Capitulo 2: Lo que la vida le robó

959 148 115
                                    

Salvatore Bianco

En ella tenía mil fantasías que moría por realizar pero al mismo tiempo me cuestionaba si eran muy intensas para ella, pero es que cada vez que veía su cuerpo, cada vez que tenía la desnudez, la belleza de su piel ante mí podía controlarme cada vez menos. Esa tarde el enojo, la indignación se mezclaron con esas ganas. Ella conocía esa parte dulce, sutil y hasta artística de hacerle el amor. Esa era su zona de confort, ahí ella se sentía segura pero comenzaba a desear con todas mis fuerzas llevarla a otro nivel. No pude controlarme como en los pasados dos años, la tenía sobre mi escritorio sin bragas, con la cabeza contra los cientos de documentos que debía estar firmando, sus piernas temblaban y su interior, su vagina estaba completamente empapada y receptiva. Estaba hundido hasta el fondo de ella y de ahí no quería salir por nada del mundo. Tire de su pelo y como si de montarla se tratase, sin medir la fuerza como usualmente solía hacer, comencé a follarla como siempre en el fondo he querido hacerlo. Su cuerpo se sacudía con cada empollada que le surtía. Tenía el paraíso entre sus piernas; un cosquilleo intenso recorría mi cuerpo de pies a cabeza y el corazón, a punto de infartar con tanta tensión y excitación. Ella gemía y jadeaba con esa jodida voz de niña buena que solo hacía que mi polla se hinchara más. Aún no entendía como ella tenía la facilidad de doblegar mi autocontrol. Siempre he controlado todo en mi vida, desde el dinero hasta los sentimientos y en cuestión de placer, podía decidir cómo y cuándo sentirlo pero con ella..., una vez que estaba entre sus piernas me perdía por completo entre ellas. Su humedad, su calidez, la estrechez en la que mi polla se dejaba crecer despertaron en mis deseos cosas que jamás imaginé que desearía hacerle. Tire más fuerte de su cabello de modo que su oído quedó al alcance de mis labios. Le susurré pero con la suficiente voz para hacerle temblar el alma.

— No tienes idea de lo que voy hacerte.

— Te vas a arrepentir de esto.

— Te gusta..., solo te da pena aceptarlo.

Esperaba una queja, otra rabieta pero Aitana no dejaba de sorprenderme cuando pensaba que no habría forma de que lo hiciera. Soltó una carcajada algo burlona y retando mis capacidades entre jadeos susurró.

— Aún sigues creyendo que soy una niña y no te enteras que todo este tiempo te he estado dando ventaja.

Me sacudió por completo su respuesta y no solo la respuesta, también el atraco indecoroso que se apoderó de ella en ese momento. No se como ni cuando paso pero de estar follandola pasé a tenerla sobre mí moviendo sus caderas de manera diabólica sobre mi haciendo que perdiera el control de todo. Me miraba fijamente mientras mordía su labio inferior sabiendo que con cada vez que movía sus caderas y me hundía hasta el fondo en su interior, me llevaba cada vez más cerca del orgasmo. Su cuerpo vibró, su piel ardía y sus pupilas profundizaron como jamás antes lo habían hecho. Quería escucharla gritar, joder quería que todos supieran que ella era mía y que solo yo podía tenerla así, tan dulce, tan cálida entre mis piernas.

— Eres mía

Aitana sonrió sin dejar de mover sus caderas en vaivén y tras morder suavemente mi labio inferior susurró cachonda.

— Eres mío... y no comparto lo que es mío.

— ¿Todavía, celosa?— agarré su cuello y lo apreté lo suficiente como para obstruir un tanto el aire en ese punto donde llega a ser placentera la sensación. — ¿Aún no aprendes?

Estaba sobre mí, tenía el control o quizá eso ella creía. Olvidé que estaba en la oficina, mucho menos que podían escucharnos, bastó con sujetarla con firmeza y mover con fuerzas mis caderas contra las suyas para llevarla al límite. Tras ahuecar un chillido en su garganta se desplomó sobre mi toda temblorosa y cerrando los ojos sonreí saboreando y sintiendo otra vez la victoria entre sus piernas.

Resilencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora