Los establos de Bell

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Los establos de Bell, conocidos por todos los elfos de Frosty, eran el lugar en el que los renos de Papá Noel descansaban, se recuperaban y vivían durante todo el año.

Además, junto a los establos, había una enorme extensión de terreno en la que los renos podían correr, jugar o simplemente deambular a sus anchas.

Su dueño, Bell, era un elfo mayor, de tamaño medio y de temperamento un tanto irascible. Vivía solo en la pequeña cabaña que había junto a los establos, aunque tenía a muchos empleados a su cargo que cuidaban no solo de los renos de Papá Noel, sino también de los demás elfos de Frosty.

Aunque para Bell, todos los renos eran importantes y no hacía distinciones por mucho que Papá Noel fuese el alcalde del pueblo. Tanto era así que todas las noches antes de acostarse se pasaba por los establos para comprobar que los renos estuviesen bien.

Ni siquiera en Nochebuena hacía una excepción, pues era muy meticuloso y constante en su trabajo. Además, después de que las campanas anunciaran el comienzo de la Navidad, Bell recibía la visita de Papá Noel para llevarse a sus renos, los cuales usaría para viajar por todo el mundo.

Sin embargo, la noche en que transcurre esta historia, Papá Noel no apareció a la hora de siempre y eso a Bell le molestó en gran medida. Él era un hombre de costumbres, y no le gustaba romper sus rutinas diarias ni siquiera por Papá Noel.

"Hacerme esperar a mí, sabiendo lo poco que me gusta" pensó Bell enfadado mientras se paseaba por los establos. Una vez terminada su inspección nocturna, volvió a su pequeña cabaña para tomar un ponche de huevo mientras esperaba a Papá Noel.

No obstante, antes de entrar en su cabaña escuchó un ruido extraño.

Era un sonido metálico y tintineante, muy similar al emitido por un cencerro. Cuando Bell lo escuchó nítidamente, pudo identificarlo enseguida. Y al instante, entró en su cabaña, apagó las luces y se escondió observando el frío y nevado exterior a la espera de que apareciese Krampus.

En ese preciso instante, los Noel, Aurora y Eldrin corrían calle abajo en dirección a los establos.

Escucharon el familiar sonido y Aurora y Eldrin, mucho más rápidos y ágiles que los Noel, aceleraron el paso y llegaron al lugar enseguida.

Llamaron a Bell, pero este se negó a contestar hasta asegurarse de que Krampus no estuviera cerca. Aurora esperó frente a la cabaña de Bell, mientras que Eldrin fue al establo número 25, que era en el que estaban los renos de Papá Noel.

Este llegó junto a su mujer cuando Aurora llamaba por quinta vez a la puerta de Bell. Y fue gracias a su presencia que el elfo decidió salir al fin de su cabaña.

—Lo siento, he oído el cencerro de Krampus —dijo Bell con cierta vergüenza tras abrir la puerta de su cabaña—. Él y sus esbirros se llevan a todo elfo vivo que encuentran, si no lo matan antes.

—Lo sé, Bell —contestó Papá Noel comprensivo—. No te preocupes, como siempre digo: es mejor prevenir que curar.

—¿Podrías darnos las llaves del establo? —preguntó Aurora con nerviosismo—. Los Noel deben salir ya y nosostros debemos volver a la plaza, para ayudar a los demás elfos a defender el pueblo.

Bell asintió con determinación, entró en su casa y salió a los pocos minutos con un manojo de llaves que guardaba en un llavero metálico y circular.

—Seguidme —dijo, dirigiéndose a los establos.

Eldrin, que los esperaba frente al establo número 25, se acercó a ellos con cierta agitación.

—¿Todo bien? —preguntó con impaciencia.

—Sí, todo sigue su curso —repuso Papá Noel con confianza.

—¿Has visto a Krampus? —le preguntó Aurora.

—No, pero he visto a varios de sus esbirros dirigiéndose hacia la plaza —contestó el elfo—. Debemos volver cuanto antes, para ayudar a los demás.

Aurora y los Noel asintieron mientras el viejo Bell abría la puerta del establo con una de las llaves. Una vez abierta, los renos salieron de uno en uno comandados por Rudolph que con su gran y rojiza nariz dirigía al rebaño como si de un capitán se tratase.

—Muchas gracias por tu ayuda, Bell —se lo agradeció Papá Noel mientras se alejaban de allí—. No sé que haríamos sin ti.

El viejo y malhumorado Bell se quedó allí, de pie frente al establo número veinticinco, murmurando para sí maldiciones mientras observaba a los Noel y a dos elfos altos y delgados alejarse de sus establos con los renos.

Los Guardianes de la NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora