Issei miró con tristeza su mano vacía, acababa de devorar el pan que la señora de la casa azul le había obsequiado. No había sido suficiente para saciar su demandante apetito.
Se preguntó qué pensaría su madre si lo viera ahí en ese momento, ¿Sentiría pena o simplemente ignoraría el hecho de que su hijo se encontraba a su suerte en la calle? Preguntas como aquella rondaban por su cabeza con frecuencia ya que él jamás había conocido a sus padres. Despertó en un orfanato cada mañana desde que tenía memoria y ahora, a sus diez años, decidió escapar y probar suerte en la calle.
No habían pasado más de dos semanas y la vida de callejero ya lo había agotado; estaba solo y hambriento, por no mencionar el frío que pasaba por las noches.
La vida en la calle era mil veces peor de lo que él se imaginaba. La soledad, el miedo, el hambre. Sensaciones horripilantes que lo seguían como si de su sombra se tratara.
Pero lo peor era la gente: sus intimidantes ojos le provocaban el deseo de preguntarles a gritos por qué lo miraban de esa forma, ¿no podían tenderle una mano?
En aquel momento Issei caminaba por un barrio de clase alta, tenía la falsa idea de que los millonarios debían de ofrecerle más cosas que los de sector humilde. Pero Issei no se daba cuenta de que todos tienen una riqueza, los de aquel sector tenían el dinero, y los humildes el corazón.
El niño se detuvo frente a la siguiente casa, parecía ser la más grande del barrio. La gran construcción tenía tres pisos y se extendía considerablemente hacia los lados. Los pizos superiores tenían puertas a modo de ventanas, estas daban a elegantes balcones de color blanco, al igual que el resto de la casa. Pero el techo demostraba cierta rebeldía ante el resto de la construcción, este era de color negro completamente. Le daba un toque agradable y destacaba entre la inminente blancura de la construcción.
Pero Issei no estaba ahí para admirar la arquitectura, sino para buscar comida. Se acercó al alto cerco de final puntiagudo y tocó el timbre. Al rato se escuchó una vocecilla desde el parlante que se encontraba bajo el botón.
—¿Diga?
La voz correspondía, sin duda, a la de una niña.
—¿Puede darme algo para comer?—preguntó sin más. Su estómago no tewnía tiempo para saludos o presentaciones.
Hubo un momentáneo y desesperante silencio, hasta que finalmente una respuesta se dejó oír.
—¿Te gusta el brócoli?
—¡Aceptaré lo que sea!—exclamó con desesperación— ¡Solo quiero comida!
El maldito silencio volvió a aparecer, consumiendo lentamente la paciencia de Issei. Cuando él creyó que no lo podría resistir mucho más se escuchó un extraño ruido y el portón comenzó a abrirse.
Una sonrisa se dibujó en el rostro del niño que corrió ansioso al interior del pequeño,pero elegantemente decorado, jardín. La puerta de la casa se abrió revelando a la niña con la que había hablado. Era de pequeña estatura, no debía de tener más de dos años de diferencia con Issei. No se trataba de una niña que se esperara encontrar en Japón; aunque sus rasgos asiáticos estaban claramente marcados en su rostro, sus pigmentos contradecían completamente las características de los japoneses. Su piel le hacía juego a la casa, era preocupantemente blanca; su cabello era de un color rubio grisáceo muy extraño, y claro, después estaban sus ojos: definitivamente su rasgo más extravagante. Sus ojos eran de color violeta.
Pudo ser a causa del hambre, o tal vez la carencia de prejuicio de Issei. Pero él no fijó mayor interés en la apariencia de la niña.
—¿Dónde está la comida?—preguntó ansioso, aunque la pequeña no parecía tener la misma preocupación que él.
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Una hermosa tormenta de nieve
RomancePorque otro huérfano pasó hambre, porque otra niña estuvo enferma. Aquella era la peor tormenta que ambos pudieron haber enfrentado... ¿Podrán escapar de su tormenta de nieve? Portada por CarliGGSheeran