I. All the saints

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"Sometimes love is not enough
and the road gets tough,
I don't know why".

Si te vas, regresa.

El sonido de los cristales rotos contra el suelo en la zona inferior de la casa le hace abrir los ojos de par en par, buscar a tientas su escopeta y rápidamente activar sus sentidos más primitivos de supervivencia. ¿Un O'Driscoll? Podría ser, saben de su paradero y ya ha tenido un par de encuentros con ellos en las últimas semanas. Con la mano que tiene libre y con un rápido movimiento mira su reloj de bolsillo, un regalo de su "padrastro", marca las diez de la noche. ¿Un ladrón? Lo más probable. Gira rápidamente sobre la cama, se pone en pie haciendo el menor ruido posible. Se apoya sobre la pared, junto a la puerta de su habitación que permanece cerrada. Le cosquillea el dedo sobre el gatillo de la escopeta recortada, en la otra mano aprieta con fuerza su cuchillo. Coge aire, preparada para lo que se le venga encima, acostumbrada a eso y más no le teme a nadie y menos a cualquier persona que invada su casa.

La madera del piso superior cruje bajo los pies del intruso. Parece que sólo es una persona, lo siente, es capaz de percibirlo, además no ha escuchado ningún susurro en todo ese rato. Los pasos ajenos se acercan, está fuera, junto a su puerta, posiblemente con la mano ya preparada en el pomo. Repasa el plan rápidamente en su cabeza: dejar que entre, no ser descubierta durante los primeros segundos, apuntar, esperar por si el individuo tiene algo que añadir antes de disparar. Lo repite en bucle durante lo que parece una eternidad. ¿Y si la ve antes? Bueno, morirá, suficientes años ha esquivado la muerte; cómo un ciervo qué consigue escapar de su cazador en el último momento, esa podría ser ella desde que tiene uso de razón. Quizá la suerte ha llegado a su fin.

O quizá no.

La puerta se abre lentamente. No mueve un músculo pero sí aprieta con más fuerza su arma y contiene la respiración. Se fija en el desconocido poco a poco, mientras sus ojos se van acostumbrando a la oscuridad y es capaz de empezar a distinguir algo. En principio no ve nada que le llame la atención, pero una vez que el intruso entra por completo en la estancia y se fija en su sombrero y en su silueta de espaldas lo reconoce. Sería capaz de distinguirle a kilómetros de distancia, de encontrarle entre un tumulto de personas, de rastrearle en el bosque más profundo que encuentre. El hombre no es consciente de su presencia, ella aprovecha, levanta el arma y le apunta.

– Pensaba qué llevarías meses lejos, viviendo una vida tranquila.

Se da la vuelta con las manos en alto con un gesto qué no puede esconder la sorpresa al escuchar esa voz tan conocida. Se le escapa una risa gutural al ver a la mujer frente a él, apuntándole sin ningún miramiento con una escopeta recortada en una mano y su inseparable cuchillo en la otra. La ve diferente y al mismo tiempo igual que siempre. Media melena corta sustituyendo a su larga cabellera que la acompañó desde que era una cría, pelo oscuro como el carbón, muchas pecas, esas pecas que tanto le caracterizan y esos ojos azules tan intensos que cualquiera podría ahogarse en ellos con sólo mirarlos durante unos segundos. Esos ojos azules qué a él le recuerdan al mar y a un futuro que posiblemente jamás llegará, lejos de donde se encuentran ahora.

– ¿Maggie? –comienza a bajar las manos lentamente. Se le ha dibujado una sonrisa en los labios.

– Hola Arthur –responde con otra sonrisa.

No se contiene más, baja el arma y en un rápido movimiento abraza al forajido con el que ha crecido. Se ha quedado sin aire al verle de nuevo pero ha sido veloz al reaccionar de esa manera. Arthur suelta una risa de sorpresa y le corresponde, dándole unas leves palmadas en la espalda. A Maggie le llega su olor: una mezcla entre tabaco, pólvora, menta y ¿jabón de baño? Ha debido de pasarse por la posada de Valentine no hace mucho, piensa. Aspira con fuerza, con la intención de que esa mezcla de aromas se le quede grabado en el cerebro, en las fosas nasales, en sus rincones personales de la mente. Gran parte de ella creía que de verdad, nunca volvería a verle y se alegra de estar equivocada, se alegra tanto que no puede evitar alargar más de lo necesario el abrazo. Pero Arthur termina apartándola unos segundos después sólo para sostenerla por un hombro y mirarla el rostro, analizarla profundamente, viendo todos los cambios en su aspecto. Se ha dado cuenta de cada pequeña cosa que ha cambiado en Margaret pero hay un detalle que le hace fruncir el ceño: una cicatriz que va desde la barbilla hasta el labio inferior. No la recuerda y está seguro de que es relativamente reciente.

But There's Also Love And Beauty (Cara A) II Arthur MorganDonde viven las historias. Descúbrelo ahora