VII. El miedo

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Me duele el pecho de amor.

Empezó como una sensación de dolor en el estómago, más bien de cosquilleo, incómodo, le quitaba las ganas de comer e incluso de hacer cualquier otra cosa. Era como tener millones de mariposas, de bichos ahí dentro, en la tripa, provocando un sentimiento que no entendía. Cuando tenía catorce años y lo sintió por primera vez se acercó asustada a Hosea y le dijo con el rostro ensombrecido: "creo que estoy enferma", él, preocupado, preguntó qué ocurría y cuando le explicó al hombre los síntomas él se echó a reír. "Sí, Arthur suele estar cerca cuando me ocurre" y no dijo nada más porque ella misma se había respondido. Sus ojos se iluminaron, se le secó la boca, se dio la vuelta dejando a Hosea sonriendo y se escondió en su tienda durante horas. Dutch se acercó a verla y ella, tumbada boca abajo en su camastro, con la cabeza hundida le dijo, seria: "Dutch, me duele el estómago y el pecho y no estoy enferma, ¿sabes? Creo que es algo peor... "

¿Qué?, ¿cómo?, ¿estoy enamorada de Morgan?. Las preguntas se acumulaban una detrás de otra en su cabeza y cuando creía que había resuelto todas sus dudas volvía a empezar de nuevo, de cero, en un bucle sin sentido que continuamente le llevaba al mismo sitio. Tal vez fue porque vino a buscarme cuando ocurrió lo de Anabelle. Seguro que sólo estoy agradecida con él. Se pasaba el día teniendo conversaciones internas, debates, contradiciéndose y negando lo obvio. Una vez todos los caminos le llevaban a una misma respuesta: "sí, estoy enamorada de él", detenía cualquier cosa qué estuviese haciendo, arrugaba la nariz y negaba con la cabeza. Comenzaba otra pelea consigo misma. Había veces en las que estaba tan ensimismada que Arthur le hablaba y ella respondía sin saber lo que estaba diciendo hasta que el chico aprovechaba para tomarla el pelo y entonces Margaret despertaba de su atontamiento, se ponía tan roja que Arthur temía que fuese a implosionar, le insultaba y se iba.

Las clases que le daba Arthur a Margaret para aprender a usar todo tipo de armas de fuego se convirtieron en una tortura nada satisfactoria para la joven. Se le acercaba demasiado: "¿por qué se pega tanto a mi?", "aléjate Arthur o haré algo de lo que me arrepienta y tendré que tirarme por cualquier barranco para no pasar la mayor humillación de mi corta existencia", pensaba. Él, ajeno a todo, se comportaba de la misma forma, no se hacía la más mínima idea de lo que podía estar rondando por los adentros de su amiga; Arthur vivía ignorando los sentimientos de Margaret, no por malicia sino por torpeza. Sí, era torpe para esas cosas, al menos con ella.

La pequeña forajida se negó en rotundo durante largo tiempo a aceptar sus sentimientos. Los rechazaba de manera contundente. Si Arthur hacía tan sólo el amago de asomarse por los rincones de su mente ella le expulsaba, pensaba en otra cosa, se mantenía ocupada haciendo cualquier tarea: robaba a algún incauto, mentía a desconocidos para conseguir un fin, practicaba con sus cuchillos arrojadizos en un árbol. Hacer esto no le trajo nada bueno, por supuesto, estaba más irascible, más bruta, más agresiva e impertinente con todo el mundo.

Pasaron un par de años hasta que la cabeza de Margaret dio un vuelco y terminó por aceptar que sí, quería a ese chico y no había forma humana de escapar. Dutch dio cobijo entonces a otro niño, John Marston y tal vez eso ayudó a que Maggie diese cabida en su interior a más amor para otras personas, Arthur aprovechó y el hueco que ocupaba en su corazón se ensanchó tanto que no hubo más remedio que dejarle estar. El problema vino con Mary. Mientras unos sentimientos se asentaban, otros hicieron fuerza, se alimentaron de todo lo malo que Maggie pudiese tener en su interior y se convirtieron en pesadas rocas en los hombros de la chica.

Pero siempre parecía haber un resquicio, una grieta, por pequeña que fuese, por la que entraba un rayo de luz. Luz solar calentita, la denominó Margaret una vez la abrazó en su interior y se aferró a ella en los peores momentos. Esa luz solar calentita no era otro que Arthur Morgan. Su presencia, su voz, sus palabras, todo él eran un bálsamo para Maggie, menos cuando hablaba de Mary, en esos momentos sentía el veneno recorrer su cuerpo, intoxicando todo a su paso.

But There's Also Love And Beauty (Cara A) II Arthur MorganDonde viven las historias. Descúbrelo ahora