Preludio

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Un silencio incómodo habitaba en el ambiente, luego de que Betty entrara a la oficina de Marcela para decirle los motivos de esa ridícula situación en la que se vio envuelta. Hace escasos minutos había terminado la Junta, donde develó todos los balances reales de Ecomoda y como este dependía por completo de Terramoda.

La mirada de decepción y enojo que le dio la Gerente de Puntos de Venta, la erizó por completo. Aún no estaba segura en donde estaban, o si quiera cómo habían llegado allí, pero luego de aquel beso, una semana antes del viaje, las cosas se pusieron incómodas e incluso le pareció que estaba siendo evitada.

—Así que, ¿no solo se robó Ecomoda, sino que, fue amante de mi futuro esposo?

Silencio.

No sabía exactamente cómo defenderse ante ello. Podía ver su mirada perdida, como queriendo encontrar una respuesta, o sentido, a lo recién contado por la asistente. Nada ciertamente lo tenía, Betty pasó de estar pensando en Don Armando a Doña Marcela en cuestión de segundos, y todo a raíz de ese extraño beso que le robó en uno de esos ataques de rabia que suele darle a la Gerente.

Y no tenía que hacerse la desentendida, Betty quizás podría ser ingenua, más no estúpida, luego de aquello fue más consciente de la presencia de Marcela, principalmente de esas miradas que escapaban en dirección a su boca, y como su ceño se fruncía al darse cuenta de lo que hacía. Gesto que encontró muy tierno, bueno, Marcela no era alguien de mostrarse linda en el trabajo y con nadie más que Armando, pero esos pequeños detalles fueron creando espacio en el corazón de la joven mujer.

Tan terca y obstinada, que terminó evitándola como si aquello jamás hubiera pasado... Lo cual creería Betty, si no fuera por una pequeña herida que le dejó en el labio. Una semana con el constante recuerdo de ese beso que la dejó sin respiración, pero Marcela solo se hizo la dura.

—¿El ratón se le comió la lengua ahora, o es que no piensa responderme? —se quejó la gerente.

«Más bien, diría que usted», pensó.

Cómo si le leyera la mente, Marcela se aclaró la garganta y un tenue rubor pintó sus mejillas, para luego apartar la mirada de sus ojos.

«Pero que linda...», volvió a pensar Betty.

Marcela volvió a tomar esas cartas que le había entregado, podía ver como el dolor de la traición se reflejaba en su rostro y eso le dolía, pero de una manera diferente. No se sentía orgullosa de lo que sea que tuvo con el Presidente de Ecomoda, pero ahora, al ver a esa pobre mujer al borde de las lágrimas, una nueva sensación de decepción nació en su interior.

—¿Usted es la mujer que tanto escondía? —dijo casi en un susurro—. ¿Usted era su amante? —volvió a preguntar, pero Beatriz no sabía cómo responder—. ¿Usted tuvo relaciones con él, se acostó con él?

Betty trago corto a la respuesta que daría, sabía y era consciente de que esto destruiría a esa mujer que últimamente ocupaba su mente, sus emociones eran un caos, a este punto ya no sabía que sentía por Don Armando. Odio, era la emoción que más estaba segura, se sintió engañada y usada, un juguete con el que Mario y él jugaron a su antojo.

—A lo mejor fui su amante... Pero él nunca se enamoró de mí —respondió al fin Betty.

—¡¿Y entonces qué es todo esto?! —gritó Marcela exasperada, a la vez que esparcía el contenido del cartucho en su escritorio—. ¡¿Un chantaje, un montaje suyo?! —gritó aún más alto.

—En realidad, el montaje fue de él. Ninguna de esas tarjetas fue escrita por Don Armando —Betty se agachó para tomar una de las cartas que yacía en el suelo, todo bajo la mirada expectante de Marcela—. Esta es una carta con instrucciones, que Don Mario Calderón le entregó a Don Armando para que siguiera paso a paso para que yo no me quedara con su empresa. Es un juego muy sucio, donde yo salí sacrificada...

Diabla [Marcetty Fic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora