Capítulo 33

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La semana pasó volando. Gracias a que estábamos enfocados en nuestros asuntos, Stefan y yo pudimos lidiar con la distancia. Aunque todas las noches hablábamos por videollamada, igual mi cuerpo percibía que él deseaba pasar las noches junto a mí. Le costaba terminar las llamadas, así que la fuerte tenía que ser yo. Antes de colgar, siempre le decía: «Te recompensaré el fin de semana el que hoy día sea yo la que finalice la llamada».

El primer fin de semana viajé a la hacienda con los bisabuelos y abuelos. Ellos querían ver cómo se desarrollaba el entrenamiento y saber si podían ayudar en algo, puesto que durante su tiempo como líderes de la manada habían peleado en varias batallas. La noche anterior preparé una pequeña maleta y los postres favoritos de Stefan. En un contenedor de frío llevé leche asada, suspiro a la limeña y chocotejas de pecana, menta y naranja que tanto le gustaban. En la mansión aplaudieron mi iniciativa. Yo solo quería engreírlo, al menos por esas horas que estaría a su lado.

El abuelo Hugo manejaba y lo hacía muy bien. No entendía cómo podía conocer la ruta y el estado de la carretera, hasta que la bisabuela Margot me explicó que en su forma de lobo los licántropos no solo pueden comunicarse telepáticamente, sino que también pueden compartir la información de lo que perciben con los sentidos. Así fue como Stefan pudo mostrarle a su abuelo el camino y enseñarle cómo manejar en ciertos tramos en donde la carretera era trocha y el espacio muy estrecho.

Faltaba media hora de camino para llegar a la hacienda cuando se escuchó un aullido que erizó mi piel y me hizo temblar como cuando Stefan rozaba mi espalda con sus dedos. Era una sensación agradable la que recorría todo mi cuerpo.

– Es Stefan -dijo el bisabuelo Karl-. Ese muchacho no puede esperar a verte, querida bisnieta.

Miré por la ventana tratando de encontrar la imagen de un gran lobo corriendo, pero no había más que cerro a la derecha y el acantilado con un bello bosque andino a la izquierda. Salimos del cerro y tomamos el camino aplanado hacia la entrada de la hacienda. En eso el abuelo Hugo frenó en seco. Levanté la mirada y vi a un enorme lobo negro enfrente de la 4x4. Era más grande que el vehículo. Caminaba lento, y yo sentía que se me iba a salir el corazón del pecho. La abuela Stephanie indicó que era Stefan, y bajé del auto. Corrí para alcanzarlo, pero como era la primera vez que lo veía en su forma de lobo, me detuve antes de llegar a él. Stefan sintió mi miedo. Se detuvo delante de mí y agachó la cabeza esperando que lo acaricie. Al tocar su pelaje sentí lo suave y cálido que era. Levantó la cabeza para que acaricie debajo de su hocico, y vi sus hermosos ojos azules, era mi Stefan. Ya no podía más, me lancé sobre el lobo y me abracé a él. Era tan alto que colgaba al haber rodeado su cuello con mis brazos. Cerré los ojos, unos segundos después sentí sus brazos rodeando mi cintura y apretándome ligeramente hacia él. El amor de mi vida no pudo esperar hasta que llegue propiamente a la hacienda, así que nos dio el alcance.

Subimos a la 4x4 y seguimos el camino. Me dio un beso que me dejó sin aliento. Me tenía sentada sobre él, rodeando mi cuerpo con sus brazos. Olía mi cabello, mi cuello, detrás de mis orejas, como si quisiera aspirar todo mi aroma de una vez. No nos decíamos nada, solo nos mirábamos. Toqué sus labios, dibujé sus cejas con mis dedos y despejé su rostro de mechones de cabello que el viento había alborotado. Empecé a prodigar de breves besos a su frente, mejillas, nariz, mentón, y comencé a sentir cómo el amor se proyectaba desde su corazón, saliendo por su mirada, su respiración, su piel. Había deseo, pero no explotaba. Stefan estaba logrando fortalecer su carácter, así controlaba sus emociones.

Al ingresar a la hacienda, nos esperaban los guerreros, el séquito, Marion, Haldir y los administradores de la hacienda, Austin y Sara. Ante mi paso, los guerreros se hincaban y agachaban la cabeza. Stefan me dijo que esa reverencia era porque además de ser la Luna Höller, la versión femenina del Alfa, era una deidad en La Tierra. Esos chicos eran tan jóvenes como yo, y me causaba algo de vergüenza que demostraran sumisión ante mí.

La hija de la Madre LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora