Recuerdos embalsamados

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Se cansó de torturarse ahí sentado en el centro comercial, era mejor torturarse en casa, o mejor no hacerlo para nada.

A pesar de todo lo que le había pasado, Issei se consideraba afortunado. Él salió corriendo apenas vio el cadáver en la ambulancia. Debería haberse preguntado por qué no se quedó con ella o por qué cometió el error de ayudarla a evitar la medicina. Si todo eso no hubiera pasado tal vez todo esto sería muy brillas lágrimas cayeran por sus mejillas como un aluvión de gotas saladas: "¿Sus ojos estarán cerrados?".

Por unos momentos Issei sintió el deseo de volver y apreciar sus pupilas violetas una vez más. Imaginó el inmóvil cuerpo de Miyuki, sin que pareciera la imagen de alguien que había muerto. Para él Miyuki no había muerto, de hecho solo estaba acostada en una ambulancia, con sus ojos violeta tan vivos como siempre. Él había llegado a pensar que era imposible que hubiera muerto, que si hubiera muerto el color violeta de sus ojos se hubiera ido con ella, y ese color no podía morir, ¿cierto?

Sus pensamientos lo mantuvieron ocupado todo el camino a casa hasta que lo que estaba frente a la puerta. Lo primero que se podría notar al entrar en la casa de Issei sería el viejo, opaco y desafinado piano que se encuentra frente a la puerta. Encima Miyuki pasaba sentada sobre este toda su vida, observando cómo cada persona entraba y salía de la casa mientras su embalsamado cuerpo se quedaba atrapado en la parte superior del piano. Por supuesto, cuando hablamos de "el cuerpo embalsamado de Miyuki" no hablamos de la niña albina cuyo recuerdo aún le robaba lágrimas a Issei. El nombre de "Miyuki" en esa casa no representa a "Miyuki" de Issei, representa a la gata albina que un año atrás murió de un ataque al corazón.

Él odiaba que la gata de la casa se llamara Miyuki, era como embalsamar el nombre de la persona que él más había llegado a querer en el cuerpo de un felino—que irónicamente era también blanco. Lo odió aún más cuando embalsamaron el cadáver de la felina—ahora Miyuki, la niña, estaba embalsamada metafóricamente, mientras que la gata que guardaba esta metáfora lo estaba literalmente—.

Generalmente miraba con odio a la gata muerta que se encontraba descansando sobre el piano, esta le mantenía la mirada—dudaba que tuviera otra cosa que hacer— como si estuviera frotándole en cara que sería un eterno recuerdo de su amiga que murió. Pero aquel día simplemente la miró con pena, preguntándose si Miyuki (la gata) se daría cuenta de que se quedaría por el resto de la eternidad frente a la puerta de la casa.

A continuación fue a la sala de estar, llena de muebles viejos y sillones de cuero que aún tenían marcados las uñas de la gata. Sentada en uno de los sofás se encontraba la abuela Hana tejiendo. La abuela Hana era una señora arrugada como una pasa, sus pies parecían no poder aguantar el peso de su cuerpo y cada vez pasaba más tiempo inmóvil. Sin embargo sus ojos parecían estar llenos de vida, como si la vejez no significara cercanía a la muerte para ella. Perciera que la abuela Hana pudiera vivir para siempre.

¿Quién era la abuela Hana? Issei no podría definirlo claramente, no era su madre ni su abuela, era como la familia que formó accidentalmente tras la muerte de Miyuki y ocupaba un rol muy parecido al de ella. La abuela Hana hizo la primera aparición en la vida de Issei unas horas antes de la muerte de Miyuki como la señora que lanzó el saco de monedas a la fuente, en aquel entonces no parecía como si fuera a ser la que cuidara de Issei durante los próximos nueve años.

La mujer lo encontró llorando frente a la fuente, con la paleta del señor Ming empuñada mientras las lágrimas caían en la fuente.

—¿Tú de nuevo por aquí?—preguntó una voz maternal a sus espaldas— Creí que no volvería a verte.

Una hermosa tormenta de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora