Capítulo 26

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Theo hizo una mueca mientras se quitaba la rigidez de los hombros. Sus alas soportaban un peso contra la tensa línea muscular que era a la vez antinatural y doloroso. Parecía como si se sintieran más pesadas después de un altercado con su Señor...

Su "Amo".

Casi como si aún sintieran el brutal agarre de los dedos del Mago contra los frágiles huesos.

Su labio se curvó en un gruñido silencioso, antes de que el Vampiro soltara un suspiro. Sus pálidos dedos temblaban mientras trabajaban el delicado encaje del puño de su túnica negra como el carbón, y calmó el temblor apretando los puños. El cielo a su alrededor se aclaraba lentamente, susurros de suaves grises y azules contra el horizonte de altos árboles y colinas que se extendían. En el resplandor de la madrugada, el rocío que cubría la hierba del jardín en cuyo centro se encontraba parecía inmaculado. Perfecto.

Casi podía apreciar la simple vista como algo hermoso... Si no fuera por el estado de su propia mente.

Parpadeos del encuentro desde el pasado yacían como trozos de cristal esparcidos por su mente despierta. Cada uno de sus pensamientos pasaba de puntillas por hechos que no deseaba conocer, los rostros petrificados de sus amigos... Las caras duras y disgustadas, ansiosas y encantadas de los demás... Las voces calladas y ese maldito...

sonido...

Escamas contra baldosas... Contra la madera... Suave, lento y siniestro...

Le ponía los nervios de punta de una forma que la varita bien apuntada de su padre o su mirada de odio nunca podrían. Por no hablar de la... Voz...

Theo parpadeó, con la garganta trabajando por el nudo de miedo repentino que se había alojado allí. Sus ojos se centraron de nuevo en el rocío, en las frágiles briznas de hierba que se inclinaban con el peso de cada gota, cuando unos pasos sonaron de repente detrás de él. Crujían contra la piedra suelta del sendero del jardín, inseguros y cautelosos, y se paseaban de tal manera que daban ganas de dar media vuelta y volver corriendo.

Y así debían hacerlo...

Él correría con ellos... Si pudiera...

Theo se giró para verle acercarse, y sus ojos no tardaron en percibir el cansancio bajo aquellos ojos oscuros y el desorden de sus rizos rubios a causa del sueño. Sin embargo, a pesar de su aspecto, tenía la boca cerrada y las manos apretadas en las mangas de la sudadera muggle que llevaba.

-Recibí tu carta, Nott, y era enloquecedoramente vaga. ¿Qué quieres?-.

Probablemente fue lo mejor que Thomas Pettigrew se pareciera a su madre en casi todo. Sus ojos oscuros, su pelo brillante, su cara redonda... Pero Theo vio la semejanza del Señor en el hijo de todos modos. A pesar de todos sus intentos en los últimos días por no encontrarse con la mirada del hombre que ahora poseía su verdadera alma, Theo conocía cada detalle del... Monstruo... Que ahora era Peter Pettigrew.

-Tu padre ha solicitado una reunión-.

Vio cómo la cara del joven se torcía en algo parecido al miedo, algo vulnerable y conmocionado; y se odió a sí mismo. Se odió a sí mismo, porque, en medio del dolor con el que luchaba por el reciente castigo de su Sire, y en medio del miedo que sentía por sus dos amigos... En un momento en el que podría haber sentido afinidad y compasión, Theo sintió una punzada de satisfacción por aquella miradita asustada.

-¿Cómo... ¿Cómo... ¿Dónde está? Lleva semanas en libertad. Si quería verme, ¡debería haber asomado la maldita cara por aquí!-. Las palabras eran sonoras, pero la voz... La voz de Thomas estaba aterrorizada.

Los ojos de Theo se oscurecieron, sus pensamientos viciosos y vengativos mientras sus labios se curvaban en una sonrisa y acechaba con paso lento y firme al ratón de niño.

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