Capítulo 1 - Sueños y Tormentas | Rachel

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No tienes ni la más remota idea de todo lo que pasa por mi mente cuando el deseo por ti crece dentro de mí. No eres consciente de que una simple mirada puede prender la mecha de mi alma. Cuando mis ojos se posan en él una llama intensa me recorre el cuerpo, y me da una descarga tan electrizante que mi cuerpo goza de placer, de tal forma, que mi sexo está mojado y preparado siempre para ti. Me mira de forma pretenciosa, con una ceja arqueada, preguntando: —¿Estás lista, pequeña? —Nací lista para ti —le contesto, acercándome de forma sugerente.

Suena la alarma. Despierto empapada en sudor y con un dolor de cabeza lacerante que me hace apretar los ojos. Otra vez, el mismo sueño, ese desconocido.

Todas las noches, desde hacía dos semanas, el sueño se repetía una y otra vez, el mismo sitio, el mismo deseo, el mismo hombre, siempre el mismo placer. Quería tenerle entre mis brazos y recoger su cuerpo con mis manos. Quisiera que fuera real.

De camino al trabajo, compro mi café matutino. Mientras lo voy saboreando, entro al inmenso edificio donde se encuentra mi oficina. De pronto ese olor... Me recordó instintivamente a él. A mi jefe. Qué más bien si entré a trabajar a ese sitio, fue por él. Recuerdo aquel día como si fuera ayer... El día en el que me entrevistó. Recuerdo pensar, lo guapo que estaba en traje y lo bien que olía su perfume. Sus ojos, que no se apartan de los míos, eran tan brillantes como dos ardientes llamas que incendiando mi cuerpo sin pedir permiso.

De pronto, un golpe seco hace que deje de mirar a mi jefe. Casi lo agradezco, cuando me giro desde mi escritorio para ver quién es el responsable del portazo. Tiro el café al suelo cuando el desconocido de mis sueños deposita su mirada sobre mí. Me agacho para recoger el recipiente y limpiar todo el café que he derramado por el suelo , de pronto noto una presencia detrás de mí y ese olor que me recordaba al desconocido de mis sueños. Siento su mirada en mí y eso despierta un deseo en mi interior como si él dominara mi cuerpo. Al girarme choco con un perfecto pecho caliente y musculoso, levanto la mirada, ahí están esos ojos cargados de sombras grises y lujuria, quemándome con una fuerza que me hace tambalear. Él me sujeta por la cintura para que no caiga al suelo.

—¿Qué pasa Dereck? ¿Te dan alguna paga por tener a esta inútil en plantilla? —La ira y la humillación que siento me hacen apartarme bruscamente de su, ahora, hostil mirada.

Doy media vuelta para salir del despacho apresuradamente, no sin antes girarme y sacarle el dedo corazón a ese desconocido que ha resultado ser un idiota redomado, pero cuando miro hacia delante, me doy vergonzosamente contra el cristal de la puerta, extremadamente limpio para mi gusto. Toda la oficina se levanta. Cuando me doy cuenta, él ya está a mi lado cerciorándose de cómo estoy, su olor impregna todo mi cuerpo ... Agachado a mi lado, sin apartar la mirada de mí, levanta mi barbilla con su índice y pulgar, obligándome a mirarlo. Sus ojos son azules como el mar, lleno de diminutas betas negras, parecidas a las de los agujeros negros. Siento que viajo a través de ellos a mundos inimaginables donde solo existimos él y yo... Su respiración acelerada, agita su pecho con una violencia frenética, y el mío, lo acompaña al compás. El aire se vuelve pesado y sin apartar mis ojos de los suyos, suelto un pequeño jadeo sin darme cuenta.

—Vaya... parece que te vas a ganar la mención de honor en el diccionario. Estoy completamente seguro de que al lado de la palabra "torpe", aparece tu foto —dice el desconocido, demasiado cerca, demasiado bajo para que el resto de la oficina lo escuche, pero suficientemente cerca como para que la piel de mi cuello se erice al percibir su cálido aliento.

Doy un paso y acorto la poca distancia que hay entre los dos, mis labios están peligrosamente cerca de su cuello, me pongo de puntillas y le susurro al oído

—Parece que ya tenemos algo en común, tú también sales en el diccionario junto a la definición de las palabras hipócrita y engreído.

Su cara es un poema, pero sé que todo esto le hace gracia. Saca un poco su lengua y me chupa la nariz como si fuera un juego de niños. Doy un paso atrás. Mi cara es de sorpresa. No esperaba esa reacción. Derek al ver lo ocurrido se enfurece y, sin saber por qué, me coge de la cintura y me atrae a su lado. Con la mirada llena de sombras se dirige hacia él.

—Que sea la última vez que la tocas, Brat.

Me ruborizo. Lo sé, porque mi cara está ardiendo. Mi cuerpo está reaccionando ante ese cuerpo tan varonil que me está sujetando. Y, aunque ese hombre es un hipócrita y engreído, no puedo negar que mi ser está sediento de él. Siento cómo no solo mi cara reaccionaba ante esa proximidad... mis partes se humedecen, imaginando cómo podría hacerme sentir con sus manos recorriendo mi cuerpo, de forma tortuosa pero placentera...

—Si te crees la última coca cola del desierto, he de decirte que a mí me gusta más la cerveza —le vuelvo a decir, apartándome de su cuerpo.

Voy a resistirme a aquel hombre. Él no va a hacerme perder la cordura. He buscado en mi diccionario mental lo que significan mis sentimientos, y él no significa nada.

—Si me disculpan señores tengo que hacer algo productivo como trabajar... a algunas no nos sobra con existir. —Me acerco a mi escritorio dónde comienzo a redactar la respuesta de los correos que me han llegado a lo largo de la mañana mientras pienso: solo dos horas más y podré huir de este cubículo de mierda.

Las dos horas se me pasan volando, me meto de lleno en mi trabajo, para no pensar en esos dos hombres que atormentan mi cuerpo y mi mente. Quedan quince minutos para terminar mi jornada y no volvería a verlos hasta mañana. Solo deseaba que no volviera a aparecer en mis sueños...

—No te vas a librar de mí tan fácilmente.

Doy un salto en mi asiento. Allí está él otra vez. «¡Qué pesado es el chico!» Grito en mi interior.

Giro la silla hacia él y con cara de chupar limón le digo:

—Hay dos palabras que te abrirán muchas puertas: Tire y Empuje. —Mi cara es un poema.

Quiero que se vaya de aquí y me deje trabajar. Empiezo a estar harta de aquel desconocido (ya no tan desconocido) que me tiene el cuerpo a flor de piel. Al final acabaré teniendo un problema con Dereck, y lo que menos me apetece es tener que darle explicaciones.

—Gracias por el consejo. —Me mira con cara de pocos amigos—. La próxima vez dáselo a alguien que le importe. —Me sonríe.

«¡Qué sonrisa más asquerosa!» Pienso y pongo los ojos en blanco. La alarma de mi móvil me avisa de que mi jornada ha terminado. Consciente de que el desconocido, Brat para mi jefe, sigue plantado frente a mi escritorio, cojo mi bolso de mano y saco uno de los diccionarios que usaba para conseguir sinónimos y que no se usasen siempre las mismas palabras en los manuscritos que llegaban a la editorial.

—Toma "Brat" —digo con la sonrisa más falsa que puedo poner—. Por si necesitas ayuda para saber qué significa hipócrita y engreído. —Abandono la oficina sin mirar atrás.

Me meto en el ascensor dirección al parking para ir a por mi coche, tengo muchas ganas de llegar a casa, meterme en la bañera y olvidarme de este día ... Estoy agotada de lidiar entre mi mente y mis impulsos primarios en lo que aquellos dos hombres se refiere. No puedo dejar de pensar en el lametón de Brat, alias desconocido, en mi nariz y en las manos de Dereck posadas en mi cintura, fuertes, varoniles ... Sin duda estoy perdiendo el juicio con aquellos dos hombres.

Me miro en el espejo retrovisor del coche y pienso; «Rachel amiga mía, estás perdida...».

Salgo del parking en dirección a casa, necesito llegar lo antes posible. Recorro varias calles al sonido de Lady Gaga, sintiéndome una chica indomable. Un ruido ronco sale de mi coche. «¡Espera! ¿Qué está pasando?».

El coche se para de golpe. En mitad de la calle, los coches me pitan como si estuviera loca por pararme en medio. Estoy bloqueada, no sé qué hacer.

Decido salir del coche y abrir el capot. Miro dentro, hacia el motor, como si tuviera idea de lo que estoy haciendo y entonces pasa.

«¡¡¡Mierda!!!! Está diluviando».

No sé cómo salir de aquel imprevisto. Necesito a alguien que me ayude o no podría salir de esta situación.

Cojo el teléfono y marco el primer número que aparece en la lista; espero no arrepentirme de lo que estoy a punto de hacer.

—Dereck, necesito ayuda —digo cuando él contesta a la llamada.

Sé que tarde o temprano voy a arrepentirme de haberlo llamado.

Entre sueños y tormentas, tanto literales (mi camisa blanca ha pasado a transparente) como figuradas (mi mente hipersexualizada me está pasando factura) decido que voy a fluir... Aún no sabía todas las acepciones de esa palabra.

Pulso a la lujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora