La soledad siempre había sido una fiel compañera, me atrevería a decir que una buena amiga.
Cuando me encontraba sentado en la terraza de aquel antiguo edificio en el centro de parís, con la computadora en mis piernas y las primeras brisas del invierno entrante golpeándome el rostro, sentía que todo estaba en su lugar, que no requería más para sentirme en la plenitud.
Siempre creí tener la verdad en mis manos, conocerla y manipularla a la perfección.
Ella me demostró lo contrario.
No conocía la plenitud, al menos no antes de conocerla.
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Terraza y aroma a café
Genç KurguNicholas aseguraba amar la soledad y sentirse pleno en su compañía, pero aquellos preciosos ojos avellana cambiaron por completo su forma de percibir la vida.