2. ¿A quién le importa?

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Sentí que me empujaban contra una pared de piedra, que me golpeaban la espalda y la cabeza con un crujido repugnante. Gemí porque podía sentir la sangre en mi espalda, pero no hice ningún otro ruido. Cualquier cosa más y me podría haber matado ya sea por humillación o por asesinato.

–¿Qué quieres, Black? –Murmuré oscuramente, mirando directamente a sus ojos plateados inyectados en sangre llenos de ira.

Siempre había sido guapo, eso lo admito. Sus ojos eran de un color plateado brillante y siempre brillaban con la luz. Su piel era suave y bronceada, su físico era delgado, pero no larguirucho y era alto, pero no imponente. Su cabello era un poco más corto que el mío, pero le sentaba bien, mientras que el mío parecía incómodo. Dientes blancos como perlas y labios perfectos, ¿quién no se enamoraría de él? Tenía chicas colgando de su brazo a diestra y siniestra, ¿no veía lo que tenía?

¿Por qué no me deja en paz? Lo tenía todo. TODO. Y yo no tenía nada.

–Quiero que sepas que eres un idiota y que te odio –Black arrastrando las palabras, agitándome un puño–. Perdí a todos mis amigos por tu culpa, James ya no me habla, Remus ni siquiera mira en mi dirección y Peter simplemente los sigue como la rata que es. Esto es tu culpa, Snivellus.

Me congelé al darme cuenta de lo que estaba pasando. Black estaba borracho. Completamente perdido. Parecía como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Tenía los ojos inyectados en sangre y no estaba seguro si eran por el llanto o por la bebida. En ese momento, no vi a Black. Lo vi a él*, gritándome obscenidades, empujándome, chillando que yo era un bicho raro y que nunca sería suficiente para él. Vi al hombre que me atormentaba en la mayoría de mis pesadillas. Vi a mi padre.

Lo empujé y cayó al suelo, perdiendo el equilibrio. Me escapé y no voltee ni una sola vez. Corrí a través del mar invisible de gente, porque todo lo que podía ver era a él. Me torturó y yo sabía que lo merecía, pero estaba aterrorizado. La escuela tal vez era un infierno, pero el hogar... era la guarida del diablo. Estaba en un estado de horror, susurré la contraseña de la sala común de Slytherin y su puerta se abrió. Bajé corriendo las escaleras y me desplomé en mi cama, inhalando y exhalando.

¿Era esto lo que era entrar en pánico?

Eran las 2:30 am y todavía no podía conciliar el sueño. La sangre en mi espalda se había secado y la sentía pegajosa y sucia. Era casi como si hubiera hecho algo mal. Casi.

–Joder... –susurré en voz baja, levantándome y agarrándome de mi cama para apoyarme mientras caminaba hacia mi escritorio. Agarré mi bolso con mis notas y papeles, luego salí de la habitación lentamente, cojeando hacia el salón de pociones cercano.

Coloqué mi bolso sobre la mesa en la esquina trasera izquierda del salón de clases y fui a la sala de ingredientes, era prácticamente un ritual en este punto. Reúne los ingredientes, agarre el caldero, enciende la llama y luego haz la poción. Además, nunca olvide cerrar la puerta del salón de clases. Lo sabía todo.

Comencé a hacer la poción y con mucha fascinación revolví los ingredientes. Habían pasado 6 años desde mi primer año en Hogwarts, pero siempre miraba las llamas debajo del caldero de la misma manera. Me cautivaron como ningún otro lo haría jamás. El concepto mismo de pociones me enamoró hasta el punto de llorar.

Las pociones me recordaron vagos recuerdos de mi infancia, época en la que mi madre sabía sonreír. Le ayudaba a hacer pociones y ella me miraba con una sonrisa cariñosa en su rostro. Estos recuerdos son vagos porque han sido reemplazados por algo mucho más siniestro, algo tan cruel que si me mirara en un espejo y viera una versión más feliz de mí mismo, aunque fuera leve, lloraría de horror. Les diría a las personas que me mostraron el espejo que lo quitaran, incluso si fuera yo quien se atrevió a verlo.

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