Tenía miedo, creo que mamá está enojada de nuevo porque grita mucho. Corrí a mi habitación y solo quería dibujar en mi libreta y esperar a que los tipos malos se fueran de la casa. Mamá les gritaba y ellos le pegaban y yo no quería que le pegaran. Calladita salí de la habitación para ayudarla. No quería que le siguieran pegando y por eso comencé a pegarle al tipo malo con mis manos pidiéndole que se detuviera pero él también me golpeó a mi y al irse mamá me agarró fuerte del brazo, tan fuerte que sus uñas se clavaron en mi piel haciéndola sangrar. Me miró con enojo y vociferó.
— ¡Te dije que te quedarás en tu jodido cuarto!
— Eran tipos malos mamá, se tiene que ir para que no te pegue
— No, ¡tú eres la que deberías dejar de existir de una jodida vez!
Mamá agarró una pequeña caja en la que tenía unas latas rasgadas con las puntas afiladas y cada vez que me portaba mal, ella me hacía arrodillarme hasta que sangrara para que no olvidara que me pasaría por ser mala. Puso la caja frente a mi y me dijo que me arrodillara pero negué con la cabeza con mucho miedo.
— No mamá, duele mucho
— ¡Que te arrodilles mocosa!
Miré la caja y cerrando los ojos fuertemente me arrodillé en el filo de aquellas latas. Dolía mucho, tanto que no pude evitar llorar y cuando lloraba, ella me azotaba con un cinturón mientras aún estaba arrodillada. No se que hacía mal, no se si no le gustaban mis dibujos o no era buena pero no sabía cómo ser buena para ella.
— ¡Eso es para que aprendas a no fastidiar ni estorbar! ¡Deja de llorar carajo!
— ¡Mami me duele mucho!
Después de la caja siempre me llevaba a mi cuarto y me dejaba encerrada toda la noche sin comer hasta la mañana siguiente pero ese día no me encerró, me dejó sola toda la tarde en casa y ella se fue. Lloré mucho pero también me cansé y me dormí un poco. Cuando ya no tenía sueño y desperté, mamá había llegado y me dijo que me llevaría al parque un rato si prometía no molestarla más nunca. Chillé de emoción y le quise dar un abrazo pero ella no me dejó. Agarré unas banditas y poniéndolas en las rodillas contesté emocionada.
— Ya no me duele nadita mami, me portaré bien y te prometo que no te molestaré más ni te daré dibujos ni nada.
— Ya callate y ve a vestirte antes de que me arrepienta.
Corrí emocionada a ponerme ropa y zapatos. Nunca iba al parque ni jugaba con otros niños y ese día podría ir aunque fuera por un ratito. Abrí el armario pero no tenía nada. Solo tenía un vestido algo feito algo rasgado pero no me importaba mucho, yo solo quería jugar. Mamá me llevó a un parque con muchos niños y toboganes. Era la primera vez que podía jugar, la primera vez que iba a un parque o fuera de casa. Uno de los niños me saludó y me preguntó que si yo iba al colegio de la vuelta de la esquina pero no sabía que responderle porque nunca he ido al colegio.
— Yo no voy al colegio
— Oh..., ¿pero no vas a ninguno?
— Es que mamá no tiene tiempo para esas cosas
— ¡Deberías ir! Es muy divertido y siempre puedes jugar en el recreo.
— Le diré a mi mamá que me lleve un día.
Mamá se acercó a mí y con un poco de fastidio me dijo que iría por unos helados que me quedara jugando y que ella volvería en un rato. La esperé toda la tarde, los niños se fueron, el sol comenzó a esconderse y cuando se hizo de noche me dio mucho miedo. Tal vez ella fue muy lejos a comprar los helados, creo que se perdió porque fue la última vez que la vi, la última vez que quise ir a un parque, la última vez que pensé que mi mamá me quería.
*****
Desperté abruptamente con el cuerpo tembloroso, las manos frías y el rostro lleno de gotas de sudor. Miré rápidamente hacia el lado y Salvatore dormía sin darse cuenta que como todas las noches, terminaba despertando en medio de una pesadilla. Me cubrí el rostro frustrada. No entendía como aquello qué pasó tanto tiempo atrás me seguía afectando. No comprendía porque ese día me seguía doliendo si al final esa mujer no era nada mío y por mucho tiempo no entendía el porqué hasta esa noche. Me levanté de la cama con cuidado de no despertar a Salvatore y dando unos pasos hacia el espejo que aún se iluminaba un poco con la luz de la luna, me miré y frente a mí había una mujer que ante todos ya estaba superada. Mamá, Soriana, Alessandro, incluso Salvatore creían que ya había superado todo, que no tenía necesidad de drogarme o que ya vencí la depresión pero estaban lejos de la realidad. Ahora estaba peor solo que tenía que fingir. Antes fingir se me daba muy mal, no lograba controlar mis emociones pero ahora..., ahora grito en silencio, lloro en silencio, peleo cada día de mi vida por no caer nuevamente en el alcohol, luchaba extensamente por salir del abismo del que cada vez salir se volvía más complicado. Volteé a mirarlo dormir y sonreí tenue con una lágrima en el rostro. No sabía cuánto tiempo, realmente no tenía idea si podría verlo todos los días de mi vida durmiendo en mi cama. En el fondo, tenía miedo de ser feliz porque las pocas veces que lo logré después lo perdí todo. No quería defraudarlo, no quería que sintiera que perdió el tiempo conmigo pero la verdad es que no tenía idea de cómo decirle que a veces, aún sentía ganas de morir. No encontraba manera de confesarle que no supere la adicción al alcohol porque veía una botella de alcohol y aún sentía escalofríos. Apreté los dientes y mirando el anillo de compromiso que le dejé a Salvatore antes de irme y luego me regresó suspiré llena de temor. Quería ser su esposa, no había cosa que deseara más en la vida pero también tenía miedo de ser su esposa y terminar siendo una total decepción. Aparentemente "nada" se interponía entre los dos pero comencé a convencerme que bastaba conmigo misma para joderlo todo. Solo rogaba a Dios que si algún día sería su esposa, estuviera a la altura y mis miedos no fueran más grandes que mis ganas de amarlo.
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Resilencia
RomanceLa vida para Aitana y Salvatore por un momento les mostró una segunda oportunidad para vivir su relación o al menos eso parecía. Ser la esposa de Salvatore resultó no ser suficiente para enfrentar sus miedos e inseguridades pues bastó con un sólo de...