Capitulo 28: Epicentro

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Salvatore Bianco

Estaba sentado en una mesa de juntas con unas siete personas hablando cosas técnicas de la empresa y demás y la verdad yo apenas tenía idea de lo que hablaban. En mi mente lo único que tenía era el coño de Aitana. Esa mocosa no tenía idea de cómo me fascinaba chuparla, como disfrutaba lamerla y tener mi boca saboreandola entre sus piernas. No entendía como podía pensar siquiera en que no era atractiva. Podía hundirme en ella todo el día a todas horas y jamás me cansaría de hacerle el amor. No pude evitar pensar en el pasado, en cuando la conocí por primera vez y sentí que era un depravado al sentirme atraído por ella. Jamás pensé que le haría el amor, jamás pensé que terminaría rindiéndome a esto que siento por ella, mucho menos imaginé que esa niña a la que tanto miedo tuve amar terminaría siendo mi mujer, mi esposa. A veces no me era fácil controlarme, la deseo tanto que hay mil cosas que deseo hacerle y al mismo tiempo se que no son posibles porque sería llevarla muy lejos y apenas ella estaba abriéndose en el sexo. Nada más de pensarla, de imaginarla desnuda me ponía duro y ese era un problema que no había logrado controlar. La mayor parte del tiempo tenía que buscar la manera de esconder mi erección lo cual en ocasiones era casi imposible. Estaba jodido, jamás había deseado tanto a una mujer como a Aitana. Ella no lo sabía, o más bien no se creía capaz de lograr enloquecer a cualquiera con su belleza y me jodía porque ella no tenía idea alguna de la mujer que es. El amor que tenía por ella, el deseo desenfrenado que sentía por ella y la forma inexplicable en la que mi mente no dejaba de pensarla era las tres cosas que más me causaban temor. Aitana temía que la dejara de amar, que cansara de su cuerpo y yo..., yo vivía con el terror interno de que esas tres cosas que ella me provocaba fueran precisamente las cosas que se convirtieran en mi propia autodestrucción. Ella sin darse cuenta tenía el poder de acabar conmigo con la facilidad con la que se pueden tronar los dedos. La amaba con locura y eso me daba un miedo inmenso; normalmente en mi vida tenía el control de todo o al menos de la mayoría de todo lo que ocurría pero con ella eso cambió totalmente. No pude controlar el enamorarme de ella, no pude controlar el no amarla como lo hago, mucho menos puedo controlar no sentir las ganas de tenerla con desesperación cuando la tenía lejos. Cuando imaginaba una vida sin ella y sencillamente no tendría una. Antes de ella tenía un concepto erróneo del amor porque nunca lo había experimentado realmente. El amor es de esas cosas que son maravillosas pero también duelen, duelen acojonantemente; tenía la sensación que en algún momento de mi vida, en el momento menos esperado ese amor que siento por ella se volvería en mi contra.

— ¿Y qué opina señor Bianco?

Sacudí la cabeza saliendo del trance en el que estaba sin saber de qué coño estaban  hablando. Todos me miraban esperando una respuesta a algo que sinceramente no tenía idea alguna.

— Debe considerar el posible problema legal en el que su hermano puede meterlo si no logra probar que esos contratos tienen sus firmas falsificadas y...

— ¿Podemos hacer un receso? Necesito unos minutos, podemos retomar todo en un rato.

Sin decir más me levanté de la silla y salí de aquel lugar algo aturdido. Tenía mil cosas y no sabía cuál empezar a desenredar. No quería que las cosas que pasaban en la empresa comenzaran a salir de ahí y se colaran en la casa pero a veces sentía que era cada vez más difícil. La impotencia, el enojo y frustración de tener mil ojos sobre las espaldas, una posible condena, una culpa que no era mía y un hermano que lo único que quería era terminar de joderme la vida eran cada vez más difíciles de dominar. Nada me sacaba de la cabeza que él tenía que ver con el accidente de Ágatha, pero mucho menos entendía porque hacía todo esto. Ser un hijo de puta no era suficiente motivo para tomarse tantas molestias. Debía haber mucho más que odio y resentimiento detrás y creo que todo se reducía a una cosa, dinero y poder. Tenía un pie tras una celda y el otro a punto de ser sumergido en el lodo de las críticas y el ojo público si no lograba hacer algo a tiempo.

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