06. Bus

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—— Destruimos un autobús

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—— Destruimos un autobús

Ophelia Murano

Estuve un rato para recoger mis cosas

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Estuve un rato para recoger mis cosas. Dos o tres veces pensé en retractarme y quedarme en la seguridad del campamento. Pero esta era mi oportunidad de superarme, hacer algo más grande de lo que jamás había hecho. Y de cerrarle la boca a Annabeth, claro.

Los campistas de Apolo que estaban en la cabaña en ese momento me deseaban la mejor de las suertes y me hicieron prometer que volvería. No estaba segura de poder cumplirlo pero aún así les dije que regresaría sana y salva.

Siempre llevaba algo de dinero, pero nos prestaron algunos dólares y dracmas de oro en la tienda del campamento. Los antiguos dracmas
que usaban los mortales eran de plata, nos dijo Quirón, pero los Olímpicos sólo utilizaban oro puro. Quirón también dijo que las monedas podrían resultar de utilidad para transacciones no mortales, fueran lo que fuesen. Nos dio a Percy, Annabeth y a mí una cantimplora de néctar a cada uno y
una bolsa con cierre hermético llena de trocitos de ambrosía, para ser usada sólo en caso de emergencia, si estábamos gravemente heridos. Era comida de dioses, nos recordó Quirón. Nos sanaría prácticamente de cualquier herida, pero era letal para los mortales. Un consumo excesivo nos produciría fiebre. Una sobredosis
nos consumiría, literalmente.

Percy llevaba poca cosa: una muda de ropa y un cepillo que había metido en la mochila de Grover.

Annabeth trajo su gorra mágica de los Yankees, que al parecer había sido regalo de su madre cuando cumplió
doce años. Llevaba un libro de arquitectura clásica escrito en griego antiguo, para leer cuando se aburriera, y un largo cuchillo de bronce, oculto en la manga de la camisa. Estaba convencida de que el cuchillo nos delataría en cuanto pasáramos por un detector de metales.

Por su parte, Grover llevaba sus pies falsos y pantalones holgados para pasar por humano. Iba tocado con una gorra verde tipo rasta, porque cuando llovía el pelo rizado se le aplastaba y dejaba ver la punta de los cuernecillos. Su mochila naranja estaba llena de pedazos de metal y manzanas para picotear. En el bolsillo llevaba una flauta de junco que su padre cabra le había hecho, aunque sólo se sabía dos canciones: el Concierto para piano n. ° 12 de Mozart y So Yesterday de Hilary Duff, y ninguna de las dos suena demasiado bien con la flauta de
Pan.

𝘖𝘊𝘌𝘈𝘕 𝘌𝘠𝘌𝘚; percy jackson¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora