Capitulo 44: Se inicia una venganza

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Salvatore Bianco

No tenía idea de cómo haría para que los dos estuvieran conmigo. Me negaba a aceptar que Aitana muriera con el nacimiento de nuestro bebé. Ella se había convertido en mi centro, en mi razón de ser y una vida sin ella no era vida, sería un auténtico infierno. Dejar de ver su rostro, imaginar que hubiera sido de una vida junto a ella, vivir de recuerdos, de lo que fue y no pudo seguir siendo sería una tortura. La amaba con todos mi ser y eso me jodia en cierta forma porque no tenía control de mis sentimientos, no tenía control del dolor ni del sufrimiento que causa el amar con tal intensidad. Besé su sien y cerrando los ojos buscando fuerzas para afrontar lo que podría avecinarse susurré.

— Estarán bien las dos, estoy seguro de eso.

— ¿Pero y si no?

— Vas a vivir, verás a nuestra hija crecer, no vas a morir Aitana. Ya deja de estar pensando en eso por favor.

Ella me miró callada pero con ese silencio, con sus mejillas sonrojadas y su piel enchinada me lo estaba diciendo todo. Sonreí incrédulo por lo que las hormonas eran capaz de hacer en ella. Sabía que era lo que estaba buscando y no se saldría con la suya.

— Te conozco..., has venido por algo más.

La conocía perfectamente. Conocía sus gestos, conocía su método de buscar lo que quería cuando estaba cachonda. Las hormonas convirtieron a Aitana en algo totalmente distinto a lo que era antes. El pudor que la caracteriza era mucho menos que la calentura que aumentaba cada vez más mientras el embarazo iba avanzando. Estaba en un dilema porque me fascinaba que fuera ella quien me acorralara en el momento menos inesperado para tener sexo pero por otro lado el tema del sexo y su embarazo me ponían algo tenso. Cuando más ella quería tener sexo era cuando yo más miedo tenía de tocarla y lastimarla. Cuando Camila estaba embarazada nunca quiso que la tocara, ni siquiera soportaba que estuviera cerca de ella y ahora todo esto para mí era totalmente nuevo y atípico. Aitana se acercó cada vez más a mí hasta tener sus labios a centímetros de los míos y sus manos desesperadamente buscando las mías para colocarlas donde ella más placer le provocara.

— ¿Qué estás haciendo?

— Quiero que me folles.

— ¿Qué? ¿Te volviste loca? Tengo una junta en quince minutos.

— Solo necesito cinco — Respondió con esa jodida voz morbo que podía vencerme en cualquier momento.

— Aitana, por favor bájale dos a tus hormonas. Estoy a punto de entrar a una junta y..., te prometo que te hago lo que quieras cuando llegue a la casa.

— Quiero que me hagas el amor ahora no cuando llegues a la casa.

— Pareces niña pequeña haciendo berrinches.

Ella sonrió con burla y besando la comisura de mis labios susurró.

— Tienes miedo, estás aterrado

— No me conoces nena

— Si te conozco, te pone a cien la idea de follarme aquí pero te da miedo que nos pillen.

— No me retes

— No te atreves, es todo. — Encogiendo los hombros con cara de insatisfacción fingida cogió su bolso y suspirando añadió. — Ni modo, tendré que bajarme las ganas solita.

No pude, no pude siquiera resistir el deseo de tocarla en ese momento. Por mi mente lo único que pasaba era solo una cosa, hacerla mía. En un impulso acalorado la agarré por la cintura y llevándola hasta el diván junto a la pared mientras la despojaba de las bragas ligeras que llevaba debajo del vestido susurré mordiendo el lóbulo de su oreja.

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