— Hazlo, comprueba por ti misma cómo me tienes.

Esa fragilidad..., la jodida forma en la que me miraba, en cómo sus mejillas se sonrojaron, ese tiritar de su piel que aun albergaba su cuerpo me enloquecieron todos los sentidos. Me urgía, necesitaba como un loco tenerla, hacerla mía. Inevitablemente ella lograba volcar todo mi interior a sus pies. Había deseo, entre los dos la tensión sexual era incluso mucho más fuerte que antes, podía sentirlo en el calor de su piel, en la profundidad de sus ojos, podía verlo en el erizar de su piel pero también vi algo en ella que no había visto antes; algo de miedo. Mis labios fueron descendiendo por su cuerpo y a pesar del la lujuria del momento, del deseo y mi desespero por hacerle el amor, aún la razón no se cegó del todo. En su piel había unas marcas y cicatrices que estaba seguro que nunca las había visto, de hecho seguro que ella no las tenía. No quería dañar el momento, mucho menos ponerla a ella en una situación difícil, lo único que quería en ese momento era amarla, volver a tener a mi mujer cerca. Agarró con suavidad mi erección que aún crecía, se hinchaba y endurecía por ella. Sus manos ligeramente frías hicieron que diera un respingo y mi autocontrol se fuera de a poco al carajo.

— Estás...

— ¿Cómo estoy?

Con un hilito de voz susurró

— Casi olvido lo grande que la tienes.

— Muero por estar dentro de ti cariño. Me traes muy pero muy caliente.

Se quedó inmovi, como si no supiera cómo reaccionar y eso se me hizo algo extraño. Para mí aquello era algo nuevo, nunca había tenido sexo con ninguna mujer embarazada tan avanzada y era increíble incluso de creer para mi mismo, pues no podía creer como Camila nunca quiso tener relaciones conmigo aunque ahora después de tanto tiempo creo que esa respuesta era más que obvia. Moría por hacerle el amor a Aitana pero al mismo tiempo tenía miedo de lastimarla y es que no podía eso negar que al momento de hacerle el amor ella despertaba en mí una bestia que no lograba domar del todo. La noté cohibida, temerosa y eso me hizo sentir un tanto confundido. Era como si hubiéramos dado dos pasos atrás tirando a la nada todo lo que habíamos logrado superar juntos. Me miraba con amor pero también con temor. Me miraba con deseo de ser mía y al mismo tiempo en su rostro había duda.

Resilencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora