Capítulo 19 - Una asistente virtual muy prometedora | Dereck

46 10 9
                                    

Me remuevo en la silla intentando desatarme, veo la cara de Rachel y de Brat en mi mente y me hierve la sangre, pero ahora mismo no me puede cegar la ira, debo pensar y rápido en cómo desatarme y salir de aquí, el sol empieza a asomarse a través de las ventanas y mis opciones son limitadas.

Me decido a intentar sacar mi teléfono de la parte trasera del pantalón, cuando creo que estoy ganándole la partida a mi elasticidad de mis brazos, el móvil resbala de mis manos y cae al suelo, maldigo y blasfemo gritando por la frustración de estar atado y por lo mucho que me duele la puta nariz. Entonces se me ocurre algo que puede funcionar y como si de un conjuro se tratara pronuncio las palabras mágicas que todo el mundo ha pronunciado alguna vez si tiene un iPhone.

—¡Oye Siri! Llama a Hannah A.S. —le digo lo más claro que puedo para que me entienda y para mi suerte empieza a hablar.

—Llamando a Hannah A.S. —dice ella con esa voz que ahora suena como la de un ángel.

El móvil empieza a sonar y casi estoy suplicando para que lo coja, un tono, dos tonos, tres tonos...

—¿Dígame Jefe?, es muy pronto para recibir una llamada suya —dice ella con voz soñolienta.

—Tienes que venir a la oficina de la editorial inmediatamente, tenemos que hablar de lo de esta noche —le digo, me ahorro decirle que estoy atado, es bochornoso que me haya dejado embaucar por dos aficionados. Cuando venga a por mí ya le daré las explicaciones correspondientes si es que es necesario, teniendo en cuenta que soy el jefe y está a mis órdenes.

—De acuerdo Jefe, en media hora estoy ahí —dice y sucesivamente cuelga.

Me recuesto en la silla y respiro con alivio y pienso que el día no puede empezar peor ...

Apenas pasan unos minutos hasta que escucho unos pasos fuera del despacho. Me empiezan a sudar las manos de los nervios, ya que no sé quién está al otro lado de la puerta y mi posición ahora mismo no es la más respetable del mundo. Delicadamente, alguien llama a la puerta, haciendo que me tense todavía más de lo que ya estaba. No puedo ni parpadear.

—¿Dereck? ¿Jefe? ¿Está ahí? ¿Puedo entrar? —Respiro de alivio al escuchar esa voz

— Hannah, por favor entra y por favor, no te asustes ni comentes.

Hannah abre la puerta con precaución, lentamente como si tuviera miedo de entrar debido a mi advertencia. Al encontrarme con sus ojos, con la cabeza asomada por la puerta un poco entornada, los abre de sorpresa. Abre la puerta de golpe y lleva su mano derecha a la cara, haciendo un pequeño ruidito.

—¿Te... Te estás riendo, cabrona? ¡Déjate de mierdas y desátame de una vez antes de que aparezca alguien más!

Hannah no puede contener la risa y suelta una carcajada un poco más alta que la pequeña y discreta del principio.

—Pero jefe, ¿cómo te has metido en este follón?

Mi mirada la fulmina y hace que reaccione, obedeciéndome al instante. Me desata e instintivamente llevo mis manos a mi tabique nasal. Mi mente vuela sobre la parte fácil de todo esto. Si acudo al médico de la empresa y doy parte de la agresión que ha cometido Brat, muy probablemente entraría a prisión y, mientras tanto, el poder notarial de sus acciones recaería sobre mí. Mi red de contactos dentro de prisión es muy buena y los presos son personas muy fáciles de corromper. Quito esa idea de la cabeza. ¿Yo? ¿Siguiendo la vía legal? Brat ha agotado hasta la última gota de mi paciencia y voy a hacerle pagar su deuda hasta que suplique por su vida. Una voz femenina me saca de mi ensimismamiento.

—Jefe, esta noche es la cena en sociedad... Considero oportuno que vaya a un buen salón de maquillaje. En breve el hematoma habrá alcanzado no solo la nariz, sino también parte de los ojos y bueno, ya sabe. Incluso humillado es el que manda. —Otra carcajada sale de la garganta de Hannah y lanzo un azote que aterriza sobre su culo.

—¿Quiénes van a la cena? Céntrate en los que me interesan —le digo invitándola a ir directa al grano. Ya he perdido bastante tiempo atado. Mientras me narra una lista aparentemente interminable, saco un traje de repuesto que siempre guardo en la oficina y me adecento intentando encontrar la poca dignidad que me queda. Un nombre me hace girar la cabeza y lanzar una dolorosa sonrisa.

—Así que nuestro amigo Andrew va a estar presente —Crujo mis nudillos—. Vamos a tener una buena charla de buenos compañeros.

Hannah asiente. Me avisa de que va en busca de un botiquín para curar mis heridas, mientras yo reviso el estado de mis muñecas. Me apretaron demasiado las cuerdas esos cabrones; probablemente me vaya a quedar una marca que me durará semanas.

«Me las van a pagar. Se han metido con la persona equivocada»; pienso.

Mis pensamientos son interrumpidos por Hannah, que viene con el botiquín en las manos.

—Siéntese, que le voy a curar.

En otro contexto, me hubiera gustado oír esa frase.

Sin rechistar, me siento de nuevo en la silla. Ella se acerca, con un algodón mojado en alcohol en la mano.

—Esto le va a escocer, jefe.

—Hazlo ya, que me estás haciendo perder la poca paciencia que me queda —rechisto, mientras cierro los ojos.

Sin decir nada más, siento el algodón sobre mi nariz.

Me impresiono con el escozor del momento. Me alivia que ella lo aparte rápidamente y, con la otra mano, haga pequeños círculos en mi pierna derecha.

Cuando abro los ojos, lo primero con lo que me encuentro es que mis piernas están abiertas, lo suficiente para que ella quepa entre ellas. Tengo la vista perfecta de su canalillo, y sus ojos que están mirándome con cautela.

—Ay, jefe, esto no tiene buena pinta... Debería ir a urgencias, necesita que le recoloquen el tabique...

Estoy yo para pensar en mi nariz rota...

—Ahora no es momento de eso, Hannah. Tengo asuntos pendientes que resolver esta noche. —Me levanto de la silla, apartándola suavemente de en medio.

Ruego porque nadie se dé cuenta del estado lamentable de mi cara. La cena de sociedad de esta noche es muy importante y todo debe suceder de la mejor forma posible.

Siento el ardor subir hasta mis ojos, el dolor que brota de mi nariz es insoportable y me hace sentirme de mal humor. Puedo notar como la hinchazón está cubriendo parte de mi entrecejo y la presión bloquea cada gesto de mi cara. Joder, tengo la piel tan tirante que parezco un Ken con exceso de bótox incluido. Quizás tendría que haberlo pedido a Hannah que me la colocase en su sitio antes de asistir a la fiesta, pero ahora era demasiado tarde para pensar en eso, ya estaba allí y tenía que aparentar delante de todos.

Cuando llego me encuentro las mesas, adornadas con servilleteros de cisne de color dorado, y automáticamente recuerdo porque estoy aquí esta noche. Últimamente, alguien a intentando hurgar en los asuntos de todo lo que rodea mi mundo, donde yo soy el único juez y verdugo. No he sido capaz de averiguar quién se encuentra detrás de todo lo que está pasando porque Rachel ha mantenido mi mente ocupada y eso me cabrea. No puedo permitir fallos, tengo que seguir pasando desapercibido.

Tengo mi mira puesta en Andrew, estoy harto de ese maldito comisario. Por eso lo he invitado a la cena de esta noche, quiero sacarle la información que necesito para saber si él es el culpable de los movimientos que llevo semanas investigando. No soy tan idiota como para no darme cuenta cuando alguien se entromete en mis asuntos, quienquiera que sea el culpable, está subestimando mi inteligencia.

Me siento en la mesa y espero pacientemente, tomando una copa de champán a ver si consigo calmar un poco el dolor, pero mi teléfono comienza a sonar. Es Hannah, ¿qué querrá de nuevo esa mujer?, nos hemos visto esta mañana.

—¿Qué pasa Hannah? —contesto con una mezcla de frustración e ira.

—Jefe, lo tenemos —dice brevemente.

—Llévalo al sótano —agrego en voz baja—, y Hannah, que nadie lo toque, su tortura es solo mía.

Cuelgo la llamada y una sonrisa se me dibuja en los labios. La noche será larga, pero la situación se va a poner realmente interesante a partir de ahora.

Pulso a la lujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora